Hughes
Abc
Si hace quince años nos hubieran dicho que Santiago Abascal iba a ser considerado fascista, un enemigo a batir, una anomalía del país y un apologista del odio, mientras que Otegui se homlogaba como interlocutor político, no lo hubiéramos creído.
Sacar 2.600.000 votos es una proeza para Vox. Un partido que ha tenido dos obstáculos colosales: la campaña mediática en contra y la Ley D’Hondt.
Sobreponerse a las dos cosas era mucho sobreponerse. En la campaña mediática ya entraremos. Sobre la cuestión del reparto electoral, el fraccionamiento es innegable, pero esto no da la razón a los brasas del voto útil. La derecha no la ha dividido Abascal, la derecha se ha dividido siguiendo los estrictos designios de Rajoy, que abrió la puerta a liberales y conservadores. Unos años después, ahí están unos y otros.
La voluntad de que casi tres millones de españoles abandonasen el 28-A sus creencias y posiciones políticas sin más ha sido una demostración de la idea que tiene de democracia la derecha mediática.
Se dice que Vox ha roto la derecha, revolucionado el voto de izquierdas, fragmentado el electorado y radicalizado la política española. Una forma alternativa de verlo es que todo eso ha de suceder para que alguien en el Congreso pueda decir ciertas cosas.
Las elecciones de ayer son un triunfo del golpe de Estado de 2017. España ha reaccionado al mismo cambiando el tema de la conversación: de la defensa de la unidad nacional al eje derechas-izquierdas, con el PSOE y sus infinitos palmeros difundiendo especies como que las mujeres iban a quedar desprotegidas. Ante la evidencia, escandalosa en campaña, de un PSOE propenso al indulto, su votante ha salido a la calle a votar leyes identitarias, viernes sociales y a “parar el fascismo”. Es decir, mirar a otro lado y que el asunto territorial se apañe al margen de ellos. Porque ese “acuerdo” es apaño. El PSOE que gana las elecciones es el de la Declaración de Granada.
Los que sabían lo que estaba en juego, los nacionalistas vascos, han reaccionado. Vaya si han reaccionado. Esto no molesta a la izquierda ni a la hegemonía periodística, que admite todos los nacionalismos en España menos el español.
Porque Vox no era fascismo ni tampoco realmente un partido populista a la europea. Vox es sobre todo un movimiento nacional de lo que queda de la derecha proscrita por el tinglado de la Transición con un componente ideológico católico (que no estaba representado ya en el PP y que en cierto modo va unido a lo otro), siendo lo primero lo fundamental y lo que le ha permitido crecer. Para ocupar el lugar del PP no había otro modo que entrar por ahí, y sólo puede desearse una matización hacia el liberalismo en lo social y una gota o dos gotas menos en lo económico. Aunque eso es tema para otro día.
La defensa de la unidad nacional es un asunto tabú en España.
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