Ignacio Ruiz Quintano
Abc
El alarmismo europeo nació en Roma y lo inventaron los gansos que con sus graznidos alertaron al vecindario de la invasión de los bárbaros.
Desde entonces, todos los pueblos han tenido su corral capitolino, que hoy es la prensa y sus críticos de las ideologías, que para “estetizar” sus alarmas, como dice mi ensayista, rugen como una indignada diva con plumas, atenta siempre a la reacción del público.
Entramos, así, en lo que Sloterdijk llama la decadencia de la alarma, “convertida en forma autorreferencial casi hasta la lujuria”.
–¿De qué le sirve a la opinión pública un ganso solista que grazna un aria demencial cuando es imposible ver a un solo moro en toda la costa?
De dar crédito a los gansos, la larga noche del fascismo se cierne sobre nosotros porque unos cuantos franceses quieren que Marine (Le Pen) sea Marianne, símbolo de la República donde un socialista español, Valls, ha llegado a primer ministro con lo más reaccionario del programa de Marine, disparándose la abstención europea (“desafección”, para la clerecía franquista).
–Esto lo arreglo yo con el voto obligatorio –dice el arbitrista español con una lógica de Sombrerero Loco que le permite transformar un derecho político en un deber cívico, es decir, en una gansada constitucional.
Tendríamos, pues, que el voto (como el fascismo en España o como el ateísmo en Rusia), cuando no está prohibido es obligatorio.
Para abrirse un hueco en el corral capitolino, el ganso español hace de la democracia (que sólo es un reglamento) su religión, y si percibe crisis de vocaciones o huecos en los bancos de la iglesia, decreta, como el cura trabucaire, la misa obligatoria.
–Votar es bueno –es su mejor argumento intelectual.
Y es que para los platones todo lo existente es bueno: empiernarse con Sylvia Kristel, ir en bici por la acera, comer cogote de merluza, llevar un blog de poesía y, por supuesto, votar. En el sistema español, votar cuando y a quien ellos digan.