ABC
Hughes
Cuando Garrido entró en la sede de Ciudadanos (enorme por cierto), de cada una de las diferentes alturas del edificio salieron personas a aplaudirle con un entusiasmo digno de la China Popular. Lo acompañaban del grito corporativo «Vamos Ciudadanos, Vamos Ciudadanos». A Garrido le sujetaba la mano un triunfal Aguado, como si le acabara de arrebatar el título nacional de lanzamiento de huesos de aceituna a Teodoro García Egea. Era más que la presentación de Mbappé, era como si los Lannister hubieran arrebatado del vientre de su madre al heredero Stark y ahora lo dejaran a los pies de la reina Cersei. Querían imitar la euforia de un batallón cuando se apodera de la bandera del enemigo. Pero... sólo era Garrido.
Entre él y Aguado se habían dicho de todo menos «hombre de Estado». A Garrido no le gustaba Cs porque eran «populistas y oportunistas», pero ahora le gusta precisamente por eso. Cada vez que percibía la «derechización» de Casado le tenían que llevar las sales.
Así que cambia de partido por razones de centro, y no hace falta que nos expliquen más; que si se sintió maltratado, que si su equipo fue apartado... Ya todos entendemos lo que son «razones de centro».
El centro es Sierra Morena. Lo están convirtiendo en una estación llena de gente cambiando de identidad, como esas cantinas intergalácticas de las películas de ciencia ficción en las que hombres con tres cabezas, orugas de metro ochenta o robots travestis se toman unos daiquiris espaciales. Sólo tienen en común haber acabado en ese punto espacio-temporal y un proyecto de moderación.
Nos dicen que Cs y PP se disputan el centro-derecha, pero parece una pelea por ver quién se parece más a la UCD. Uno pretende parecerse a la del principio, otro no puede evitar parecerse a la del final.
El transfuguismo de Garrido nos habla de él, por supuesto. Los mismos que lo comparaban con Reagan por lo del taxi, ahora consideran que tiene la cara más dura que el vidriagón. Pero también habla de los dirigentes linces del PP de Madrid.
Y de nosotros. En Italia, a la que nos acercamos como un concurso de drags se acerca a Raffaella Carrá, puede haber 300 tránsfugas en una legislatura. Pero el de Garrido es un transfuguismo distinto, electoral, de tipo mexicano. Cambia de partido buscando el mejor sitio en las listas. Y como las listas son cerradas y digitales, la traición es al jefe, no al votante. A Garrido no lo eligió nunca nadie, ni lo elegirá.