Hughes
Abc
Tras una tediosa primera mitad, justo antes del descanso, el Manchester marcó un gol (Lingard) tras una jugada fantástica de Martial. Una virguería de extremo en varias etapas.
Esa jugada de Martial llamaba a gritos a Mbappé, pues es lo más parecido y se supone que aún más brillante.
Así se ha de interpretar el fútbol en verano. Convertirlo todo en portada de diario deportivo, traducirlo todo en términos de «fichabilidad».
Porque el partido no tenía para el Madrid mucha novedad. Un once sin estrenos y el único interés de volver a ver a Bale, muy escondido en algún lugar de la mediapunta y sin desbordar por fuera. El partido tuvo algo no del todo futbolístico. Era muy americano. Tan americano que en el 30 se paró un par de minutos para una pausa de hidratación que los entrenadores (Zidane con una gorra que, como todo, le caía bien) aprovecharon para una charla táctica que era como ajustar la Nada que era el partido. Hacía mucho calor, casi cuarenta grados; sesenta mil espectadores (decir almas parece siempre un poco aventurado) observaban con una paciencia atroz el espectáculo lentísimo. Y en el campo se movían de forma muy extraña (además de la torturada pelota) dos personas: el árbitro, que huía completamente de la jugada, y Fellaini, que huía del balón y luego regresaba para colisionar con cualquiera de los medios del Madrid. Isco, en una de sus escasas epifanías, le hizo un sombrero muy meritorio. No caía nunca ese balón. Sobre la americanización del partido, Fellaini introducía otro elemento adicional de extrañeza. Está en el campo a modo de obstáculo.
El Manchester demostró estar ya muy mourinhizado. Equipo serio, presionante, aburrido, con un par de jugadores de técnica casi medieval, pero metidos ya en la partitura estrecha y psicológica de Mou. Empezaron más entonados, con mejor forma física, y el Madrid se fue rehaciendo sin demasiada precisión y con menos agresividad. Sólo Marcelo y Modric alumbraron algo. El partido era, en suma, muy aburrido, con ritmo de béisbol.
Sobre el fútbol amistoso siempre quedará ya la sombra de Villar. Esto no fue fútbol, fue «furbo».
En el descanso, por fin, hubo algo nuevo que echarse a los ojos. Zidane introdujo un equipo de canteranos con el debut de Theo en una posición más adelantada. Mourinho metía al resto de sus titulares, pero ese Madrid era el Castilla con Casemiro. Los entrenadores parecían haberse puesto de acuerdo para no medirse del todo antes de la Supercopa.
Fue interesante ver la coincidencia titánica de Casemiro y Pogba, aún más alto y poderoso. Casemiro empató en un penalti que le habían hecho a Theo, que ganó la jugada a Jones por rapidez. Un Madrid juvenil empataba al Manchester con Lukaku y Pogba en el campo. Quezada y Franchu destacaron, y Theo tuvo un buen debut. Zidane sigue extendiendo sobre el equipo un efecto general de felicidad. No se salva nadie. Fue como si a Theo le hubiesen metido de un empujón en el círculo virtuoso.
Volvió a haber una pausa de hidratación en el minuto 75. Estas pausas parece que no las pide tanto el jugador como el público americano, que necesita estos intermedios para bailar y consumir. Julia Roberts estaba en la grada. La dábamos por madridista, pero al parecer se hizo una foto con la camiseta del Manchester, ojalá que fuera la de Fellaini.
Los jóvenes resistieron a un United que se fue relajando. Sus ganas equilibraban el partido. Ya el verano pasado, los canteranos dejaron a Zidane en buen lugar.
Las reglas del incomprensible torneo (la liguilla «International Champions Club») exigían penaltis. Los porteros se picaron y De Gea paró un par (se abrieron mini debatillos con esto). Fallaron Theo y Casemiro, pero la importancia de eso era menos que anecdótica. El partido deja el saldo real de Theo, un jugador rápido y potente para la banda izquierda del Madrid.
Fellaini