viernes, 16 de mayo de 2014

Séptima de Feria. Así que pasen cinco años (de Ponce)

Ponce en su regreso a Las Ventas, tras cinco años de ausencia


José Ramón Márquez

Primera tarde de “No hay billetes” en la Primera Plaza (de Pueblo) del Mundo en esta temporada, y bien que me alegro por el Globero, el Antoñito, el Pepito y demás hueste reventeríl, que también tienen derecho a ganarse el jornal. A la llegada a la Plaza están las taquillas cerradas con el cartel de marras y hay una inmensa fila de personas esperando su turno para obtener los boletos que habían sacado por Internet en las máquinas que hay bajo los soportales. La modernización de Abella, ese delicioso zascandil al que llamamos Abeya todos los que le estimamos, ha conseguido que los medios que en todos los demás espectáculos sirven para eliminar las colas, en los toros sean la causa de éstas. Rizar el rizo es la especialidad favorita del barcelonés y hoy ha vuelto a conseguirlo.

La expectación para la corrida de hoy, la presencia masiva de rostros conocidos y de faranduleo entre medias de los devoradores de pipas de girasol y tragadores de cubatas que suelen constituir el público corriente de la Feria del Isidro se debía a la presencia en el cartel de Enrique Ponce, que mueve a su alrededor además de al sempiterno radiofonista de la capa -¡vaya castigo!-  a muchos de esos famosos del Hola!. Por lo menos cambió el paisaje de la tarde, menos pueblerino, pero igual de predispuesto a echarle los perros al Trinidad de turno como no sacase los pañuelos blancos cuando se los pidiesen.

La verdad es que no hubo mucha ocasión para la pañolada. Ya se encargaron de chafarla los botarates que se encargan de ojeo, veimiento y selección del ganado. Como esto se mueve todo en secretos dimes y diretes, contaban los enterados que los esmerados veterinarios de Las Ventas rechazaron los seis que vinieron y que luego trajeron ocho más, de los que se aprobaron cinco con el hierro de Victoriano del Río y uno con el de Toros de Cortés (y hablando de Cortés, por cierto, al decir de un cronista taurino versado en Historia, aún España no ha devuelto a México el oro de Moctezuma que se quedó Juan Florín).

 Los animales, en realidad, pertenecen a la razón social Medianillos Ganadera S.L. cuyo representante es don Victoriano del Río (una ganadería) Cortés (la otra). Para dar emoción al tema de la procedencia del ganado, en el programa ponen un estrafalario cuadro que se remonta nada menos que al año de 1778 y a don Vicente José Vázquez, ganadero seminal que se hubiese tronchado de risa al ver estos toros de hoy en día, y que finaliza, como es natural, en la cuadrilla de los Domecq y más concretamente en los tres Juan Pedro (Núñez, Díaz y Solís). Este raro encaste, tan poco visto, como avisa el papel, posee la característica de arrancarse pronto con alegría y fijeza, como decíamos ayer. De la presentación tan justa del ganado, de sus tasadas fuerzas, de su estupidez supina no habla el papel, siendo, sin embargo, esas características las que llegan mucho más al aficionado que las señaladas por el programa oficial.

En el cartel Ponce, Castella y David Galán.

 A Ponce, a quien el cronista de Moctezuma ya estaba mandando al paro no hace tantos años, le dieron una ovación por venir a Madrid, pero todo el mundo sabe que si no vino estos años atrás fue simplemente porque él no quiso. A la gente la encanta aplaudir, ya lo hemos dicho más veces.

Tanto Ponce como Castella traen a Las Ventas dos versiones contrapuestas del post-espartaquismo. Ahí tenemos la tauromaquia moderna resumida. Por un lado la versión mejor y más estética de la nefasta siembra de Espartaco, la que trae Enrique Ponce; por otro la peor versión de su escuela interpretada por July y recolada por Castella. Las dos versiones toman de su autor intelectual su renuencia a torear con la panza de la muleta y de torear hacia adelante.

Hay diferencias. La principal es que Ponce piensa en el toro, que no trata de imponer sus argumentos desde el primer momento, que negocia con él y que la faena fluye como una sucesión estructurada de pases necesarios, según el concepto del torero, que se realizan en el lugar elegido desde el principio por el matador. Luego, su evidente mando y su temple. Ponce cita con el pico de la muleta colocado por las afueras, pero se trae al toro hacia adentro, se lo pasa cerca y lo deja colocado. Si el animal responde y no se para, el segundo muletazo y siguientes van quedando mucho mejor. Ponce tiene estética y gusto, torea de manera vertical y sus modos son impecables, pero de su manera de torear a estos toros claudicantes no nace la emoción, porque la superioridad del de Chiva sobre ellos es tan manifiesta que, lo de Ponce con estos toros bobalicones es como ver a Mike Tyson frente a Eric Pambani (X-Sagerado). Por eso siempre demandamos a Ponce el toro que no le da facilidades, que le pone a cavilar, que echa al ruedo de Madrid la emoción que desaparece con la manifiesta superioridad de Enrique Ponce y su método. No se le pide que mate la camada de Escolar, como Robleño, pero un torero de su categoría debería haber asumido la responsabilidad de haber forzado más la máquina a la hora de elegir el ganado de su voluntaria reaparición en Las Ventas.

Castella aplica los principios de la julianez. Su diferencia principal con lo de Ponce es que este modelo no desea en modo alguno pasarse cerca al toro: lo mueve por fuera, casi rectilineamente, y va componiendo las series a condición de que la naturaleza estúpida -brava dicen ahora- del animal le haga repetir las embestidas y, sobre todo, no pararse, pues si el bicho se para se rompe la magia al quedar el torero en una posición muy desairada. Para favorecer las largas carreras del bicho, y para eliminar riesgo, se descarga la suerte, se retrasa la pierna de salida, y se inclina de manera poco natural el cuerpo. Eso, justamente, es lo que resulta más antiestético cuando el animal se queda parado. Las cercanías en esta versión se dejan para los momentos finales de la faena, a base de desplantes achulados y demás parafernalia. El problema principal de los dos toros de Castella es que ninguno de ellos cumplió con la condición principal, la de no pararse, y por eso ninguno de sus dos trasteos cobró vuelo. No es que no hubiese un solo ¡Ole!, que ya nadie lo dice, es que ni siquiera hubo un maldito ¡Bieeeennn! en toda la Plaza para él. Bueno, ya falta poco para que veamos en acción a Julián de San Blas, a ver lo que trae bajo el brazo.

David Galán es el hijo de Antonio José Galán. Tomó la alternativa en Málaga en 2005 y hoy la confirmó, vestido de blanco, sin haber toreado un solo festejo el año pasado. Podemos decir que Galán es un daño colateral de Fandiño, porque David Galán practica, al igual que su padre (q.D.g.), la estocada encunándose. Posiblemente su idea sería ejecutarla esta tarde en Madrid, pero el de Orduña le pisó la exclusiva.

Me gustó mucho José Chacón dando con el capote una lección de brega.


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