viernes, 17 de mayo de 2024

El balcón del loco


Ronald D. Laing


Ignacio Ruiz Quintano

Abc


La noticia: el régimen de Trudeau promulga una Ley de Daños en Línea que permite rastrear retroactivamente en Internet violaciones de “discurso de odio” y arrestar a los infractores, incluso si el delito fue anterior a la ley.


This sounds insane if accurate! –contestó Elon Musk en su X.


Locura a locura, los tortolitos van hacienda su nido, ése que un polaco, que lo copió de un checo, llamó “patocracia”. Pero al “Guardian”, hoja de parra del progresismo británico, no le preocupan las víctimas, que somos nosotros, sino los victimarios, que son los políticos-capataces que padecemos, y achaca a la “toxicidad” (?) de la política los daños en su salud mental. Lo hace con una psicóloga con varias cátedras, Ashley Weinberg, que estudió el fenómeno en Inglaterra y en Polonia (¡la patria de Lobaczewski, oh justicia poética!), en Obama… y en las “percepciones de los votantes en la democracia emergente de Ucrania”. Para darle verosimilitud al descubrimiento, lo ilustran con una foto de Pedro Sánchez sufridor, impostor de esa idolatría del sufrimiento que casi acaricia la “locura de la cruz”, que diría Santayana.


El historiador de las ideas J. Barzun nos recuerda que el psiquiatra escocés Ronald D. Laing se hizo un nombre con la paradoja de que la locura es la respuesta cuerda ante un mundo demente, y para mostrar cómo la típica mente moderna funciona de forma circular ilustró el absurdo de la locura de sus pacientes elaborando una serie de versos cortos:


Eres una continua molestia, [literalmente, en inglés, “un dolor de muelas”] / para evitar que sigas siendo una molestia para mí / me protejo tensando los músculos del cuello, / lo cual me produce la molestia que tú eres.


Los súbditos de las patocracias enloquecemos de asco, que no es enloquecer de locura pacífica y pintoresca, como el abuelo militar de Ruano, que “murió en sus nieblas”.


Se le recluyó en el Palacio de Hoz, donde un día a la semana, los jueves, se le llevaba en un coche una “femme de rue”, a quien él recibía muy acicalado y ceremonioso. Desde el viernes se pasaba todos los días preguntando cuándo era jueves.


El abuelo (Miguel se llamaba) tenía la manía de dar de merendar a los muebles de su habitación. Lo sacaban a tomar el sol de Santander a un balcón de la casa, donde él dialogaba con los “señores” que sólo él veía, escena que impresionó tanto al nieto que éste le escribió un poema en Berlín. Comenzaba: “Está vacío el balcón / del loco. (…)” Y concluía: “Don Miguel, nada, cipreses, / la viuda haciendo novenas. / Secos limoneros su / nombre en la memoria secan. / Y el arma de infantería / no lo recuerda.”


En nuestra patocracia el balcón del loco es la pensión del búmer. En la patocracia “avant la lettre” de los Ceaucescu era recurso de supervivencia sacar al abuelo muerto al balcón, preservado como si estuviera vivo por el frío, para seguir cobrando la pensión.


[Viernes, 10 de Mayo]