Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Este graznar de los gansos capitolinos alertándonos de la presencia de machistas en la costa es la deprimente constatación de que los españoles llevamos sin poder decir lo que pensamos desde 1478, fecha del establecimiento de la Inquisición, cuyo nuevo encaste (“eliminando lo anterior”, en términos taurinos) es eso que llamamos izquierda.
–Tenemos para estas elecciones “una pedaza de candidato” –dice Pepiño Blanco de Elena Valenciano.
Se ve que Pepiño hace suya la propuesta de Richard Rorty de contemplar el feminismo como si desempeñara el mismo papel intelectual y moral que la Academia de Platón, los cristianos de las catacumbas, los copernicanos dieciochescos…, que ensayaban nuevas formas de hablar para cambiar el mundo.
–Estos grupos –explica Rorty– edifican su fuerza moral mediante la adquisición de una creciente autoridad semántica sobre sus miembros, incrementando así la capacidad de estos para hallar su identidad moral en la pertenencia a ellos.
En la socialdemocracia europea la indignación es una industria, un negocio el escándalo, y la virtud, una dictadura “asociada al arribismo periodístico y académico”, en palabras del filósofo Sloterdijk contra su colega Habermas, presente en la mesilla de noche de Elena Valenciano.
–En todo jacobinismo denunciar es ya lo mismo que liquidar –advierte Sloterdijk, intrigado por las estrechas alianzas entre el jacobinismo liberal y el mundo del espectáculo.
En Europa, Rubalcaba pasa por un jacobino liberal dando el espectáculo, tan español, del martillo de herejes (el hereje sería Cañete), pero no es más que el epígono de una picaresca genética, el Buscón tras de los pollos de la ama que les ha dicho “pío, pío”, y es Pío nombre de los papas, vicarios de Dios y cabezas de la Iglesia.
–Pablos, yo lo dije, pero no me perdone Dios si fue con malicia. Yo me desdigo; mira si hay camino para que se pueda excusar el acusarme, que me moriré si me veo en la Inquisición.