JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ
Antes de nada, hablemos de la polémica que propició el Ministro de Cultura, el señor Ernesto Urtasun, cuando afirmó que «los toros no tienen el apoyo de una mayoría social». A saber lo que este hombre, del que no se conoce trabajo alguno previo a su Ministerio de Propaganda, entenderá por «mayoría social», que a buen seguro eso es lo primero que se le vino a la cabeza como forma finolis de decir «el forro de mis cataplines», confundiendo, como les pasa a tantos tontos, sus deseos con la realidad. Hoy mismo nos juntamos 7.598 almas de pago en Las Ventas, en un domingo de puente con la ciudad semi vacía, para ver una novillada, lo que representa algo más de los votos que obtuvo el «partido» del señor Ministro en Segovia en las últimas Elecciones Generales, en las que no es necesario pasar por taquilla para demostrar que en esa provincia, como en tantas otras a lo largo de toda España, hay una nutrida «mayoría social» que no apoya la opción política que representa el señor Urtasun, que figura en el Gobierno merced a irritantes cambalaches y trapicheos.
Olvidemos la inanidad de este don Ernesto tan poco serio y centrémonos en la más que interesante novillada que ha traído hoy a Madrid don José Luis Marcuello desde las Cinco Villas, santacolomas aragoneses, divisa verde y amarilla y el hierro de Los Maños marcado a fuego en el costado. Seis cárdenos de diversa cardenidad han salido por las puertas que abre y cierra don Gabriel Martín a propiciar una entretenida tarde plena de matices y de lances interesantes. La novillada, haciendo excepción del segundo de la tarde, de menor presencia, ha alardeado de su origen en lo tocante a su presentación: animales terciados y muy armónicos, chatos y de ojos saltones, degollados, de cuello corto, con poco o nada de morrillo y de cornamentas poco desarrolladas y astifinas, de esas que no se escobillan. En cuanto a los comportamientos hemos tenido de todo, desde la mansedumbre del primero en el caballo hasta el comportamiento a más del sexto, pasando por el incierto tercero o la nobleza del cuarto, con el denominador común de la personalidad en los toros, derivada de la existencia de eso tan detestado por tantos taurinos que se llama «casta». Y si no, que se lo digan a Álvaro Burdiel cuando se ha quedado destapado en un momento del trasteo a su segundo y el animal, Guapetón, número 10, le ha visto y le ha cazado, por fortuna sin consecuencias; o a Carlos Pacheco, acosado violentamente hasta el burladero del 6 por el sexto, Saltacancelas, número 46, que se queda mirando y tirando derrotes a las maderas, recordando que allí estaba el que le había prendido las banderillas en el lomo.
La terna estaba compuesta por Jorge Molina, Álvaro Burdiel y Víctor Cerrato. Lo mejor de la tarde lo ha traído el torrijeño Jorge Molina en su primero. Le costó encontrarle el aire a Aviador, número 72, con el que Marcial Rodríguez se había cebado en la cosa de la puya, primero desconfiadamente con la mano derecha, sin fiarse mucho de las intenciones del novillo, y luego enganchando los mejores muletazos de la tarde con la izquierda en dos buenas series y en otras sucesivas algo más despegadillas. Escuchó sinceros oles a su labor, en la que buscó la buena colocación, rematando su labor con una serie por la derecha, el pitón malo, muy jaleada. La faena resultó intensa y nadie se dio cuenta de lo larga que estaba siendo hasta que le tocaron el primer aviso. Mató mal y descabelló tras el segundo aviso, recogiendo una ovación en el tercio. Su segundo fue Peluquero, número 78, de fuerzas algo tasadas y de embestida noble y franca al que pasó por la derecha y por la izquierda en una labor de altibajos, sin cohesión, con algunos muletazos por el derecho de buena factura y, después de nuevo con la zurda en los mejores pasajes del trasteo. Compuso Molina una faena algo deslavazada, con momentos interesantes, que fue también señalada con el toque de dos avisos premiada con un nuevo saludo desde el tercio. El toro fue despedido con una ovación mientras las mulas se lo llevaban al desolladero.
Álvaro Burdiel se vino a Madrid muy bien vestido, de azul azafata y azabache. Su primer novillo, Cobrador, número 68, era de muy justa presencia y de muy tasadas fuerzas, por lo que escuchó protestas del respetable. A ese novillo le recibió Burdiel con dos verónicas de buen porte. La segunda entrada al caballo del bicho fue un simulacro de la suerte y su vis a vis con el novillero sevillano estuvo en todo momento condicionado por la debilidad del toro, el toreo a media altura y una especie de amagar y no dar que sólo se rompió en las trincherillas del final de la faena, de gran empaque. Oyó un aviso y recogió, con mucha solemnidad, una ovación en el tercio. En segundo lugar salió Guapetón, que se las vio con Israel de Pedro en la cosa equina, en la que hizo una pelea más propia del barrio que del marqués de Queensberry. No obstante el novillo se entregó a Burdiel en la primera serie de derechazos, de buen trazo y colocación, y pareció que aquello iba a ir a más, pero Guapetón se puso cicatero y empezó a dar problemas, pues el animal marcaba su tendencia a irse suelto, se desentendía del cite y entraba al trapo con muy poco convencimiento. Ya se dijo antes lo del atropello de Burdiel citando con la izquierda, tras el que el muchacho volvió a la cara del novillo con decisión y gallardía pero sin resultados. Recogió otra ovación en el tercio, como demostración patente de que tiene buen grupo de seguidores en Madrid. Este novillo se lo había brindado a su picador Manuel Ruiz Román.
Y Víctor Cerrato, que es de Leganés como mi madre, ella del Leganés aquél de las huertas y los pares de mulas y él del Leganés éste de los semáforos y las rotondas. Su primero fue Cafetero, número 44. Picó Félix Majada, midiendo el castigo, y pareció que Cafetero era justamente el novillo que necesitaba el leganense, pues la incertidumbre de sus primeras embestidas dio lugar a que resaltase la valentía del muchacho en las dos primeras tandas con la derecha, luego el novillo cambió a mejor y ahí es donde falló la propuesta de Cerrato que no se coloca en el sitio para que fluya el toreo al natural y, de vuelta a la diestra, no alcanza el aire del inicio de la faena, dando la sensación de que el novillo, aplaudido en el arrastre, se va sin torear. Su segundo fue el más adecuado fin de fiesta para la tarde de Los Maños, el interesantísimo Saltacancelas pegó un brinco nada más sentir la vara de Gustavo Martos en su espalda y salió de naja como un tironero con un bolso. Luego, en su segunda entrada el novillo empuja empleándose y recibe los lanzazos que se le prodigan, encelándose con el caballo y, cuando le medio sacan, de nuevo acude a las faldillas que cubren al penco. Hubiera sido interesantísimo verle en una tercera vara (y de paso que Martos hubiese demostrado cierta pericia en su oficio), pero el señor Rodríguez, don José Antonio, prefirió sacar la tela blanca y cambiar el tercio. En banderillas sacó nervio e inteligencia, cortando el viaje y haciendo hilo con los peones, dando lugar a un buen quite de César del Puerto y haciendo sudar a Carlos Pacheco, que recoge una ovación desde el burladero ante la atenta mirada del toro. Vibrantes embestidas las de Saltacancelas, a favor de la obra de Cerrato, que tragó lo suyo con la intensidad del animal y que fue colocando sus pases, llevándole muy toreado y sin dudarle en una labor algo tosca, fajadora y de metraje breve. Su primera estocada resultó un atragantón de toro en la que el estoque quedó envainado y en su segunda intentona repitió esa especie de estocada-ninja quedándose en la cara que ya hizo en su presentación en Las Ventas. Luego vinieron muchos descabellos, dos avisos y finalmente, casi con el tiempo cumplido, consiguió echar al suelo al toro mientras comenzaba a llover. Palmas para el toro.
ANDREW MOORE
FIN