martes, 11 de julio de 2017

Seculares inclinaciones

Plaza de España
Sevilla

Francisco Javier Gómez Izquierdo

       Resultan estomagantes los dimes y diretes que llegan de la capital sobre las tendencias, querencias y comportamientos de la alcaldesa Manuel Carmena, como si la Memoria Histórica sólo hubiera que documentarla entre 1936 y 1975. ¿No hay nadie que recuerde las inclinaciones de su Juzgado cuando Su Señoría ejercía de Juez de Vigilancia?  Perdonen la osadía, pero va a hacerlo un servidor.

       La Transición, con su complejo de culpas franquistas, creó la institución de Juzgado de Vigilancia, un acierto sensacional, dicho sea con un agradecimiento de corazón hacia los redactores,  para que presos penados y preventivos denunciaran abusos, irregularidades, privación de derechos, etc., ante dicho Juzgado. Al funcionario de base, al funcionario de patio y galería, lo vigilaba la dirección de su centro, el preso y dos jueces. El de instrucción y el de Vigilancia.
     
Doña Manuela, pionera en la experiencia y con ánimo de imponer doctrina (toda sentencia de magistrado lo es un poco), entendió que los funcionarios de prisiones -casi todos- no podían ser otra cosa que torturadores y verdugos y ante la más absurda reclamación del interno, “m’han metío el primer grado por la cara..”, ponía a bailar a los directores de las prisiones y a los subordinados de estos, que a veces no sabían si los requerimientos iban en serio o de cachondeo. Quiero recordar que estamos a finales de los 80 y principios de los 90. Años de “l’abuja” y el tiro etarra en la nuca. Años difíciles, duros y homicidas para los funcionarios de prisiones, que cacheaban pertenencias con el temor de topar con la jeringuilla escondida y se acercaban a su propio Peugeot muy de mañana con la sospecha de que el vehículo se hiciera volcán. Diariamente el funcionario de prisiones redactaba un “parte” de indisciplina por la negativa de los Pachis a levantarse al recuento como sí hacía el resto de la población reclusa. La incidencia se comunicaba por escrito a un interno que no hacía el menor caso y que si tenía el día farruco te soltaba aquel “tu muerte me sale gratis” que el tiempo demostraría ser verdad de las que se tocan y duelen.

     Aquellos Pachis recurrieron al juez de Vigilancia los partes por la “obligación de levantarse y permanecer visibles ante el funcionario”. Un infausto día el Juzgado de Vigilancia resolvió “conforme a Derecho” ¿? y determinó que basta con que el interno mueva un brazo para demostrar que está con vida y cumplir con las obligaciones del Reglamento al respecto. El resto de la población, que, como era preceptivo, lógico y razonable, se levantaba al toque de recuento se apoderó de sentencia tan curiosa y hasta bien entrado el siglo con la creación de los módulos de respeto, en las prisiones se consintió y propició la vagancia y la falta de modales gracias a las inclinaciones de jueces como doña Manuela, mucho más cerca siempre del etarra que de la víctima. Sobran disimulos, amagos y regates para parecer digno. Se es o no se es.