Hughes
Abc
En la comparecencia de Rajoy en la Audiencia Nacional ha habido, como mínimo, un momento revelador. El abogado de la tercera acusación popular matizaba algunas declaraciones del presidente y se ha producido un diálogo muy parecido a este:
-… hasta donde yo sé...
-¿Y hasta dónde sabe usted?
-…
Ha habido alguno más. Este abogado ha realizado una lectura curiosa del famoso sms a Bárcenas, el “hacemos lo que podemos”.
-¿Y qué hacía? ¿Qué significa eso?
-”Hacemos lo que podemos” significa lo que significa, significa “hacemos lo que podemos”.
Era la primera vez que un presidente se sometía a un interrogatorio así (como testigo, no como imputado, matizo antes de que me griten) y el efecto fue saludable. Fue como si de verdad los poderes se controlaran. Por un instante parecía Estados Unidos. El efecto fue tan saludable que las preguntas de los abogados revelaron, como en el caso referido, lo que hay detrás del lenguaje presidencial. Un fondo ilógico y además irritable, muy poco paciente. Las cláusulas galaico-paradójicas de Rajoy, tan celebradas por sus aduladores, a menudo no contienen nada. “Hasta donde yo sé”, dice. Bien, ¿y qué es lo que sabe usted? Si le pudiéramos preguntar, Rajoy acabaría muchas veces en grotesca tautología: pues yo sé lo que sé, nos diría con su simpática retranca.
La presunta genialidad oratoria de Rajoy se manifiesta a través de un lenguaje algo enloquecedor. Sus frases siempre acaban abiertas, indeterminadas. Ese característico “o no” con el que finalizaba lo dicho, o el “salvo alguna cosa”. Un análisis de las palabras de Rajoy desde un punto de vista lógico sería necesario. Veríamos que en lo que dice está abierta la duda de su propia veracidad. Que a veces es indeterminada su proposición. Que en ocasiones no dice absolutamente nada porque sus forma retórica favorita es la tautología.
Exigido, acuciado por preguntas, Rajoy desemboca en ella. Después de Zapatero, que era cantinfleo y anacoluto, el lenguaje político no ha mejorado mucho. Me pregunto si este deterioro lógico-argumental (vestido de genialidad gallega) entra para mis analistas favoritos en el campo de la “posverdad”, o forma parte de un deterioro más amplio en el que andamos todos.