domingo, 14 de abril de 2019

Benedicto



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

La tierra era caos y confusión y oscuridad por encima del abismo, y un viento de Dios aleteaba por encima de las aguas. Entonces dijo Dios: “Hágase la luz”. Y la luz se hizo. Luz que es la carta de Benedicto XVI sobre la Iglesia y los abusos sexuales.

Tras la convulsión de la Guerra Mundial, en Alemania todavía teníamos expresamente en nuestra Constitución que estábamos bajo responsabilidad de Dios como un principio guía. Medio siglo después, ya no fue posible incluir la responsabilidad para con Dios como un principio guía en la Constitución europea.
Es como el triunfo de Jules Guesde, el tipo que hiciera renegar del marxismo a Marx (“lo cierto es que yo no soy marxista”), que una vez anunció que, así como el cristianismo había hecho de Dios un hombre, el socialismo haría del hombre un dios. ¡El diosillo socialdemócrata!
En “Los demonios” de Dostoyevski unos oficiales de infantería tomaban copas y hablaban de ateísmo. Para hacer la revolución en Rusia era menester empezar con el ateísmo.
Un idiota de capitán que no había dicho pío se puso de pie y con voz ronca, como hablando consigo mismo, dijo: “Si resulta que no hay Dios, ¿qué clase de capitán soy yo entonces?”
Ratzinger recuerda el estallido mental del 68 y el colapso de la teología moral católica: se impuso, dice, “el fin justifica los medios”, y con ello, el relativismo, que nadie ha combatido con la brillantez intelectual del Papa emérito, que vindica la fe como camino y forma de vida.

El martirio es la categoría básica de la existencia cristiana.

Desgrana “el proceso largamente preparado y en marcha para la disolución del concepto cristiano de moralidad”, marcado por la radicalidad sin precedentes de la década de 1960: en la sociedad occidental Dios está ausente de la esfera pública, y por esa razón es una sociedad en la que la medida de la humanidad se pierde cada vez más.
Aprender a amar a Dios es, por lo tanto, el camino de la redención humana.
La luz de Dios no ha desaparecido.