martes, 11 de julio de 2017

Gasol



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

Tengo un amigo que le gusta el baloncesto, con lo cual tampoco sé por qué es amigo mío, y que anda con depresión (hasta el punto de no salir a la calle en bermudas y chanclas) porque Gasol, un pivot español que pone tapones en la América de Michael Jordan, se ha pasado al bando del referéndum catalán.

¡Con lo español que parecía!
Justamente porque es español ha decidido Gasol salir del armario y pegar el codazo para colocarse con ventaja en la zona, al estilo como Macron, el nieto que todas las abuelas querrían tener, ataca la zona de Trump en la foto del G20 codilleando contra dos filas de saurios.
El español es un auténtico sabueso del poder: Gasol, que podría ser el “peje espada muy barbado” del soneto de Quevedo a una nariz, se levanta, levanta su napia y, como buen oportunista, capta que la emanación del poder ya no viene de Madrid, sino de Barcelona, y se pone a hablar de votos como si lo hiciera de rebotes, estadísticas, ruidos, furias, la política, ay, contada por un idiota, y no precisamente el de Shakespeare.

Yo es que soy muy de votar.
Barcelona, que tuvo la cultura más franquista, tiene hoy la más antifranquista, sin perjuicio de que mañana haya de pasarse al bolcheviquismo, si tal cosa diera dinero.

Yo soy bolcheviquista –decía al indio Alberto Guillén el tonto de Martínez Sierra (no tan tonto, dicen algunos, sólo porque sus obras se las escribía María de la O, su esposa, y las cobraba él).
En la nueva España la versión socialdemócrata del “yo soy bolcheviquista” es el “yo soy federalista”, tontería que se le quita al que la padece con una simple pregunta: “¿De Hamilton o de Proudhon?”
El tabarrón catalán deviene en pantano, que hasta en eso se les aparece a estos el franquismo, y sólo queda congratularse, como diría Cliff Richard, de que en el periódico global empiecen a ver ya lo que siempre estuvo bien claro: que el coñazo del 155 es el sonajero para olvidarnos del 116, imposible de ser aplicado por los jefes del Consenso.