Galería, Centro y Locutorio
La Modelo. Barcelona. Visitable
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Hoy, San Isidoro de Sevilla, de León y Cartagena es mi primer día de jubilado. Estoy más o menos sano, como bien, ando suelto y como me resulta difícil acomodar la voluntad a los usos del siglo y por lo tanto no tengo “proyectos”, ni “actividades” a desarrollar, ni pienso en cómo “diversificar” mi tiempo ni pamplinas semejantes, me conformo con que de aquí en adelante siga con fuerza y ganas de acudir cada cierto tiempo a Burgos, Cádiz y los Montes de Toledo, vivir en Córdoba atendiendo los requerimientos de mi doña y mi chico, mi fútbol, mis libros y, ¡qué demonios!, como hasta hoy... lo que caiga y me manden.
Debido a un compromiso de confidencialidad que acato, si no con mucho gusto sí con el respeto debido, he vivido situaciones muy de cerca que han tenido que ver con la historia de España de los últimos 40 años. Mi mina de Salmonetes..., como la mayoría ya conocen, es la cárcel, y mi galería fue en ocasiones tan sobrecogedora o más que la que soportaran leoneses y asturianos. En la dura mili fui telefonista en Ingenieros de Loyola en S.Sebastián todo el año 1980 -repasen los asesinatos- (me licencié en enero de 1981), donde me nombraron centinela eterno en una centralita por la que pasaron muchas conversaciones subidas de tono. Les juro que en días de crispación, cuando la turba gritaba ante la frontera del Urumea, desobedecí más de tres veces al coronel –Olázabal Yon se llamaba-, que por teléfono me arrestaba a voces al calabozo porque no conseguía línea con Aldapeta, el cuartel de la policía. Él mismo y demás mandos que allí vivían, quizás por mi aspecto de seminarista o por la firmeza con la que pedía el importe de sus llamadas mensuales, no sé si se compadecían o me apreciaban de verdad, pero el caso es que muchas noches después de llamar a la familia y emocionarse, lo mismo me hablaban de sus batallas africanas, del feo que les había hecho una nuera o el accidente de moto de un hijo, pero recuerdo que sus palabras arrastraban mucha tristeza y sobre todo una soledad que ellos sabían amenazada de muerte. Yo mismo hablé con militares media hora antes de que los asesinaran.
Al poco de licenciarme y en vista de que ser eventual en los trabajos no tenía futuro, mientras descargaba pescado por la noche en un almacén de Burgos preparé las oposiciones a funcionario de prisiones y entré en Carabanchel en tiempo de motines, cuando ya era presidente del Gobierno Felipe González. Años duros los 80 y principios de los 90. Duros por la heroína y el contagioso SIDA sobre todo, que se llevó a tanto joven por delante y enterró a tantas madres en la desesperación que reconozco que los que veíamos a unos y a otras todos los días, se nos encalleció el corazón y sólo cuando repasábamos los últimos fallecidos nos removíamos ante plaga tan dañina. Hace poco, con un superviviente de “l’abuja” hicimos un recuento extraordinario de bajas cordobesas y malagueñas mientras paseábamos por el patio respetados él y yo por tanto “talego encima”.
En cuanto a los terroristas presos hemos pasado de que se nos ordenara -los gobiernos del PSOE y el PP- retirar por ejemplo insignias con la bandera de Euzkadi de las celdas -“tu muerte me sale gratis”, nos decían-, a facilitar terceros grados de compleja asimilación en la sociedad y por supuesto en los funcionarios... pero de este tema prefiero no hablar. ¡Lo que nos exigieron y lo que se regala!
He conocido tres cárceles ya derruidas: Carabanchel, Pamplona y Córdoba “la vieja”. Me retiro en la nueva de Córdoba, prisión donde la vida no tiene nada que ver con la que se vivía cuando empecé. El interno que entra “a pagar” con el propósito de llevarlo bien y no tener problemas y se compromete a que sea así, ingresará en un módulo de respeto y su estancia en prisión se asimilará a la de un monje que ha de estar atento a las horas. Eso sí, le faltará la libertad... “por la que si es preciso ha de arriesgarse la vida”.
Me voy con el gremio presente en mi corazón porque los que en los últimos años andan mandando creo que no creen que el funcionario de prisiones ha arriesgado su salud (tuberculosis, SIDA), e incluso su vida, (ETA, motines).. en el ejercicio de su profesión. Nosotros lo hemos llevado con discreción, pero con todos ellos, ni agradecidos, ni pagados, porque los que más nos aprecian y reconocen nuestra labor, no les quepa duda, son los presos.