jueves, 9 de mayo de 2024

Hughes. Real Madrid, 2-Bayern, 1. El milagro mecánico



@realmadrid


HUGHES

Pura Golosina Deportiva


Juanito decía que 90 minuti en el Bernabéu eran molto longos. Ahora  son molto longos tres minuti, que al Madrid le dan para cambiar partidos, eliminatorias, carreras y volcar los estómagos como si despegara un avión con 85.000 personas.


El capote de Raúl ha sido sustituido por la silla de Álaba, Juanito sería Rudiger y Vinicius es la más grande estrella que el Madrid moderno ha tenido porque ni siquiera Cristiano, con lo que ha sido Cristiano, que al Bayern le llegó a meter algún hat trick, tuvo su influencia en un partido. El mundo entero ha visto a Vinicius. El partido cambió con él, estuvo en él.


¿Por dónde empezar?


El Madrid comenzó ordenado a su modo orgánico. Cada uno en su sitio, sin rigores geométricos, como si la natural disposición de Kroos, Bellingham y Valverde dibujara un signo del zodiaco, una constelación de forma caprichosa. Ancelotti era conservador: con Kroos pelota juiciosa, con Tchouameni asegurarse sitio en el campo.


Era Vini el que primero quería crearse su pasillo, su corredor.


El Bayern controlaba mucho la pelota, la posición y amenazaba con un contragolpe lanzado por Musiala sobre Gnabry. No era aquella presión alta y marciana del Chelsea. Era algo más llevadero y soportable. Un moderado repliegue. El Madrid, por ejemplo, encontraba bien las bandas y llegaba. Vinicius  tuvo un palo en  el minuto 12 y alguna ocasión más. Presionaba más el Madrid, quería mandar más. ¡EL bloque bajo eran ellos, por fin, ellos tendrían que sufrir toda la noche!


Se pisaba la banda pero faltaba la conexión central. Bellingham y Rodrygo no se terminaron de entender. Les faltó siempre algo, un clic. Era como si los dos tampoco tuvieran muy claro su papel; en cierto modo, los dos eran un poco delanteros, un poco mediapuntas...


El Bayern hacía algo bien porque estiraba el campo, lo alargaba, y con ello el partido. Sus contras no eran rápidas y efectivas sino latencias de posición.


En esos minutos de densidad, de trabazón, cuando parecíamos internarnos en una fantasía seguramente pervertida de Tuchel, vimos más claro que nunca la importancia de Carvajal, que siempre tiene algo de lateral-interior. Sin modernidades ni proclamas, Carvajal es un lateral moderno porque hace de carrilero y posmoderno porque se mete de interior, como en un guardiolismo. Sobre todo en la defensa. Siempre es el que hace la primera defensa, despeja la pelota suelta, hace la falta táctica. Una especie de fontanero interior y el que tiene la madurez máxima de pasar del ataque a la defensa inmediatamente.


Se lesionaba Gnabry y Davies le mejoraba (mantenemos su fichabilidad).


El Madrid tenía un defecto. Vinicius estaba demasiado centrado y nadie entraba por la izquierda. Kroos abría balones a la derecha una y otra vez, eran como trazos de un retrato que Kroos le estuviera haciendo a alguien.


El Madrid lograba peligro, algo de peligro, "expected goals", cuando robaba, cuando fallaba el rival, pero la construcción era difícil. Había respeto, canguelo y tacticismo a gogó en el Bayern. Pero el Madrid mandaba y pisaba en campo ajeno.



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Aunque ya en el último tramo de la primera parte, con la salmodia bávara de fondo, se veía que el partido eran las intentonas de Vinicius, completamente individuales (Mendy ya no le estorba) contra el bloque de tuchelismo, de tuchelaridad, un rival latoso como un problema o un acertijo, complejo y lo suficientemente vivo arriba como para dejar un inquietante perfume de peligro. Volvíamos a sentir lo que es este Bayern: no presiona mucho, no son un cerrojo italiano, no son los más rápidos, ni alargan como el City las posesiones, pero lo tienen todo en cierto grado. Eran esa sobresaliente medianía, un lujoso medio pelo con el punto de premeditación y alevosía propio de Tuchel.


Todo esto y alguna cosa más se sentía antes del descanso, pero también que el Bayern había dejado de causar peligro. Había un respeto mutuo, un respetuoso agarrotamiento, algo ajedrecístico y mentalmente cansado. Y una energía por desencadenar.


El Bernabéu había pasado del optimismo a cierta congoja aprensiva. El partido era un 'agónico sostenido', una ligera sensación que no se iba... ¿era miedo, simple miedo? ¿Miedo de ganar, de imaginar las formas desnudas de la 15ª? ¿Estaba fundado ese miedo?


Vinicius fue, como siempre, el primero en quitárselo. Vinicius es como un viento de Levante. Una levantera de fútbol, de tobillos, de técnica que parece oculta por la fuerza y la velocidad. Nos estamos perdiendo una realidad viniciana, la máxima precisión suya, el super slow que ya está mereciendo... La primera fuga, por ejemplo, la comenzó con un toque rarísimo de la pelota; la pisó para darle un efecto de ligero retroceso, un magnetismo curvo de cola de vaca, como si la pelota obedeciera a un yoyó.


Vini se puso en la izquierda, en su sitio, y comenzó a embestir contra el Bayern haciendo con Kimmich lo que días antes con el coreano Kim Min-Jae y antes con tantos: arruinar una carrera, cuestionar una vocación, acelerar una retirada...


Se fue una vez, se fue dos, tres, cuatro, cinco, seis... pero nadie comparecía en el área a rematar la faena. Vinicius regateaba al lateral y al ayudante y al llegar al área, en medio de lo que para nosotros es alegría pero para los demás terror (por eso hemos de entender también la vinifobia), dejaba la pelota para el remate de un 9 que no había. También chutó él, lo intentó todo y encontró al eterno Neuer con su suave inexpugnabilidad no odiable.


Vinicius encendía la noche y el estadio, decantaba el partido. Sobre esa reconocible pasta táctica, esa densidad hecha de cerrazón y miedo, se elevaba Vinicius.


El duelo era él contra Tuchel. Uno a cada lado de la cal en la banda.



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La Champions es la Champions porque se sufre. Siempre ofrece sufrimiento. Y quizás el mejor homenaje del Madrid, su simbiosis con la competición sea respetar esa verdad suya y de la vida: aquí hemos venido a sufrir, esto es un valle de lágrimas y la Copa de Europa el Madrid la siente más y la vive más porque la ha españolizado de tormento y gloria, la ha convertido en una festividad angustiosa, ni Pascua ni Carnaval, pero un poco de las dos.


Es decir: ya amenazaba el canguelo y se percibía muy claro verlo en el alargamiento del campo, en el vacío por el centro. Pasaba el minuto 60, Ancelotti se resistía al cambio, pero Kroos daba señales de cansancio en la media cuando el Bayern ya se estiraba. Fue Musiala primero, con parada de Lunin, y muy poco después, Davies, su gol con la derecha rompiendo a Rudiger en carrera.


¿Se hubiera producido esto de haber llegado antes los cambios? No es la primera vez que pasa, que llega tarde el refresco. Ancelotti cambió con el gol, entraron Modric y Camavinga. No se puede negar que va a remolque. Pero también tiene su lógica: Ancelotti no busca tanto imponerse al partido como respetarlo, dejar que se manifieste. No es un visionario, reacciona a lo que el partido le pide, le aconseja. Lo escucha humilde como se escucha el tiempo. ¿No estará aún Ancelotti mirando el fútbol campesinamente?


Estaba claro que Modric y Camavinga, y luego Brahim iban a sentarle bien al Madrid. Pudo empatar en el 71, pero se pitó, vía VAR, falta de Nacho; agarró a Kimmich del cuello un poco juaníticamente (fastidió el gol, pero ese atavismo no lo condenamos).


Con Brahim entró Joselu. Tuchel, harto de la reincidencia de Vinicius le ajustó la banda, pero el Madrid ya tenía otra viveza, más voces, otros jugadores para regatear y, muy importante, un nueve.


Empezó el bombardeo. Hubo miedo en las caras y los balones los centraba Rudiger. Ahí se veía todo perdido y el madridismo se dividía entre atacaos y flemáticos. "Son molto longos, recuerda que son molto longos". Las remontadas se repetían en nuestra cabeza como un imposible acervo, ¡un background que nadie tiene!


(¿Es la aparición sistemática de la Providencia señal de que Dios existe, sin entrar en que sea madridista?)


El Bayern se acalambraba, el tic-tac era puñetero. Era un contraste de agonías. La primera parte fue sutil, un pellizco aciago, esta palpitaba en las sienes. El placer de ese sufrir era máximo: la vida se iba, pero como dice Toñín el Torero: hasta el morir, hala Madrid hasta el morir. Comprendimos que el placer del madridismo es masoquista y redentor. Es un vértigo. El Madrid tuvo que ponerse ahí, quiso ponerse ahí. Quiso sentir el pitón. Su ser mejor, un poco mejor, y merecer ganar no era bastante. Tuvo que verse fuera, perdido, para salir pitando del ataúd con un vitalismo digno del abuelito de Benny Hill.


Pasó lo que no nos atrevíamos a soñar por no hacer del milagro algo mecánico: una milagrería objetiva (¿y si nos acostumbramos a esto, y si nos cansamos de esto también?).


Primero fue Vinicius. Siempre fue Vinicius. Se fue por enésima vez, chutó contra Neuer, cuyas manos por fin fallaron y el rechace lo pescó novenamente Joselu.


El gol provocó el éxtasis. El equipo comenzó a levitar y se volcó. Que no habría prórroga lo sabíamos todos (algunos la deseábamos para prolongar morbosamente todo). A los pocos minutos, segundos, un balón colgado le llegó a Rudiger, que centró en posición de Gordillo para que Joselu rematara a gol. Intriga de VAR, pero gol claro.


Los pelotas de Florentino, que son otra macrestructura, mayor que el propio estadio (¡los cerchas de Flo!) dirán que el club acertó este verano y es verdad, pero Joselu también nos recuerda el respeto que merece el 9, un 9, cualquier 9 (en dígito mejor que en letras porque el 9 parece un rematador).


La gente se rasgaba las vestiduras, todo estallaba, sólo que ahora rebotaba en un techo. Tuchel se tocaba las sienes pidiendo cabeza o suicidio wertheriano. El Madrid le había hecho al Bayern lo que el United aquella vez. Pim, pam, dos goles postreros y adiós a una Champions.


Y Tuchel volvía a encarnar, como antes Pep, la figura del mister cerebral sobrepasado por lo intangible, lo imponderable, lo inefable, lo madridista; se les hunde el pecho y aparecen nerviosos, comidos por los tics, impotentes e histéricos como pequeños tiranos terminales. Sus mapas extendidos acaban arrugados en la papelera.


Así deja el Madrid, uno por uno, a los mayores tácticos del fútbol mientras labra la más grande leyenda deportiva conocida. El mayor riesgo del Madrid es el país en el que está.


Era imposible que el Bayern empatara. El Madrid estaba extático, arrebatado. Había descapullado místicamente. La electricidad era capaz de influir en la realidad, determinar el futuro inmediato.


Hubo el lance final, gol no fue porque se anuló la jugada previamente. Fue una caridad arbitral con los rivales, darles algo a lo que agarrarse. El gol que no fue de De Ligt (pero que será su pequeño trofeo) lo cantaban así en la catalana Rac-1: "Quin escándul! Quin escándul! Xiulada antes de la rematada... Desenllaç kafkiá, desenllaç kafkiá en el Bernabéu". Y un poco de razón sí tenían.



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