domingo, 19 de mayo de 2024

Rusia en Europa


Benjamin Disraeli, lord Beaconsfield, o “lord-vizconde Tarántula”, como lo llamaba Dostoyevski, que llegó a establecer como primer principio en la política exterior inglesa que jamás fueran amigos rusos y alemanes


Miguel-Martín Rubio Esteban
Doctor en Filología Clásica


Ya desde finales del siglo XVII, Rusia, como cualquier otra potencia europea, se ve siempre encuadrada en alguna de las sucesivas alianzas militares que mantenían un siempre inestable equilibrio de poder en Europa y, por tanto, fue y es agente, junto a las otras potencias, en la configuración que en la actualidad tiene Europa. Así, en la Guerra de Sucesión Española, Rusia se encuentra aliada con Austria, Venecia, Dinamarca y Sajonia contra la alianza que forman España, Francia, Turquía, Suecia y Polonia. Inglaterra al principio defendía las pretensiones del archiduque Carlos, de Austria, pero cuando murió su hermano, José I, e hicieron al archiduque emperador se pasó enseguida al bando de Francia y satélites (¿no podría este Carlos restaurar el Imperio de nuestro Carlos V?), máxime cuando además vio que Rusia se había hecho con los estados bálticos, y se estaba convirtiendo en gran potencia. La corte de Saint-James veía surgir un antagonista mucho más temible que Suecia en el reino de Rusia. El principal objetivo en la agenda política internacional de los ingleses desde nuestra Guerra de Sucesión ha sido impedir el crecimiento del oso ruso, a fin de que el Reino Británico sea el principal jugador en el tablero europeo. En la Guerra de Sucesión Polaca, Rusia, Prusia y el Imperio Austríaco se enfrentaron a Francia, España y Baviera. En 1769 Federico de Prusia, esto es, Federico el Grande, sugirió, de la manera más fría, un reparto de Polonia entre Rusia, Austria y Prusia. No será la primera vez que los alemanes tienten a los rusos en repartirse Polonia. En realidad, se han hecho cuatro veces repartos de Polonia, entre rusos, prusianos y austríacos, y siempre a propuesta de Prusia, primero, y luego, de Alemania. La querencia del Imperio Alemán de hacerse con Polonia es milenaria, ya desde la Orden Teutónica. El rey Federico de Prusia creó el fundamento teórico por el que durante trescientos años se han formado la constitución de alianzas: “Los dos términos “vecindad” y “enemistad” son sinónimos”. Rusia, como gran potencia, ha estado inmiscuida desde hace cuatro siglos en el devenir de Europa: el Czar Pablo de Rusia tenía tropas en Italia y en Suiza en la época en que Napoleón era el Primer Cónsul de Francia (1799). Durante las Guerras Napoleónicas todas las potencias europeas acabaron traicionando a Rusia por miedo ante el genio militar del Corso. Tras la derrota austríaca en Wagram, el emperador austríaco Francisco hizo la paz con Napoleón, casando a su hija María Luisa con él. Por su parte Prusia, tras su derrota en Jena, entró en la órbita de alianzas con Napoleón y de una forma tan estrecha y servil que más parecía un estado vasallo, puesto que Federico Guillermo se comprometió a servir con sus fuerzas al Emperador francés en su campaña contra Rusia. Lo mismo hicieron los austríacos. De esta forma, los antiguos aliados se convirtieron en traidores y enemigos de Rusia, participando en la campaña contra Rusia. El 22 de junio de 1812 cruzaba Napoleón la frontera de Rusia sin declarar la guerra. Dentro de su gran Ejército iban las tropas de la Confederación del Rin, iban también los austríacos bajo la dirección del príncipe Schwarzenberg, y los prusianos bajo York. El desastre de esta campaña y la llegada de los rusos a Berlín el 11 de marzo, hace que todos los enemigos hasta entonces de Rusia se vuelvan aliados de Rusia y enemigos de Napoleón. Hasta el mariscal Bernardotte, príncipe heredero de Suecia, se vendió al oro inglés y a las promesas rusas, desertando de las filas de su antiguo soberano, al que le debía todo lo que era. Tras la victoria exclusivamente rusa (y española) sobre Napoleón, Rusia pretendió incorporarse toda Polonia y se apoyaba en Prusia, que quería a su vez apoderarse de toda Sajonia. Parecía inminente una nueva guerra entre la victoriosa Rusia y Prusia de un lado, y el resto de Europa, con la Francia de Luis XVIII, del otro; cosa que alentaba Inglaterra con el fin de debilitar a Rusia. Pero desapareció este peligro con el regreso de Napoleón a Francia, cuya salida de Elba conoció el Congreso de Viena el 7 de marzo de 1814. Ensoberbecida Prusia bajo Federico Guillermo IV por su engrandecimiento territorial a costa de los Estados alemanes, intentó en 1848, a través del famoso general Wrangel, conquistar los ducados daneses de Schleswig-Holstein, pero Rusia salió al paso y se enfrió el entusiasmo prusiano. Wrangel detuvo sus tropas y dejó los dos ducados al rey de Dinamarca. El protocolo de Londres del 2 de agosto de 1850, a propuesta de Rusia, afirmó la unidad indisoluble de la monarquía danesa. ¿Recuerdan ahora los daneses otanistas que su propia existencia se debe a que en su día Rusia paró los pies a los ensoberbecidos prusianos? En 1849 estalló la revolución en Hungría, que encontró en Kossuth el líder nacional de las más elevadas cualidades políticas y morales. El gobierno austríaco solicitó de Rusia ayuda, y obtuvo su ayuda militar. Avanzaron en marchas concéntricas el general austríaco Haynau y el comandante de las fuerzas rusas, Paskiewitz, que había vencido a la sublevación polaca de 1830-31. Se rindió a los rusos en Vilagos el cuerpo de ejército principal húngaro ( 13 de agosto de 1849 ). Es así que la Rusia de Nicolás I restauró el poder de los Habsburgo, alargando la vida del Imperio Austro-Húngaro setenta años más. En la Guerra de Crimea (1853-1856), en las cortes tanto de Viena como de Berlín, había campeones en favor y en contra de Rusia. Radetzky y Windidchgrätz defendían la alianza con Rusia; pues pensaban que con su ayuda Austria podría ganar una firme posición en los Balcanes Occidentales y fortalecer su posición en Italia. El mismo Czar invitó a Austria a ocupar Bosnia y Servia y asegurarse el puerto de Salónica. Las buenas relaciones de Austria con Rusia despertaron los recelos de Prusia, y a fin de conseguir Prusia también la simpatía de Rusia fue enviado Bismarck como embajador de Prusia ante la corte rusa entre los años 1859 y 1862. Las buenas relaciones entre Rusia y la Alemania naciente generó tal pánico en el Primer Ministro inglés, Benjamin Disraeli, lord Beaconsfield, o “lord-vizconde Tarántula”, como lo llamaba Dostoyevski, que llegó a establecer como primer principio en la política exterior inglesa que jamás fueran amigos rusos y alemanes. Sólo así los británicos podrían seguir jugando sobre el tablero de la Europa continental, y hoy necesitan una Rusia seclusa del concierto europeo para seguir mangoneando el continente. Efectivamente, durante treinta años hubo inteligencia y lealtad entre Alemania y Rusia. Es así que cuando en enero de 1863 estalló en la Polonia rusa una gran sublevación, y todas las potencias europeas se pusieron al lado de los polacos, Prusia se puso firmemente al lado de Rusia, que concluyó una alianza militar con Bismarck, a pesar de todos los “démarches” propolacos de todos los demás. Gracias a esta alianza militar el gobierno de los zares pudo sofocar la rebelión polaca y despreciar las injerencias y amenazas de las potencias occidentales. Bismarck aseguró para Prusia la benevolencia rusa, que en aquellas circunstancias, en las que frente a los intereses de Austria se haría la unificación alemana, era vital. La relación con Rusia fue la médula de la política bismarckiana e hizo posible la conversión de Alemania en gran potencia.

 

[El Imparcial]