lunes, 27 de mayo de 2024

Corrida dominguera mixta. Toreo a caballo: De las cortesías al desconsuelo. Toreo a pie: Cayetano, muy gandul, y Ginés, muy trabajador, que casi es peor. Campos & Márquez & Moore

 



TOREO A CABALLO

PEPE CAMPOS


Plaza de toros de Las Ventas.

Domingo, 26 de mayo de 2024. Segunda comparecencia del rejoneo en la feria de San Isidro. En corrida mixta.


Dos toros de El Capea (1º y 4º), de origen Murube, con los pitones muy cercenados, nobles y dóciles. Lucieron crotales. El primero terciado y manejable. El cuarto un torazo, todo fachada, sin poder. Fueron dos toros diferentes por sus hechuras, pero con similar comportamiento, «colaboradores al máximo»; si el primero era un terrón de azúcar, el cuarto descollaba por perita en dulce.

Toreador: Diego Ventura, de Lisboa (Portugal), chaquetilla marrón, silencio y saludos; veinticinco años de alternativa. En su haber dieciocho puertas grandes en Madrid (que se dice pronto); posiblemente, por existir un baremo distinto en la valoración del toreo a caballo por parte del público (en esas corridas suelen ausentarse los aficionados al toreo a pie).


Hablábamos hace una semana de la estela clásica impuesta por Pablo Hermoso de Mendoza en el toreo a caballo contemporáneo. Hoy deberíamos centrarnos en la vertiente espectacular y entusiástica de ese mismo rejoneo —dado que se produce en el mismo periodo histórico— que posee el caballero luso-andaluz Diego Ventura. La perspectiva llamativa de la acción taurina que despliega este toreador, no es censurable, digamos, sino que se ubica en las antípodas de un arte pausado y equilibrado —es decir, de la destreza que creemos ha atesorado el caballero navarro—, y se instala en el territorio de lo fastuoso y lo sensacional. Diego Ventura ostenta una excelente doma de los caballos, tanto en la vaquera, como en la de alta escuela, y la pone al servicio de su toreo a caballo, con manifestación de los distintos pasos o aires del caballo, ya sea al paso —paso español—, al trote —piafé o passage— o al galope —en suspensión—, en sus diferentes variantes: además de todas aquellas maniobras de virtuosismo que se puedan disponer para el equino, mediante una doma exigente, en esas distintas escuelas, como las piruetas, las paradas, los círculos, el paso atrás, a dos pistas, reverencias, serpentinas, etc. No queremos trasladar que los rejoneadores que apuesten por el clasicismo no sepan ejecutar los distintos trabajos sobre el caballo, pero no lo exhiben así, en primera línea de su tauromaquia.


Tendríamos que hablar del sentido del temple de estas dos escuelas del rejoneo. En este sentido, si pensamos en la tendencia torera clásica de aplicarle armonía a los movimientos del caballero en su montura, con respecto a cómo llevar enganchado al toro en la grupa o a la altura de los estribos, la clave estaría en conseguir una suavidad entre todos los movimientos de los protagonistas, en acciones que dieran la impresión de un detenimiento y un continuado sosiego. Mientras que dentro de la escuela que podríamos denominar de teatral, el temple se consigue con entradas y salidas sobre el toro, por medio de maniobras grandilocuentes y con una sobre-exhibición de la técnica de la doma. Bien. Si nos introducimos en lo que ocurrió ayer, podríamos afirmar que Diego Ventura no mostró en exceso esta citada espectacularidad de su rejoneo, pues estaba anunciado en una corrida mixta, donde alternaba junto a dos toreros de a pie, y el público presente en Las Ventas, no era el típico de las corridas exclusivas de rejoneadores, donde la bondad, la benignidad y el deseo de que los caballeros corten orejas, es notoria; es evidente; se podría decir que es excesiva. Ayer tarde el público que Diego Ventura se encontró en Madrid, no le jaleó todo. Le observó. Se le entregó cuando la visualidad velaba todo tipo de armonías. Pero le midió cuando en su exposición de alegres maneras no consiguió un temple idóneo; por ejemplo, en tantos topetazos de los pitones romos de los toros sobre las grupas de los equinos que lució. Por tal causa, nos encontramos y vimos un concepto del temple donde el resultado —si existe el vitoreo del respetable—, tapa las tarascadas de los toros sobre las monturas.


Tras las cortesías dedicadas por Diego Ventura a los espectadores, desde su equino azteca Mezcal, recorriendo en cercanía la barrera del ruedo de la plaza, comenzó la función. A su primer toro, le puso un rejón de castigo al segundo intento, tras haberle llevado en redondo, montando Guadalquivir. Después, clavó tres banderillas, la primera —caída— montando a Fabuloso (recibió tres derrotes en ese cometido), con quien ensayó «la hermosina», a su manera, el piafé y reverencias. Las restantes banderillas las puso a la grupa con Bronce, entrando de frente, siendo tocado en cuatro ocasiones, y manifestando una reverencia y toreo a dos pistas. Después con Guadiana, puso cuatro banderillas cortas, al violín, caídas y traseras. Las rosas (que parecían amapolas gigantes) vinieron a continuación, traseras y dejándose tocar la montura. A la hora de poner el rejón de muerte, giró alrededor del toro, ya muy castigado, que le tocó el caballo, y el hierro cae trasero y contrario, tardando en doblar el bóvido.


A su segundo toro, le puso dos rejones de castigo con el caballo Velázquez, caídos y traseros. El primero de ellos tras encerrar al toro en un círculo de movimientos. En el segundo, fue de frente, reunió de lejos y por delante. A continuación, con Nómada, puso tres banderillas, en la primera reuniendo al estribo, tras llevar al morlaco por tablas y dejándose tocar; la segunda, sacando al toro a los medios, le entró de frente y clavó de lejos, y fue empitonado en dos ocasiones; en la tercera banderilla, coloca el hierro de lejos, no obstante a la altura del estribo. Dos banderillas más con el equino Lío, donde Ventura despliega todo su rejoneo llamativo, de frente y al quiebro —aunque marra en una de las entradas—. Logra subir la emotividad del público. Vinieron las banderillas a dos manos, con Bronce, un equino que mira de frente al toro mientras torea. En los medios. Una pasada en falso. La colocación caída. La actuación de este caballo de nervio acaba llevando en círculo al toro. Sube el clima humano de la plaza. Finalmente, monta a Guadiana, y envuelve a Olvidado en un círculo mientras le hace el teléfono. Todo queda impregnado con un tono de alardes. Tras tres pinchazos mata al toro de un rejonazo en la suerte contraria, trasero y atravesado. Olvidado tarda en morir, y Ventura queda inmerso en el desconsuelo.







TOREO A PIE

JOSÉ RAMÓN MÁRQUEZ


Parece que fue ayer, porque fue ayer, cuando al término de la exhibición pecuaria a la que asistimos en Las Ventas hubo un grupo formado por unos cuantos que, ilusos, clamaban en el desierto: ¡Toro!, ¡Toro!, ¡Toro! Y podían haber continuado insistiendo con el soniquete durante toda la corrida de toros de hoy, en la que se ha conseguido establecer una perfecta continuidad con la del día anterior en cuanto a descoordinación, mansedumbre, desigualdad de tipos y descaste. Los toros pertenecían a la Agropecuaria Trespalacios, S.L. y su denominación comercial es conocida por «Montalvo»; su origen, como no podía ser de otra forma, Jandilla-Juan Pedro Domecq. Siempre que traen esto de Montalvo nos ponen la miel en los labios anunciando que en esta vacada hay una parte de ganado de procedencia Martínez, de la estirpe del mítico e ibarreño Diano, número 33, esos toros terciados, finos de piel, muchos de ellos aparejados y de pitones proporcionados, tal y como nos refiere don Luis Fernández Salcedo, que no se ven en los madriles desde la época de Carolo. Y siempre nos preguntamos cuál será la razón de que en vez de embarcar esas cucarachas juampedreras, sabiendo lo requetemal que les salen y lo gayumbos que son, por qué no hacen, aunque sólo sea por una vez, la prueba de embarcar los Martínez de esos que dicen que tienen. Hoy era el día, que solamente tenían que meter cuatro al camión, por si acaso es que tienen poca cantidad de animales, y ya sólo con el mero anuncio de eso le habrían dado un interés añadido al desinterés que, de por sí, producía el anuncio de esta corrida dominguera que, pese a todo, colgó en las taquillas el cartel de «No hay billetes». Con muchas ausencias de los habituales, que muchos no entendían lo del rejoneador interpuesto, los que no teníamos cosa mejor que hacer nos fuimos a Las Ventas a ver el mano a mano de Cayetano, de turquesa y azabache, y a Ginés Marín, de verde puro, lo que viene a ser el RAL 6037, y oro con cabos blancos.


Con decir que la ovación más fuerte de la tarde se la llevó Florito al llevarse a chiqueros al llamado Atleta, número 24, ya se da una buena pista de por dónde ha ido la tarde que, desde luego, no va a quedar en los anales de la tauromaquia. En la pequeña historia de la Feria de San Isidro sí, dado que hoy es el primer día que en el palco se exhibió el pañuelo verde para echar a un toro, el tal Atleta, que fue sustituido por otra juampedrada mansa de José Vázquez, antes Aleas, que atendía por Lector, número 17, quien tras su presencia en el «corredor de la muerte» en los días 17 y 25 de mayo hoy ha tenido la oportunidad de dar a conocer de manera pública su mansedumbre explícita, su desinterés por las cosas relativas a la lidia y su poquito de mala baba, y si no que se lo pregunten a Manuel Larios, que en su segundo par el bicho le puso los pitones en la cara con más que evidentes ganas de fastidiar.


El paso de Cayetano por la tarde de hoy ha sido como aquél que dice de puntillas. Lo más reseñable de su actuación fue lo toreramente que brindó al público desde el platillo, como bendiciendo uno a uno a los espectadores, y la tranquilidad con que después se acercó montera en mano a Francisco Javier Gómez Pascual a entregársela sin tener que tirarla al suelo. Más o menos con eso ya estaría hecha la reseña de una actuación de muy bajo nivel y de muy corto recorrido, con la mente seguramente puesta en otro sitio. Nos dejó para el olvido dos faenas del corte de aficionado práctico avanzado, en las que nunca se llegó a atisbar un mínimo plan, ni un barrunto de mando. A base de muy poquito compromiso y de un deficiente manejo de las telas, no consiguió que la plebe se pusiera de su lado, aunque en honor a la verdad también hay que decir que no llegó a soliviantar a la muchedumbre como para que se pusieran a abroncarle. Terminó el primero de sus monólogos con un espadazo y un descabello y el segundo a base de estocada de aquella manera a la segunda de cambio, escuchando un aviso.


La apatía de Cayetano tuvo como contrapunto las ganas de trabajar de Ginés Marín, y ese sería el resumen de su actuación: 22.964 espectadores viendo a un hombre trabajar.


Su primero fue Zocatín, número 90, cinqueño bien armado que en el primer tercio ya cantó su condición mansurrona y que, tras el rifirrafe de las varas y las banderillas, llegó al tercio de muerte con patente descoordinación motriz, soso y blandurri. Con esa prenda anduvo Ginés porfiando en diversas maneras y, en medio del lodazal, sacó un excelente derechazo, que fue la aguja en el pajar. Luego, arrimón. Su breve relación con Zocatín finalizó con media estocada desprendida y un golpe de verduguillo. El pueblo le animó, vaya usted a saber por qué, a salir al tercio a recibir una ovación de compromiso.


Tras el show de Florito salió a encontrarse con su destino el colmenareño de Vázquez, que se conocía los corrales mejor que el mayoral y en verdad que los echaba de menos porque en los primeros tercios su afán era irse hacia chiqueros, donde sabía que tenía la cama calentita y no le mareaban con capotes, picas y banderillas. Luego parece que se olvidó de esa querencia y en el último tercio se avino a estar con Ginés Marín en el tercio frente al 9 sin echar de menos la puerta por la que había salido. Su patente mansedumbre y su desinterés por acometer le hicieron a Ginés currar como un becario, más por la derecha que por la izquierda, sin lucimiento alguno. Creo que fue en éste en el que intentó lo del invertido circular, y si no fue en éste, sería en el anterior, que tampoco es crucial la cosa. Una estocada baja y efectiva puso punto final a esta tarde en la que Plaza1 nos obsequió con un incomprensible cartel que nadie había demandado.



ANDREW MOORE






FIN