lunes, 20 de mayo de 2024

Corrida clásica de Miura, que se presentó en Madrid el mismo año de la muerte de Edgar Allan Poe. Tal para cual. Márquez (sin Moore)


Teorema pánico



JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ


Miura se presentó en Madrid el mismo año de la muerte de Edgar Allan Poe. Y mientras los tatarabuelos de Urtasun, ese zascandil que está ahora puesto como Ministro de Cultura (léase Propaganda), ese pijo del Liceo Francés, andaban escardando cebollinos en vaya usted a saber qué pueblo o qué aldea, el toro Jocinero de Miura ya había herido de muerte a Pepete en la Plaza de toros de Madrid, la de la Puerta de Alcalá. Y cuando del infeliz ministrillo no quede ni la raspa y su fútil memoria se haya evaporado, ahí seguirá incólume la fama de esta ganadería y permanecerá intacto el recuerdo de esta singular vacada.


A Miura no se puede ir como el que va a ver al Parralejo o a Parladé. A ver a Miura hay que ir siempre con respeto y unción, en señal de deferencia hacia una impresionante historia y hacia una misma familia que ha mantenido la propiedad y, sobre todo, las señas de identidad de su ganadería durante cerca de doscientos años para que los aficionados de hoy en día podamos tener el privilegio de vernos con este ganado tan singular en su aspecto como sorprendente en su imprevisible comportamiento. Miura puede salir más fuerte o más flojo, pero nunca decepciona y, para aquél que se dedique a observar en la Plaza las evoluciones de cada uno de los toros, hay una garantía asegurada de diversión. No hablamos aquí de bravura, pues no es ésa una de las características principales de los toros de la A con asas, sino de sus repentinos cambios de humor, sus inesperadas reacciones, sus imprevistos parones o sus súbitas arrancadas, su grave seriedad de cristiano viejo traída de otros tiempos o su palpable certidumbre de riesgo, características propias de esta singular vacada de bueyes bravos, en opinión del marqués de Saltillo, cuando le decía al Miura de las patillas:


 –Usted, don Eduardo, con sus bueyes bravos y yo con mis toros mansos, nos hemos hecho los amos de la Feria.


Seis años hacía que estos toros tan singulares no vestían la divisa verde y negra, que es la que usan específicamente en la Plaza de Madrid. Hubo una época, entre 1977 y 1987 que los Miura se tiraron diez años sin venir a Madrid, por lo que nos íbamos a Sevilla en peregrinación a ver cómo los despachaban Ruiz Miguel, José Antonio Campuzano, Manili o Víctor Mendes y después el niño Pepe Luis, el gran Domingo Valderrama o el Fundi. Ahí vimos grandes éxitos y también grandes cornadas.


Para conmemorar su retorno a los madriles los señores Miura embarcaron en Zahariche a seis cuatreños serios y bien puestos, dos de ellos cárdenos, dos castaños girones, un castaño listón y un negro entrepelado, para hacer valer la variedad de capas consustancial a este encaste. Siempre esperamos que nos traigan un salinero, tan raro de ver, recordando a aquél Escogido, número 60, salinero bragado al que toreó Ruiz Miguel con sus proverbiales suficiencia, brevedad y conocimiento en aquel otro retorno de Miura a Madrid de hace cerca de cuarenta años. Para la lidia y muerte de los seis discípulos de don Eduardo y don Antonio contrataron a Rafaelillo, que lleva una buena pechá de miuradas, Juan de Castilla, que se vino volando desde Vic-Fézensac (Francia) donde había actuado por la mañana, y Jesús Enrique Colombo.


La salida del primero de la tarde Almejito, número 9, fue saludada con una ovación a su impresionante presencia miureña de lomo recto y patas largas. Lo primero que hace el toro es destrozar el capote de Rafaelillo y a continuación entrar al caballo de José María González a dejarse pegar. Siempre pensamos en qué harían estos toros de Miura si entrasen a los caballos sin peto, cómo sería su comportamiento. El toro no anda nada sobrado de fuerzas y recibe una barbaridad de capotazos durante el segundo tercio que terminan dejando al animal más parado que los toros de Guisando. Rafaelillo, con casi veintiocho años de alternativa y con un buen saco de corridas de Miura a cuestas, ni se despeina con el marmolillo y lo mata al cuarto intento.


El segundo, de impresionante cabeza y de aspecto que evoca a lo procedente de Gallardo, atendía por Infractor, número 76, su capa era castaña, girón, bragado, meano y axiblanco y su debilidad supina. Los que se habían soliviantado con el primero llegaron al paroxismo con este segundo y no cesaron en sus censuras y protestas buscando la expulsión de Infractor al averno de Florito para ver salir a uno de El Montecillo que estaba de sobrero. Los que habíamos ido a los toros por los Miura hicimos una novena en versión reducida a San Isidro para que don Ignacio Sanjuán, que hoy presidía, no echase al toro y afortunadamente así fue. Juan de Castilla dio distancia al toro y le dejó galopar en tres tandas planteadas de manera muy decidida con las que aplacó a los díscolos y después fue componiendo una faena bastante ensamblada y viril con pases al natural de enjundia, buen trazo y buena colocación. Juan de Castilla fue desgranando su faena de manera muy ordenada y a más para rematar, como final, con una excelente serie de derechazos antes de perder la oreja con el acero a base de dos pinchazos y un bajonazo. Según los datos de la Empresa hoy había en Las Ventas 20.749 almas, de las que sólo el que escribe esto aplaudió al toro en el arrastre.


Halconero, número 77, fue el primero del lote de Colombo, un toro largo y alto de astas menos gordas que lo habitual en esta casa. A estos Miura no les puedes echar cuentas, porque el toro metió la cara con clase en las verónicas de recibo del venezolano, pero eso no implica en ningún caso que el toro fuera a mantener esa actitud en el futuro, como así fue. El toro se echó sin demora por dos veces al cite de Gustavo Martos y cumplió en varas empujando. Banderilleó Colombo como en él es costumbre dejando tres pares que fueron muy aplaudidos. Su faena de muleta comenzó dando distancia al toro, que estaba en el burladero del 10, citándole desde los medios en una serie algo atropellada en la que dejó confiarse al toro y después otras dos en las que le bajó la mano. El toro tenía cuatro series y a partir de ahí cambia su disposición y comienza a quedarse, costándole arrancar al cite. Decía Pepe Luis Vázquez, gran amigo de la casa Miura, que en el toreo «es mejor que digan: ‘qué pena que ya ha acabado’, a que digan: ‘gracias a Dios que ya ha acabado’» y pensamos que Colombo alargó en demasía su trasteo cuando las condiciones del toro ya sólo iban en contra del torero. Con una estocada baja y no sé cuántos descabellos acabó su obra.


El segundo de Rafaelillo fue Gorronsito, número 45, que era la repetición del segundo pero con casi 100 kilos más. El toro husmeó un poco las tablas como con ganas de saltar al callejón, pero seguramente las 54,4 arrobas que llevaba encima le disuadieron de tal acción. Cumplió en varas metiendo los riñones y Juan de Castilla le quitó por gaoneras. En banderillas no da facilidades. Rafaelillo, muy suelto, porfía con las incertidumbres que plantea el toro e incluso consigue medio sacarle una serie a derechas, sin que lo que viene después sea reseñable salvo la buena estocada en los medios y la espectacular muerte del toro, apenas aguantándose en pie y con la boca cerrada hasta que rueda como una pelota, que levantó aplausos entre el público.


Divorciado, número 60, fue el segundo de Juan de Castilla. Para darnos una idea de lo que era tan común en el siglo XIX, el toro decidió saltar por dos veces al callejón. Toma el primer puyazo con convicción y en el segundo la cosa cambia, aunque tampoco podemos decir que la tarde de Iván García sobre el équido fuera como para darle ni siquiera un premio de consolación. De nuevo brilla la disposición de Juan de Castilla frente al Miura. Su faena se basa en el temple y en buscar la buena colocación. El toro es cambiante y aunque Juan de Castilla le va sacando muletazos de uno en uno el conjunto no acaba de ensamblarse, aunque el torero deja buena nota. Mata de estocada desprendida.


Para cerrar la miurada, el de más peso: Escandaloso, número 85, de 637 kilos, castaño con un listón que parecía una flecha, un señor toro que cumple en su entrevista con Pepe Aguado, arrancándose de largo al segundo puyazo. Vuelve a banderillear Colombo con dos pares de exposición dando ventajas al toro y otros dos pares que fueron nones. El toro sacó su otra cara en el último tercio no dando ni media facilidad a su matador, pues a su imponente presencia se unían sus cambiantes intenciones que lo mismo se frenaba en medio del muletazo que amagaba con embestir y no lo hacía o que le colocaba los pitones en el pecho. Colombo no se amilana e intenta diversas maneras de buscarle las vueltas a Escandaloso hasta que, finalmente, tras un pinchazo le deja una estocada que pone punto final a la corrida de Miura, de la que salimos dando gracias a Dios porque, al fin, no hemos visto salir al de El Montecillo de los chiqueros.



Divorciado

Imagen: Botán.

 



FIN