Las amistades peligrosas
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Lo anticipó Napoleón, que de “putoamismo” sabía más que cualquier pelanas español: “Para volver de la tragedia a la comedia, no hay más que sentarse.” Y esto es a lo que, sentada ante el televisor, ha vuelto España.
El mundo vive en el segundo de los dos siglos de nihilismo que profetizó Nietzsche, pero el españolejo de corral pelea por “pasar a la historia”, como Pedro Sánchez, que nos dejó una carta de anacolutos y solecismos para jugar a Carlos V camino de Yuste por amor a la familia, que sólo era otra trapisonda (la carta, no la familia) del Estado de Partidos, en el cual todo es mentira menos lo malo.
Primo de Rivera, el dictador que hizo grande al partido socialista, dejó a la novia porque ésta jugó en Bolsa y la “extrema derecha” podía sospechar que lo hacía con información privilegiada. Por bulos parecidos, Pedro Sánchez ha estado a punto de dejar tirada a España con una carta que no es como las de la marquesa de Merteuil y su cómplice Valmont en “Las amistades peligrosas”; ni como la “Carta sobre los ciegos, para uso de los que ven” que le costó la cárcel a Diderot; o como la de Uribes, el del rabo de toro en Casa Salvador, a Infantino y Ceferino.
–Don José, una pregunta: ¿de quién son las cartas, del que las escribe o del que las recibe? –abordó un día el Séneca a Pemán.
Las cartas, como las palabras, son del que las recibe; en este caso, el pueblo, que ahora es más rico con la carta atenagórica (“digna de la sabiduría de Atenea”) de Pedro Sánchez, que va por el mundo hecho un “puto amo” (cita de su ministro de jornada, Puente)… “porque habla inglés. ¿Con qué acento?
El ministro descubriría la importancia de hablar inglés en nuestro mayor filósofo, Santayana, que en 1887 fue invitado por el segundo conde Russell a casa de su abuela, Lady Stanley of Alderley, que le dijo: “¡Pero qué bien habla usted inglés!” Un cumplido que al filósofo no le gustó, pues implica que uno habla como extranjero, y aclaró que se había educado en Boston. “Pero no tiene usted acento americano”, insistió la abuela. Santayana añadió que todo su inglés era americano, pues que sólo había estado tres días en Londres. “No –reconoció Lady Stanley–, no tiene usted acento ‘londinense’. Usted habla como la reina Victoria”.
Sánchez hablaría, pues, un inglés como el de la Reina de un país donde Ricardo Corazón de León no lo hablaba y Jorge I no lo entendía, lo que aprovechó Walpole para su “Old Corruption” (el rey, que no se enteraba, dejaba en manos del ministro el latazo de nombrar gobierno y gobernar), cambiando la monarquía constitucional por el parlamentarismo de gabinete.
–La fonética de un idioma es lo decisivo –dice el fundador de la ciencia constitucional: a la “pax romana” pertenece el latín, cuyas palabras son de un orden preciso. El idioma anglosajón, por el contrario, es oscilante-marítimo. El idioma pendular marítimo no es capaz de gobernar el mundo.
Bienvenidos todos a la desembocadura del 78. A remar.
[Martes, 30 de Abril]