La soledad de Julián
José Ramón Márquez
Qué extraño aspecto el de Las Ventas en esta tarde, con el cartel de “No hay billetes” en la taquilla y con tantos huecos en los tendidos, con tantas ausencias de rostros conocidos y con tantas caras nuevas. Detrás de mí, un señor acompañado de una señorita morena traía un barrilito de cerveza e iba repartiendo tubos a sus amigos, en la fila de delante un señor con la cabeza rasurada se hinchó a aplaudir y luego nos dimos cuenta de que era uno de los capitalistas que sacaban a Perera a hombros, a su lado dos señoras que confiesan que es la primera vez que asisten a una corrida de toros... público raro de viernes, y diferencia grande con el día anterior, que de verdad no cabía un alfiler en la andanada.
Ellos, que andan muñendo todo, sabrán por qué razón de estrategia eligieron que la corrida del retorno de Julián de San Blas a Madrid se verificase un viernes, que no es ni mucho menos de los días fetén de la feria, y por qué eligieron que los toros del retorno fuesen los de Victoriano del Río, los cochinitos, como solemos llamarles.
El hecho es que en estos dos días en que se ha ido el doctor Zaius de su nido del águila han pasado por Las Ventas los cinco enfurruñados de Sevilla, que no sé si habrá relación entre ambas cosas. Para la corrida de hoy se han debido tirar la torta de tiempo en los predios de Medianillos Ganadera S.A., empresa propietaria del ganado que representa don Victoriano del Río, vendimiando las reses que habrían de salir esta tarde en Madrid. Imagino las idas y venidas de veedores, ojeadores, expertos, peones, mirones y del padre de Julián, don Julián, para husmear esta corrida que hoy salió en Madrid a la que se puede calificar sin ambages de birria, con tres toros absolutamente impresentables para la Primera Plaza (de Pueblo) del Mundo y con otros tres que casi lo mismo. El mayor activo que presenta el ganado de Medianillos Ganadera S.A. es su procedencia que, como no podía ser de otra manera, es... ¡Juan Pedro Domecq!, que de ahí no salimos. Como es natural volamos a la página 14 del programa para cerciorarnos de que estos de hoy también “se arrancan pronto y lo hacen galopando, con alegría y fijeza”, lo mismo que todos los de todas las tardes anteriores. Juampedritis vendimiada.
La terna estuvo compuesta por el Faraón de San Blas, el Mediterráneo Manzanares y el extremeño Perera.
Como el primer toro no podía ni con la penca del rabo, lo echaron al País de Irás y no Volverás y eso nos permitió ver al segundo sobrero del día anterior elevado hoy a la categoría de primer sobrero, un Zalduendo, que si yo soy el mexicano que ha comprado la ganadería ésa, inmediatamente me pongo con la mosca detrás de la oreja al ver la mansedumbre y la falta de fuerzas y de presencia del pupilo. A ese torillo, Julián le metió unas verónicas de fiestas patronales y luego comenzó a labrar su obra basada en el falaz poderío que le achacan sus más afines y que fue incapaz de sujetar al bicho ni de corregirle la tendencia que tenía de irse de naja en dirección a los tableros de la barrera. Poderío de papel prensa, de onda herziana, de que te lo creas, porque poder del otro no se ve por parte alguna. En su segundo, más de lo mismo, pero ahí había que currar un poco más y ya se sabe que el poderío de Julián se manifiesta con mucha más nitidez en los toros bobos que se torean solos; este cuarto amagó a pegar un derrote con sus escasas fuerzas y ahí la cosa se echó a perder definitivamente, que se notaba a las claras lo poco preparado psicológicamente que estaba el tal poderoso. Sus trasteos fueron fecundos pues mientras unos repetían machaconamente como una jaculatoria “¡Qué malo es este torero!”, otros establecimos una razonada conversación sobre si Julián es peor que Pedrito Castillo o que Aníbal Ruiz.
Luego Manzanares, que nadie se explica por qué razón no quiso ir a su Plaza fetiche, a esa Plaza de Toros de Sevilla en la que es el niño mimado, y en cambio se viene a Madrid donde se le mide más y donde anda más a disgusto con los toros. Él sabrá. En su primero toreó por fuera, sin hondura y sin acabar de componer pose alguna para la galería; en su segundo no le dieron ni un ¡Ole! ni los que venían a los toros por primera vez en su vida. Muy mal.
El que se hizo dueño de la tarde fue Perera, que a estas horas estará tan feliz con sus seres queridos celebrando el triunfo. A su primero, Bravucón I, número 54, le toreó de capa con gusto en unas chicuelinas que por una vez no recordaron al toreo bufo, le hizo un inicio de faena de gran clasicismo con impávidos estatuarios, especialmente uno con el toro muy atravesado, y un soberbio pase de pecho, primero de los tres que dio a lo largo de la faena. Luego la faena comenzó a despeñarse por los más manidos terrenos de la vulgaridad post-juliana, a base de recolocarse, echar la pata atrás, no cruzarse y demás artificios de la tauromaquia actual. Y de pronto, entre medias de todo ese marasmo de vulgaridad, asoma un natural lentísimo, larguísimo, enroscándose al toro que pone a todos de acuerdo para después continuar en el registro del resto de la faena. Anotemos que este toro era de los bobos de Victoriano que repiten las embestidas sin pararse, sin mirar, sin molestar.
Más interesante, como definitoria del estilo y de las habilidades del matador, resultó la del segundo, Bravucón II, número 126. Éste, a diferencia del otro, no era toro de carrera larga en pos de la muleta, sino que se paraba, dejando en evidencia las carencias del torero en cuanto a colocación. A este toro Perera le aplicó una faena sólida, bien construida, con asoleramiento de torero en sazón, de ver el toro, de saber qué quiere hacer con él y de hacerlo. Faena técnica y solvente que termina en esos arrimones que tanto gustan a Perera y que tanto excitan a determinado tipo de público y en una estocada de magnifica ejecución. Es una pena que la cabeza de Perera no se ponga a trabajar en los modos clásicos y esté circulando por le neotauromaquia y siguiendo la escuela nefasta del Pasmo de San Blas.
El quite que Fernando Pérez le hizo a Juan Sierra metiendo el capotillo entre él y el toro y llevándose al bicho es como para que le invite a almorzar en un restaurante de los de postín.
Don Santiago en los toros
La figura, sin toro
El aficionado, con toro
Paseíllo
Manzanares, Perera, Juli
El nido de Abeya
Tras él, los planos de la remodelación del azulejo de Villalta
Túmulo del Ausente
(¿Pero dónde está don Molés?)
El hueco de don Fernando
La tradicional bronca de Andrés a costa de lo que le cae
Julián el poderoso
Tocar pelo
La cosa mediterránea
La petiión en el tendido
La Pererada