(Foto: Jorge Bustos)
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Me levanto con el golpe de magnesio de un titular de prensa que es la media verónica de una justicia poética: “Carrillo destituye al director del departamento de cadáveres”. ¿Carrillo? ¿Cadáveres?
Me distrae un reclamo de Greenpeace: “¡El Ártico se derrite! Firma para pedir que el Polo Norte sea declarado santuario global”.
Pero yo no tengo dos firmas, como Belmonte, una para los cheques y otra para los autógrafos, y salgo a la calle, donde todo el mundo me dice que se va. Sólo de TVE viajan casi doscientos, y me siento como Pilato tras la resurrección del Señor, cuando todos los vecinos marchaban a Galilea.
Esta vez Galilea es Lisboa, capital de la Primera, si eres atlético, y si eres madridista, de la Décima.
Incluso Morante de la Puebla, que ha interiorizado la tauromaquia de José Tomás (“desengáñate, los toros son marketing y glamour”), tiene aparcado su bibliobús en el Bernabéu (he ahí un santuario global) para que las televisiones del mundo propaguen su lema, ciertamente cómico, de “El arte no tiene miedo”, que el madridismo hace suyo como ensalmo contra la pesadilla de Simeone.
La España mágica se representa en Lisboa, como pone de manifiesto la Junta Electoral (¡oh, mágico derecho español!) al liberar a un hincha atlético en posesión de dos entradas para Lisboa de presidir una mesa electoral sobre la base de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, cuyo artículo 12 garantiza la no injerencia de los poderes públicos en la vida privada.
Con el doctor Freud de Viena (padre del Derecho español) en la mano, la Junta Electoral proclama la victoria del Principio de Placer (una final de la Copa de Europa en Lisboa) sobre el Principio de Realidad (deber de presidir una mesa electoral en unas elecciones europeas que a nadie importan), y esta Justicia Epicúrea me parece mil veces más interesante que la Justicia Universal del pobre Pedraz.
Ahora, a acogerse todos a ese artículo 12 en la declaración de la renta.