viernes, 31 de mayo de 2024

Muro de las democracias



Ignacio Ruiz Quintano

Abc


Ruidajera liberalia en Madrid porque Pedro Sánchez ha tenido el valor de escenificar en un Pleno del Congreso la ignominia democrática que supone un Banco Azul en el Parlamento (que no lo es).


¡Sánchez ordena a Armengol que quite la palabra a Feijoo! ¿Adónde iremos a parar?


Vamos a parar al 78, cuyos constituyentes aceptaron (¿qué no aceptó aquella pobre gente?) el Banco Azul, cuya sola función es la intimidación. Sánchez, el Ejecutivo, da órdenes a Armengol, el Legislativo, porque puede, pues carece de control político, exactamente igual que pudieron hacer Suárez, Calvo-Sotelo, González, Aznar, Zapatero y Rajoy. Lo que pasa es que, en la cosa de la democracia política, nuestros liberalios (periodistas, profesores, juristas) son la apoteosis de la calabaza, y les ha llevado medio siglo caerse del guindo, lo cual no quita que muchos Popeyes del trinconeo sigan dándole al bote de espinacas sanchismo-trumpismo-putinismo (todo vale para el convento, decía el fraile, y llevaba una lumi al hombro), animados por Ursula von der Leyen, Rosie, a quien nadie votó, pero que trae un “Escudo Europeo de la Democracia”, que consiste en “detectar y eliminar contenidos en línea de supuestos enemigos de las democracias” (?) en un continente que no ha conocido la democracia política, salvo en Francia y en el papel: la Constitución del 91, que no entró en vigor, y la del golpe del 58 de De Gaulle, que copió, mal, la americana del 87.


El Muro de las Democracias (?) que propone Rosie, la doctora que plagió su tesis, no va más allá de que Sánchez, el doctor que plagió su tesis, pueda marcarse con ella (con Rosie, no con la tesis) el “Mrs. Robinson” de “El graduado” y embaucar a los memos.


Rosie, la muralista, es Alemania, que ni siquiera tiene Constitución: anda por la vida política con una Ley Fundamental redactada por un nazi “embraguetao”, Theodor Maunz, a las órdenes de un ejército de ocupación. Y los países palmeros del Muro chapotean políticamente en el lodo primordial de otro alemán, Leibholz, cuyo Estado de Partidos es una elaboración contra la democracia representativa. “¡Derriben este muro!”, fue la admonición de Reagan a los soviets que todo demócrata, por sentido del ridículo, debería hacer ahora a Bruselas. Pero en el muro de Rosie los liberalios creen ver el “Pomerium”, o frontera sagrada, de Roma, cuya magia estudió un tercer alemán, Sloterdijk: nosotros somos sólo lo de dentro del “pomerium”; lo de fuera del “pomerium”, no es nuestro, pero nos pertenece, y para eso la Otan.


Desde un punto de vista liberalio, el muro de Rosie es el contramuro de Trump (y de Putin más Sánchez). En el desierto europeo (“el desierto crece, ay de aquél que alberga desiertos”), Rosie traza una frontera alrededor del monte Zugspitze: nadie debe cruzarla, excepto ella. Al tercer día toda la montaña humea, arde, tiembla, y sólo Rosie sube a la cima a recibir de no se sabe quién los diez mandamientos de la patocracia.


[Viernes, 24 de Mayo]