Hughes
Abc
Las bromas de los aficionados madrileños ponían, bajo la luz encantada de Lisboa (el temblor de la luz gallega, pero más alegre) una nota de concentrado iberismo. Ensayo de iberismo en Lisboa donde Madrid, ganen unos u otros, tendrá su Décima. Porque las obsesiones del Madrid acaban por ser un poco también las de sus rivales. Ayer, mientras sus jugadores daban la rueda de prensa, Simeone asentía en silencio, se inflamaba orgulloso cuando reproducían sus mensajes: «Es el partido más importante de la historia del club». O «jugaremos como quisiera Luis». Porque Simeone, que como jugador y como entrenador supone el paréntesis exitoso en el declive lento, gilista, de las últimas décadas colchoneras, ha ido a Madrid a rematar la faena de Luis. El Atlético merece que su nombre esté entre la aristocracia del fútbol europeo y el Cholo quiere hacer lo que no pudo hacer «El Sabio». Ofrenda, pues, honor y memoria en el año de su muerte, con el Luis Aragonés escrito en la camiseta (sudarán su nombre). Simeone reescribe su lema del ganar y ganar dándole pasión agonística, un existencialismo del cono, de la pelota. Dejar ya de definirse por comparación, o patéticamente a lo Sabina. El Atleti debe hacer su camino, con esa actualización de lo mejor suyo que propone el Cholo. Con fútbol suyo de siempre: sucinto, respondón, barrial, viril, a veces casi criollo. Simeone enlaza con Aragonés.
Pero enfrente no tiene a un equipo
cualquiera. Hoy juega el Madrid. El Madrid Madrí. Mejor que las aburridas definiciones oficiales, queda como explicación involuntaria del club ese lamento impotente de Benito Floro: «Un montón de almas, un montón de cariño». Más almas y más cariño que nadie. Y así mañana no juega Madrid, juega la media España que lo lleva en el corazón y esa otra que le juega a la contra, mirándolo con envenenada fascinación, con amor no dicho. ¡Qué ingratos somos con el Madrid! Viejo hidalgo, ministerio a la deriva, pedazo de vida patria. Al Madrid no le interesa el presente. Ya no le interesa ser el mejor equipo, jugar mejor o más bonito. No le interesa y no lo disimula. Quiere la Copa de Europa porque es su forma de ser. El Madrid tiene ya su historia escrita y solo está a la altura de ella, verdaderamente, si gana ese trofeo que es suyo por derecho, que inventó para tener qué perseguir.
Hoy juegan Don Santiago, la vieja epopeya castellana, el chupinazo de Puskas, el juego de puntillas de Di Stéfano, Serena y Amancio, los brincos de Juanito, el trauma ochentero de La Quinta. El gol aislado, partido, de Mijatovic o la volea de Zidane, goles en los que la pelota ya aparece como de la nada. El Madrid es la épica que nos queda.
Pero enfrente no tiene a un equipo
cualquiera. Hoy juega el Madrid. El Madrid Madrí. Mejor que las aburridas definiciones oficiales, queda como explicación involuntaria del club ese lamento impotente de Benito Floro: «Un montón de almas, un montón de cariño». Más almas y más cariño que nadie. Y así mañana no juega Madrid, juega la media España que lo lleva en el corazón y esa otra que le juega a la contra, mirándolo con envenenada fascinación, con amor no dicho. ¡Qué ingratos somos con el Madrid! Viejo hidalgo, ministerio a la deriva, pedazo de vida patria. Al Madrid no le interesa el presente. Ya no le interesa ser el mejor equipo, jugar mejor o más bonito. No le interesa y no lo disimula. Quiere la Copa de Europa porque es su forma de ser. El Madrid tiene ya su historia escrita y solo está a la altura de ella, verdaderamente, si gana ese trofeo que es suyo por derecho, que inventó para tener qué perseguir.
Hoy juegan Don Santiago, la vieja epopeya castellana, el chupinazo de Puskas, el juego de puntillas de Di Stéfano, Serena y Amancio, los brincos de Juanito, el trauma ochentero de La Quinta. El gol aislado, partido, de Mijatovic o la volea de Zidane, goles en los que la pelota ya aparece como de la nada. El Madrid es la épica que nos queda.
Y este Atleti fabuloso es el obstáculo entre el club y la versión ideal de sí mismo. Su deber de conseguir un siglo XXI a la altura del anterior, retomando el rumbo que se le torció a Florentino tras el 2002. Porque el Madrid tiene la obligación de responder a lo que imaginó un visionario. Casi nada.
¡Qué orgullo de niños cuando salgan hoy esas dos camisetas!
Y ganen unos o ganen otros, ganará Madrid. La ciudad que entre fuerte acento portugués hoy le dice al mundo (aquí, donde siempre apetece coger un barco con melancólica furia), y justo antes de Brasil, que el mejor fútbol se juega en sus calles.