Abc
La celebración del Madrid se dividió en dos partes. La parte formalita consistió en la visita a las instituciones, cuando debieran ser las instituciones las que visitaran al Madrid, que tras la Décima está casi para abrir embajadas. Presidente, directivos y plantilla fueron a la Comunidad y al Ayuntamiento donde ofrendaron el acanto a presidente y alcaldesa. Ignacio González se puso una camiseta firmada por la plantilla y sonrió como un chiquillo señalándose el dorsal. También glosó el gol de Ramos y lo relacionó con el lema «Hasta el final, vamos Real». Doña Ana Botella recibió también una réplica de la Copa y dio un cariñoso discurso de esos suyos un poco supercalifragilísticos en el que tropezó con el nombre de Mijatovic.
Los jugadores, algo azorados aún, hablaron desde el balcón. Arbeloa destacó por su soltura. Cristiano, Bale y Ramos fueron muy aplaudidos. Modric parecía otro con el pelo corto («prometí cortar pelo si ganar Champions») y Carvajal lucía la barba de Pablo Motos. Lo mejor quizás fue el discurso de Florentino en el Ayuntamiento. Tuvo unas estupendas palabras hacia el rival y habló de «filosofía, cultura y valores madridistas». «Perseguiremos la Undécima». Quizás no nos entiendan, vino a decir, pero es que es nuestra cultura. Habló de un Madrid eterno e introdujo el concepto (sublime) de la «ejemplaridad maravillosa». Un paso más allá.
Mientras tanto, en un Bernabéu lleno de eufórica chavalada (es una expresión muy florentiniana: la chavalada blanca) se cantaban una y otra vez los goles de las Copas de Europa, convertidas ya en nuestros Reyes Godos. La gente lo pasaba bien ajena a los discursos. Un cubo enorme en el centro, ambientación, música de disco móvil y bufandas adolescentes. Una fiestuqui, vamos.
Se aprovechó la ocasión para presentar un nuevo himno del Madrid, el llamado Himno de la Décima, con música de RedOne y letra de Manuel Jabois. Acaba en alto, es más coreable que el de Cano (no requiere ser tenor) y parece una buena iniciativa porque anda el madridismo un poco corto de repertorio (el «Cómo no te voy a querer» a partir de un momento se hace cansino). Con este himno no sabemos aún si entrarán ganas de invadir Polonia, pero Navalcarnero por lo menos.
Emocionante el estadio convertido en campo de estrellas para recibir al equipo. Hubo un delirio ordinal en el que casi cien mil personas gritaron: primera, segunda, tercera... ¡Era como un parvulario excepcional! Enorme ovación a Don Carlo Ancelotti, que se ha ganado el cariño de todos y pasión por Zizou. Cómo estará de modernizado este Madrid que el cuerpo técnico entró con Franz Ferdinand de fondo.
El estadio reconoció a Di María su condición de ídolo. Ya era hora. Vimos a Jesé otra vez, aunque fuera cojeando y hubo ovación de gala para Arbeloa y su excepcional barba.
El Bernabéu gritó el nombre de Bale hasta el estallido de tímpanos y a Alonso le aplaudieron diferente los chavales, con un aplauso más grave, de respeto y reconocimiento. Y aunque con Cristiano se vivió un delirio y se volvieron locos al recibir a Ramos y su neocamachismo, el clímax llegó con Casillas. Si alguien piensa que el error en el gol de Godín le pasaría factura no conoce la naturaleza de su lazo con la afición. Es profundo amor.
Los futbolistas salían al campo y se introducían en una enorme caja negra. Luego emergían por la parte superior. A esa altura podían mirar a los ojos de la afición. Cantaban y saltaban, todos eran Marcelo, y cuando Ramos recordó a Pitina se vio claramente que el Madrid ya tiene dos capitanes.
Allí, entre luces, confetis, fuegos artificiales y todas las formas de la recreación visual, Íker Casillas y sus compañeros ofrecieron la Décima a la afición. Olía a pólvora y cantaba Freddie Mercury, que suena mejor aquí que sonaba en Wembley. Era todo tan bonito y tan apoteósico que el cronista dejo de escribir y se hizo un selfie. El Madrid ha bordado el arte de ganar. Casillas agarró el micrófono. Lo que iba a decir lo sabíamos todos: «¡La Undécimaaaa!».
Los jugadores, algo azorados aún, hablaron desde el balcón. Arbeloa destacó por su soltura. Cristiano, Bale y Ramos fueron muy aplaudidos. Modric parecía otro con el pelo corto («prometí cortar pelo si ganar Champions») y Carvajal lucía la barba de Pablo Motos. Lo mejor quizás fue el discurso de Florentino en el Ayuntamiento. Tuvo unas estupendas palabras hacia el rival y habló de «filosofía, cultura y valores madridistas». «Perseguiremos la Undécima». Quizás no nos entiendan, vino a decir, pero es que es nuestra cultura. Habló de un Madrid eterno e introdujo el concepto (sublime) de la «ejemplaridad maravillosa». Un paso más allá.
Mientras tanto, en un Bernabéu lleno de eufórica chavalada (es una expresión muy florentiniana: la chavalada blanca) se cantaban una y otra vez los goles de las Copas de Europa, convertidas ya en nuestros Reyes Godos. La gente lo pasaba bien ajena a los discursos. Un cubo enorme en el centro, ambientación, música de disco móvil y bufandas adolescentes. Una fiestuqui, vamos.
Se aprovechó la ocasión para presentar un nuevo himno del Madrid, el llamado Himno de la Décima, con música de RedOne y letra de Manuel Jabois. Acaba en alto, es más coreable que el de Cano (no requiere ser tenor) y parece una buena iniciativa porque anda el madridismo un poco corto de repertorio (el «Cómo no te voy a querer» a partir de un momento se hace cansino). Con este himno no sabemos aún si entrarán ganas de invadir Polonia, pero Navalcarnero por lo menos.
Emocionante el estadio convertido en campo de estrellas para recibir al equipo. Hubo un delirio ordinal en el que casi cien mil personas gritaron: primera, segunda, tercera... ¡Era como un parvulario excepcional! Enorme ovación a Don Carlo Ancelotti, que se ha ganado el cariño de todos y pasión por Zizou. Cómo estará de modernizado este Madrid que el cuerpo técnico entró con Franz Ferdinand de fondo.
El estadio reconoció a Di María su condición de ídolo. Ya era hora. Vimos a Jesé otra vez, aunque fuera cojeando y hubo ovación de gala para Arbeloa y su excepcional barba.
El Bernabéu gritó el nombre de Bale hasta el estallido de tímpanos y a Alonso le aplaudieron diferente los chavales, con un aplauso más grave, de respeto y reconocimiento. Y aunque con Cristiano se vivió un delirio y se volvieron locos al recibir a Ramos y su neocamachismo, el clímax llegó con Casillas. Si alguien piensa que el error en el gol de Godín le pasaría factura no conoce la naturaleza de su lazo con la afición. Es profundo amor.
Los futbolistas salían al campo y se introducían en una enorme caja negra. Luego emergían por la parte superior. A esa altura podían mirar a los ojos de la afición. Cantaban y saltaban, todos eran Marcelo, y cuando Ramos recordó a Pitina se vio claramente que el Madrid ya tiene dos capitanes.
Allí, entre luces, confetis, fuegos artificiales y todas las formas de la recreación visual, Íker Casillas y sus compañeros ofrecieron la Décima a la afición. Olía a pólvora y cantaba Freddie Mercury, que suena mejor aquí que sonaba en Wembley. Era todo tan bonito y tan apoteósico que el cronista dejo de escribir y se hizo un selfie. El Madrid ha bordado el arte de ganar. Casillas agarró el micrófono. Lo que iba a decir lo sabíamos todos: «¡La Undécimaaaa!».