domingo, 12 de mayo de 2024

Gibraltar español

el dominio del Estrecho, la federación con Portugal y la unión con América

Juan Vázquez de Mella


Martín-Miguel Rubio Esteban


 Decía el otro día Hughes en un artículo de este digital titulado “Por un Comité de Actividades Antiespañolas” que el decaimiento y la acedia nacionales son tan grandes que desde hace mucho tiempo ya no se reivindica a Gibraltar como territorio español. “En España no se habla de Gibraltar, por ejemplo. El mundo se descoloniza, los países, los museos, los continentes, el orbe entero, y Gibraltar aquí es un tabú que crece a costa del mar español. Somos un país sin nervio, con la honra desfigurada y en el perímetro de nuestra cárcel dan vueltas demasiados carceleros”, sostiene quien pilota estas IDEAS, sin duda patriota indignado.


    Sin embargo, desde que Gibraltar cayera en agosto de 1704 en poder de Inglaterra, todos los gobiernos de España —salvo quizás el del incapaz y estrafalario Zapatero y el de este traidor compulsivo que es Sánchez; pero tampoco han molestado mucho a los británicos los cancilleres populares, para decir toda la verdad— y la política exterior española han sido perfectos intérpretes, con mayor o menor agudeza, del ardiente deseo nacional de la reintegración de Gibraltar a la soberanía de España. Sin embargo, tenía toda la razón Ganivet cuando exclamaba: “Gibraltar es una ofensa permanente de la que nosotros somos en parte merecedores por nuestra falta de buen gobierno”. Grandes prohombres españoles, como el gran escritor gaditano, José Cadalso, entregaron su vida en su loco afán de tomar esa plaza de ignominia. Y hasta los ingleses más honorables, como Cobden, el padre del liberalismo, creador del lema “Free Trade, Goodwill and Peace among Nations” —sobre el que Marx creó el suyo, “¡Proletarios de todos los países, uníos!— y Bright, llegaron a pronunciar discursos en la Cámara de los Comunes sobre la inicua usurpación de un pedazo de territorio español, “que arrebata a nuestra patria toda autoridad moral” (Cobden). Francisco Martínez de la Rosa, Mazarredo y Salazar, Aparisi y Guijarro, Sagasta, Ganivet, Moret, Donoso Cortés, Cándido Nocedal, Castelar, José de Carvajal y Hué, Antonio Garijo Lara, José González Roncero, Cánovas del Castillo, Dávila, Güel y Renté, Ramón Nocedal, Vázquez de Mella, Miguel Primo de Rivera, Dato, el conde de Romanones, Manuel Aznar, Indalecio Prieto, Gumersindo Azcárate, Claudio Sánchez Albornoz, Luis Zulueta, Alberto Martín Artajo, Francisco Franco, Jaime de Piniés, Galarza, y cien políticos más, tanto de izquierdas como de derechas, se opusieron con todas sus fuerzas a la desaprensiva pretensión británica de que se mantenga el statu quo en Gibraltar. España entera ha reivindicado Gibraltar desde el momento mismo en que lo perdió. Gibraltar es un anacrónico territorio colonial en suelo español, no sólo porque los ingleses lo han declarado así oficialmente, al clasificarlo primero como una “Crown colony” y después como un territorio no autónomo, sino porque la situación política de Gibraltar es una típica situación colonial rancia y trasnochada.


    Los objetivos estratégicos a los que se debe la presencia británica en Gibraltar se aprecian claramente a lo largo de tres siglos, durante los cuales el Peñón fue elemento clave de la situación militar europea y posición  disputada constantemente por España a Gran Bretaña.


    Y los graves incidentes que se han producido entre los valientes e írritos pescadores españoles, todos buenos patriotas, y la Royal Navy protegiendo el morboso rencor antiespañol del infumable Picardo nacen de una muy profunda y siniestra pretensión colonial de la vieja Gran Bretaña. Pues Gran Bretaña viene considerando desde 1826 que el puerto de Gibraltar se extiende al este de una línea ideal que une Punta Mala con Devil´s Tongue, embarcadero del antiguo punto gibraltareño. Como puede verse, Gran Bretaña esconde en la manga la impertinente y desaprensiva reclamación de tener como aguas propias las que bañan la parte oeste del istmo, en el que se asienta La Línea de la Concepción —población que cuenta con 90.000 habitantes: el triple que Gibraltar—, y cuyos ciudadanos, al bañarse en el mar que tienen frente a la puerta de su casa, lo tendrían que hacen en aguas inglesas.


    País colonizado sin ninguna justificación moral, en lo que a Gibraltar se refiere, la seguridad de España sufre los inconvenientes de tener en su suelo una base extranjera que ha sido la causa de un aumento de la peligrosidad en la zona vecina, expuesta siempre a los ataques de los posibles enemigos de Gran Bretaña. Así, en la Segunda Guerra Mundial, uno de los bombardeos alemanes de que fue objeto Gibraltar afectó seriamente a la Línea de la Concepción, donde, además de daños materiales, produjo 36 muertos. Y hoy que el Reino Unido es, como siempre desde Disraeli, el principal enemigo de Rusia, se vuelve a poner en posible peligro a las gentes de la Línea de la Concepción.


    En el suelo español se ha visto ir surgiendo con los siglos, y contra la voluntad ofendida de España, una colonia de un país extranjero, y el territorio de Gibraltar queda así puesto al servicio de los supremos intereses políticos de otra potencia. Cuando las Naciones Unidas han condenado el colonialismo, han tenido muy en cuenta los males que él mismo entraña. En el caso de Gibraltar, en el que hemos visto que una base militar se transforma por la voluntad unilateral de quien la ocupa en una colonia, los males del colonialismo se aprecian en su más alto y abyecto grado.


    Por otro lado, Gibraltar vive a costa de España y del blanqueo de dinero, y por ello constituye un tumor canceroso enquistado en la economía de nuestro país. Y si es posible —sólo posible— que el Peñón no merezca hacer una guerra contra Gran Bretaña —olvidando a los buenos españoles que heroicamente entregaron su vida por resistir la codicia asesina del despiadado almirante Rooke—, nos impide mantener con Gran Bretaña una amistad sincera.


    Si ya es insoportable ofensa la existencia sola (incluso muda) del Peñón robado y usurpado, cualquiera ulterior ofensa que adrede devenga del Peñón —como ésta de acosar a nuestros pescadores y arrojar al mar bloques de hormigón más preparados para desgarrar las redes de nuestros pesqueros que para estimular la creación natural de un arrecife—, debería conllevar el cierre inmediato de la verja ignominiosa que levantaron los ingleses en 1906. De todos modos, celebramos en su día el impulso patriótico que el Sr. Margallo infundió en nuestra política exterior —que duró dos telediarios— en donde el hondo patriotismo debería ser siempre una nota de sentido común.


    Costó mucho a Castilla la recuperación de Gibraltar de manos de los moros; ocho sitios tuvo que hacerse a aquel baluarte, muriendo en tales asedios miles de castellanos, hasta que Juan de Guzmán, hijo de don Enrique de Guzmán, descendiente de Guzmán el Bueno y una víctima más del séptimo sitio, consiguió reconquistar la plaza española en 1462. En 1506 la Reina Católica habló de aquella estratégica ciudad como “la Noble y Más Leal Ciudad de Gibraltar, Llave de España”. Y en 1704, aprovechando una larga guerra civil-dinástica entre los españoles, los ingleses, gracias al almirante Rooke, tomaron posesión de la plaza en nombre de Doña Ana, reina de Inglaterra. Posteriormente Rooke intentó apoderarse de Ceuta desde Gibraltar, pero su ataque fue un rotundo fracaso, y se produjo el décimo segundo sitio de Gibraltar, por el marqués de Villadarias, que fracasó. Jorge I, en un manifiesto del 8 de enero de 1719, prometió a Felipe V “procuraría la restitución de Gibraltar, que tanto interesaba a la nación española, y que el rey deseaba ardientemente hacía mucho tiempo”, llegando a afirmar en el Artículo VIII: “En fin, el Rey se obliga a obtener para el Rey de España la restitución de Gibraltar”. Pero el rey inglés no pudo cumplir con su palabra porque el Parlamento se opuso en masa. En febrero de 1727 España inicia el décimo tercero sitio de Gibraltar, comandando las tropas del Conde de las Torres, y no pudiendo los españoles conquistarlo, tras muy graves pérdidas, se llegó a un armisticio el 23 de junio de 1727. En 1749 el Primer Ministro, William Pitt, a través de su embajador Koone, propone a España permutar Gibraltar por Menorca, que a la sazón ocupaban los ingleses, a lo que Fernando VI se negó. En 1779 Carlos III declara la guerra a Gran Bretaña y se produce el décimo cuarto sitio de Gibraltar. En pleno asedio los británicos piden unas negociaciones de paz, a las que el conde de Floridablanca estúpidamente accede; lo que posibilita a los ingleses la llegada a Gibraltar de una nueva escuadra que salva a la plaza para los casacas rojas. A finales de 1780 el general Barceló  ataca Gibraltar con una escuadrilla de lanchas bombarderas y con innumerables baterías desde tierra. Pero cuando estaba a punto de rendirse Gibraltar, el almirante Darby, perseguido por la escuadra española, al mando de Luis de Córdoba, consiguió colarse en Gibraltar y desbaratar el sitio. Lograda la reincorporación de Menorca, se redoblan los esfuerzos para la toma de Gibraltar en 1782. En un ataque a la plaza muere el poeta y coronel gaditano José Cadalso. Su amigo el poeta Meléndez Valdés escribe: “Oh fatal Calpe! ¡Oh rocas que rizadas / subió al cielo la sañosa frente, / gratas tanto al abrigo / de la altiva Albión, cuanto infamadas / por ominosas a la hispana gente! / Desde la edad del infeliz Rodrigo / siempre halló el enemigo / en vosotras favor, gozando abrigo / sus fuertes naos y cargadas flotas. / ¡Oh vil traición!, vuestro seguro puerto / siempre sus haces rotas, / mi patria, en luto envuelta, vio perdida / a vuestros pies su juventud florida.” En 1796 Godoy, primer Generalísimo de España, declara la guerra a Inglaterra; se produce un combate naval en la ensenada de Gibraltar. Los españoles hunden el navío británico “Aníbal”, pero vuelve a acabar en desastre la operación española. La sangre vertida en Gibraltar por miles de compatriotas nos obligará siempre, por un mínimo de dignidad, a tener la reconquista de Gibraltar como un objetivo nacional sagrado. En 1863, el jefe radical de la Cámara de los Comunes, Mr. Bright, pronunció un célebre discurso en el que, entre otras cosas, afirmó: “Gibraltar es el monumento de una guerra loca y de una paz vergonzosa; desde hace cien años la posesión de Gibraltar exaspera a España contra nosotros. Inglaterra se apoderó del Peñón de Gibraltar cuando no estaba en guerra expresamente con España, y lo retiene contra todos los códigos de la moral.” Por la misma época nuestro Donoso Cortés decía: “Inglaterra está todavía más cerca de nosotros que la Francia. Si la Francia está en nuestras fronteras, la Inglaterra está en nuestro territorio; si la Francia está en nuestras puertas, la Inglaterra está en nuestra casa”. Y Castelar exclamaba en las Cortes el 28 de febrero de 1878: “El Peñón de Gibraltar, carne de nuestra carne, hueso de nuestros huesos, parte integrante de nuestra nacionalidad, ayer tomado por perfidia, hoy sostenido por fuerza, y cuya reivindicación deben transmitirse como legado necesario, unas a otras, todas las generaciones. Porque no puede vivir; no, en paz, pueblo tan susceptible y digno como nuestro pueblo, con esa sombra en la frente, esa herida en el corazón y ese dolor en el alma”. Pero, desgraciadamente, esta horrible generación de políticos que tenemos, probablemente la más bruta, despreciable y desaprensiva de los últimos noventa años, no se siente heredera de aquel sagrado deber de transmitir la sagrada reivindicación patria de la que hablase el gran Emilio Castelar. En 1921 Juan Vázquez de Mella afirmaba con ardor: “Todos los hijos de España deberían oír, desde el regazo de sus madres, que tenemos un fin común y colectivo que une a todos los pueblos peninsulares: el dominio del Estrecho, la federación con Portugal y la unión con América. Cuando nuestro pueblo sienta esos ideales, cuando los lleve encendidos en el alma, ya se verá cómo en la primera ocasión propicia que se presente en la historia surgirá con una potencia y una energía tales que asombrará al mundo”. Finalmente, recordar que la única solución que en su día nos han dado los ingleses ha sido permutar Gibraltar por otros de nuestros territorios. Menorca por Gibraltar. Ibiza por Gibraltar. Ceuta por Gibraltar. Nunca aceptamos ese trueque que nos rebajaba aún más. Esperemos que el espíritu patriótico de personas como Castelar o Vázquez de Mella se insufle en las futuras generaciones de políticos. Porque respecto a la del presente lo mejor que podemos pedir es que pase pronto.


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