domingo, 26 de mayo de 2024

Hughes. Real Madrid, 0-Betis, 0. Por Kroos lloró hasta el apuntador

 

@realmadrid


HUGHES

Pura Golosina Deportiva
 
Nada antes tuvo importancia. El partido fue como unos toros a la portuguesa. Faltaba el 'agonismo' necesario para entrar o para regatear y hasta la explosividad de Vinicius parecía fuera de lugar. Nadie arriesgó una fibra, una articulación.

El Betis fue un gran y caballeroso rival en el homenaje a Kroos. Participó en el pasillo, como una guardia de honor por la que pasó el siempre impecable prusiano, con gran tifo de fondo. Su cara era la de estar disfrutando un paisaje por última vez.

El partido tuvo alguna cosa, pero no merece la pena pararse en ella. Pudimos ver a Kroos un poco más. Queríamos apresar su fútbol, como turistas con la cámara. Hacer capturas de pantalla al parpadear. Sentir cosas con un jugador nada patético. Controlaba con el brazo a media altura, con ese toque con el que evita al rival y abre su panorama, un control-regate que fue el único regate que hizo y no dejó de repetir.

Pudimos disfrutar de su lugar, donde acabó feliz incrustado cerca del lateral izquierdo y de sus pases a la derecha, elevados como un puente sobre la Castellana...

El Madrid ha consistido en absorber el juego en la izquierda y balancearlo a la derecha con un suave paso suyo. Oscilaba el juego y lo volcaba como la imagen en una tablet. Apaisaba lo vertical y cambiaba el plano, pero su mérito no estaba tanto, ahora lo comprendemos, en su gesto técnico del pase, por perfecto que fuera, como en su manera de estar dentro de la jugada, siempre cerca de ella, acompañándola, suficientemente dentro como para tocar, jugar, pasar, apoyar, pero también lo suficientemente fuera como para cambiarla y alejarla.

Esa integración de engranaje singular, imperceptible pero con una autoridad superior, callada distinción, es lo que más recordaremos, junto con el tono músico-moral de sus pases, el ritmo de sus vaivenes y el tono temperamental, tan suavemente frío, cálidamente azul que le daba a la pelota.

Ancelotti destacó su falta de ego. "Poco ego". Fútbol sin yo, ligero, sencillo, sin complicaciones ni operetas ni espectacularidades. Ni un toque más del necesario. Tan sencillo que resultaba sospechoso.

 


(Pep Guardiola fue algo así pero miremos que descomunal ego acumuló para después. Pero Kroos fue otro gran economizador del fútbol, el jugador más magro, con menos toques sobrantes, pero de un modo distinto. En Kroos nunca hubo una devoción ideológica a una idea, ni un superego asomando tras el juego simple. Kroos fue la desnudez del juego hasta su cima de sabiduría).

En fin, todo se ha dicho ya de Kroos, y es previsible que se digan más cosas en el futuro, cuando ya no esté. Algo de la calma de Kroos queda en el rítmico subir y bajar de la coleta de Camavinga. Ahí le buscaremos en futuros big bangs.

El partido empezó, realmente, con los cambios de Ancelotti, que siempre reabren un segundo tiempo más significativo. Empezó Kroos a recibir una salva de aplausos en cada córner, en cada falta y, de repente, Davide silbó y llamó a Modric, que calentaba. Cada gesto estaba ya cargado de importancia.

Entró y los últimos minutos los jugaron Kroos y Modric; el trío quedó en dúo y ahora se quedará en artista único. Quizás les pasó también a los Hermanos Marx.

Todos los balones (pelota es el 'esférico', balón es la pelota 'accionada') tuvieron desde entonces un sonar de violines de despedida: último control, última apertura, última falta (le buscaron para que marcara), un último córner... Se llevaba la mano al flequillo por última vez. Unos recordaban lo vivido, otros ya lloraban lo perdido...

Llegó su cambio. Sonaban clarines que no hay, callaban bocinas que tampoco ya. Le puso el brazalete a Modric y se fue entre abrazos de todo el mundo. Fue abrazado hasta el último utillero, lloró hasta el apuntador. Habíamos visto a Kroos levantar copas y ahora levantaba a sus niños rubios como Copas del Mundo, que ya lloraban desde mucho antes, la primera la niña, con debilidad. Ahí se "rompió" Kroos, el hombre frío. Sus ojos azules, de mirada inconfundible (ser de lejanías de verdad), estaban colmados. La organización del Madrid, que solo tiene un rival en el mundo ya, Más Madrid, había bordado el acto. El Madrid sabe cómo hacer llorar a sus leyendas y con Kroos había que tenía que hacer algo especial.

Hasta la grada dio algo distinto de sí. Durante minutos, más minutos de lo habitual, sonó un único canto, como lo cantan en Munich, casi un mantra: "Te quiero, Toni Kroos; te quiero, Toni Kroos...". Ojalá hubiera seguido cinco, diez minutos más.

Cuando se fue, aunque las cámaras y los ojos seguían en él, fundido a su familia -así se deja el Madrid- una pequeña pancarta, tan humilde que parecía de los 90, brotó tras el fondo sur: "A por la 15ª". No se había hablado de ella, ni pensado en ella, solo en Toni Kroos, pero, sobre todo, en todas las veces que en estos diez años Toni Kroos dirigió nuestras miradas, que fueron tras sus balones primero con admiración, luego con confianza, después con costumbre, al final con una automática fidelidad. ¿Hemos mirado a Toni Kroos como una mascota, como si fuéramos amigos-perro ya de él? Eso se ha acabado y está bien que las cosas acaben para saber quererlas.

 

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