sábado, 31 de mayo de 2014

Vigesimoprimera de Feria. La gala de Medina, la flor de Juan Pedro



José Ramón Márquez

La cosa estaba muy clara para algunos: la de hoy era la peor corrida de la Feria del Isidro ’14. Eso se nota porque se produjo una nueva lluvia dorada en forma de entradas regaladas, que si ya es difícil convencer a alguien de que te acompañe a los toros con un cartel de nombres famosos, no te digo lo imposible que es llevar a alguien a la Plaza con uno como el de hoy. Sin embargo, mira qué cosas tiene esto de los toros, esta corrida por la que nadie daba un duro ha resultado ser de las más interesantes del larguísimo serial, simplemente porque hoy salió por chiqueros lo que ayer ni olimos.

¡Quién nos iba a decir que un día íbamos a estar echando flores a un encierro de El Montecillo! Pero así es, y esto demuestra que es cosa muy útil ir siempre a los toros con la mente despejada y desprovista de prejuicios, tanto hacia los toros como hacia los toreros, no vaya a pasar algo y el prejuicio te impida verlo.

La corrida de hoy, como se dijo antes, llevaba la divisa blanca y verde de El Montecillo, es propiedad de don Francisco Medina Aranda, conocido por sus íntimos como Paco Medina, y su representante es el tratante de charolais que la víspera echó al ruedo de Madrid la infumable bueyada que ya quedó suficientemente reseñada en su lugar correspondiente, don Moisés Fraile.
 
El encierro de cuatreños que El Montecillo mandó a Las Ventas tuvo presencia, variedad de comportamientos, casta, personalidad, seriedad y movilidad. Es decir, todo lo contrario de lo que uno espera cuando en la famosa página 14 del programa oficial lees eso de que, con arreglo a su origen, es ganado que “se arranca pronto y lo hace galopando con alegría y fijeza”, maldición gitana que usualmente suele ocultar tras ella la máxima expresión de la supina bobería, saludada por la crítica entera y por parte de la afición como el comportamiento propio de los “toros artistas”. Sinceramente no creo que en los planes de don Francisco, Paco para los amigos, esté el criar ganado de las características de lo que hoy ha soltado en Madrid. Si lo que quieres es casta, listeza y acometividad no te vas a por ganado juampedrero. Quien decide hacer su ganadería sobre la base de la juampedritis busca cosas muy concretas que, generalmente, no se corresponden con que los toros saquen los pies del tiesto o manifiesten rasgos de personalidad diferentes de las canónicas alegría y fijeza citadas cansinamente por el programa oficial de cada tarde. Cuando a un ganadero juampedrero le sale una corrida como lo de hoy, lo suyo es pensar que al amo se le está yendo de las manos la ganadería, y que cuando entre los llamados profesionales se corran las noticias de lo de hoy, magnificado el vilipendio por la crítica lanar, las posibilidades de sacar al Mercado, de por si tan medroso, los productos con el label Montecillo, va a ser una tarea harto complicada.

La terna anunciada para torear los Montecillo estaba compuesta por Miguel Abellán, Paco Ureña y Joselito Adame: Usera, Lorca y Aguascalientes.
 
Cuando salta a la arena Carpetón, número 11, castaño con bragas, llama la atención su trapío. Es un toro muy serio en el tipo de juampedro, de aires veragüeños apunta J.P., que se tira al caballo con fuerza, empujando, por más que El Soro se empeñe en taparle la salida, encerrando al toro en  un callejón entre las faldas del penco y los tableros de la barrera. Acude el toro a banderillas con alegría y, en la faena de muleta, enseña una embestida nada estúpida frente a la que Miguel Abellán -casi dieciséis años de alternativa- pone su toreo vulgar y desprovisto de la más mínima elegancia. Como el torero viene a hablar de su libro, no se percata de las condiciones del burel y trata de aplicarle la faena que traía prefijada, aunque quizás hablar de faena sea algo exagerado, hasta que el toro acaba echándose a los lomos al torero, dejando su característico vestido blanco perdido de sangre -del toro-  y dejando al torero contusionado camino de la enfermería tras pasaportar feamente al animal.

En segundo lugar salió Balancín, número 29, acaso el toro más claro para la muleta del encierro de don Paco, cuya lidia y muerte a estoque correspondió a otro Paco, Paco Ureña, que anduvo por allí a ver cómo le metía mano al bicho. Fue planteando el murciano la faena con cierto sello personal e  interesante, aunque sin dar el paso adelante y, sobre todo, sin imponerse al toro, efecto deleznable del neotoreo concebido para no tener que poder ni mandar a los toros.

De entre los seis pupilos de don Paco el de más fiereza fue el tercero, Farruco, número 18, que consiguió llevar a Joselito Adame al límite de su valor y de sus conocimientos taurómacos. Farruco demandaba frente a él un torero de una pieza, y de nuevo vuelve la añoranza de un Ruiz Miguel, que hubiese sido capaz de oponer al bicho una sólida base técnica, una poderosa muleta y un valor contrastado. Nada de eso puso Adame sobre el tapete, si acaso lo del valor, y a medida que el toro se fue enterando de las carencias del hidrocálido, se fue haciendo dueño de la situación. Fue especialmente penoso ver al mexicano tratando de machetear a su manera a Farruco, al final del trasteo, y fue un gran alivio verle pegar el bajonazo con el que acabó con el bicho.

Con Abellán en la enfermería, se corre turno y sale Triunfalista, número 23, un castaño muy serio y ofensivo ante el que Paco Ureña presenta idénticos argumentos que en su primero, sin que su trasteo por las afueras, tan poco comprometido, cobre vuelo ni consiga llegar al tendido. Cuando el toro hace por el torero derribándole y calándole en las postrimerías de la faena es cuando el público echa un poco de cuentas del torero que, de manera pundonorosa, permanece en el ruedo hasta acabar con el toro, pese a llevar una cornada.

Cuando muchos pensábamos que, viendo el desarrollo de la tarde y la dureza del ganado, Abellán optaría por no volver al ruedo, sale el de Usera de las manos de Padrós para enfentarse al quinto, que debía haber sido cuarto, Raspiya, número 20. Era una pena ver a Jabato poner el penco en suerte y, sobre todo, su forma de agarrar la vara, como quien va a pescar al río. Abellán se lleva el toro a la solanera, siempre tan agradecida, y plantea una sucesión de pases más o menos afortunados -es imposible hablar de faena, pues no hay tal- rematados la mayoría por arriba, perdiendo a veces el engaño, acompañando las embestidas de Raspiya, más que toreando, y llegando al tendido en los momentos que el animal corrió más o menos tras la muleta. Abellán vio claramente que la suma de emociones de la tarde podía llevarle al triunfo y aprovechó cuantos recursos escénicos tuvo a mano. Una estocada de zambullón tirando la muleta a la cara del toro por lo que pudiese pasar le hizo triunfador de la tarde.

El sexto de la tarde fue Mensajero, número 7, otro castaño muy serio. Adame brindó al público pensando, acaso,  que el toro era de condición bonancible. Pero el toro tenía bastante que torear y, nuevamente, Adame se encontró en pelotas ante el oponente, sin recursos técnicos, sin poder poner frente a la embestida de Mensajero la verdad de una sólida muleta, de una mano de acero. Lo mató como pudo y todos nos alegramos de que saliese de la Plaza por su propio pie.

A veces pasan cosas que uno no ve. Dejo constancia de que en la opinión del solvente aficionado y querido amigo Mariano Paniagua, tendido alto del 7, Abellán en su segundo dio dos estimables series con la derecha. Yo no las he visto, pero anotado queda por si sirve de pista.