martes, 20 de mayo de 2014

Twitter, tontópolis




Hughes
 Abc

Yo no haría mucho caso de los comentarios en Twitter. Salvo lo claramente tipificado, ignoraría esos tuits que están entre la insidia y la pintada en la calle, algo entre lo indigno, lo denigratorio y la simple efusión política, sin tipo penal ni propósito claro. Tuits que no alientan el crimen, pero que tampoco lo condenan. Engendros sintácticos que apenas revelan la miseria del que los escribe y, algo casi peor, su abrumadora estupidez. Autorretratos en 140 caracteres. Yo no detesto Twitter por revelar lo peor del género humano sino por pretender abanderar lo mejor. La verdad, la democracia, la escritura, el periodismo. Me cansa porque congrega a los tontos españoles. Twitter es el barrio donde estamos los más tontos de España. No tiene influencia social, ni ayuda a pensar, ni sirve para mucho. Es una supertertulia beoda, absurda, ridícula y profundamente vanidosa de periodistas, políticos y aficionados a uno y otro género. Es decir, viciosos cerca de la perturbación.

Twitter ha reunido lo que la realidad, sabiamente, mantenía aislado. Freaks, narcisos quasimódicos, de una ignorancia que da repelús.

Yo he visto a perfectos indocumentados mandar callar a escritores de una pieza. A tontos de una redondez, de una pureza diamantina, colombiana. Tontos que en la calle uno no se encuentra.

En España, nos dan una tecnología y acabamos consiguiendo Twitter. Nuestro twitter, que ya no es un océano, un magma por recibir forma, arcilla de la sociedad opinativa, tiene cara y ojos. Es una trama neuronal ya claramente formada. Es el mapa sináptico de la estupidez española.

Twitter sólo tiene unas funciones verdaderas: mostrar el texto melancólica y desesperadamente, como quien manda una carta en una botella esperando a través del débil (ay) oleaje del retuit; salvar la vida al gato y exhibir su infinita y misteriosa belleza; estimular la realización de ejercicios de fitness con un sistema comunal de motivación, y (siendo ya muy benévolo y tolerante) permitir explorar las posibilidades del selfie, sobre todo la fotopie, la fotopierna y la selfie de morritos.

Twitter da lugar a un tipo de opinión nueva. No es anónima, ni tiene clara autoría sino que exige un rastreo. Como si se cazara a un conejo. Pero lo novedoso no es esto del autor, sino la cuestión de su propósito y sustancia moral e intelectual. Una efusión semipública, seudoprivada. Un claroscuro que huele a coliflor. No alienta el crimen, ni lo propone, ni lo celebra la mayor de las veces. Lo medio exculpa, lo semijustifica, ofrece un (¡lo diré!) postureo criminoso, abyecto, ignominioso, que no tiene más efecto que la revelación de un sistema cerebral y nervioso arruinado (¡selfies del córtex!). No se debe escribir para esta gente, tampoco legislar. Si Twitter alterase el Código Penal yo me sentiría abrumado de un modo definitivo.

La libertad, a veces, es un estoicismo.