lunes, 3 de julio de 2017

La tarde de los cascones. Hasta para ser novillo hay que tener suerte



José Ramón Márquez

¿Quién se podía negar a ir a Las Ventas a ver otra entrega del lisarnasio mundo? ¿Quién podía decidir no ir a ver otra entrega de todo ese holding ganadero de la cosa frailuna que tanto nos hace reír? Hoy se anunciaba una escisión de la primigenia frailada, del Puerto de San Lorenzo, puesta a nombre de doña María Cascón, que lo mismo que los Núñez tienen su línea Rincón los Tío Gilitos del Lisarnasio también querrán tener su línea Cascón, y ahí estaban Pitillito, Bilbalero, Mariposino, Playero, Cantinillo y Cantinero, negros los seis, encerrados en las oscuras  mazmorras de don Florencio Fernández desde  por la mañana, con lo que llevasen dentro. Lo que el aficionado medio llevaba dentro ya se sabe qué es: el mosqueo correspondiente, el amoscamiento, la mosca tras de la oreja ante la previsible trampa saducea de doña María, recordando la tarde aquélla de no hace tanto en que tomó antigüedad su divisa azul y blanca en los toros, verde esmeralda y blanca en el programa, proclamando su falta de interés, su blandenguería y su descaste a los trescientos aficionados que la vimos, y no contamos a los chinos que estuvieron en aquella corrida, porque lo más seguro es que ya no guarden memoria de una  tarde tan poco favorable.

Fue ver al primero con el crotal anaranjado prendido en la hoja de higuera de Pitillito, número 18, y los augurios no mejoraron, que hay que fastidiarse con el rollo de los crotales en el ganado de lidia, como si fueran lechazos de Carbonero el Mayor o tudancas que bajan a la feria de Potes en Noviembre; ahí se ve que la señora Cascón no se ha imbuido aún de que hay cosas que no se deben hacer y persiste en poner esos higos en las orejas de sus pupilos, que lo mismo es que la parecerá bonito. Bueno, pues la decepción llegó sólo hasta lo del crotal, porque la verdad es que la corrida de los lisarnasios de doña María fue una espléndida lección de que todos los prejuicios hay que dejarlos en casa cada vez que se va a los toros, porque la novillada de hoy de Madrid ha sido un regalo para el aficionado, lo mismo en presentación, que ha sido pareja y equilibrada, que en comportamiento, que ha sido marcado por la casta pero también por la franqueza en la embestida, con su poco de mansedumbre -y esto no se dice ni mucho menos como nota negativa-, por la manera en que han rebatido ese lugar común de la frialdad de lo de Atanasio en los primeros tercios, y por la pena mora de que no hayan caído en otras manos que los hubiesen lucido más y les hubiesen dado más fiesta, que en esta vida hasta para ser novillo hay que tener suerte.

Digamos que los novillos cumplieron más que de sobra con la cosa de los jamelgos, bastante más que lo que cumplieron con ellos los que iban subidos en los aleluyas con el fin de agujerearles sus lustrosas pieles. De entre los del orden ecuestre prácticamente sólo destacó Jean Nicolas Bertou en la primera de sus varas en la que agarró firmemente y echando el palo hacia adelante al tercero, Mariposino, número 11, defendiendo bien al caballo de la vigorosa embestida del toro, que se le vino muy a su aire y con velocidad. El tercio de varas hoy hubiera merecido haberlo hecho con un poco de cuidado, pero lo cierto es que la tarde se pobló de animales entrando de cualquier manera al caballo, sin fijar, al relance, sin dar importancia a nada de lo que se hacía. En general el comportamiento de los cascones para con los del kevlar fue generoso y bullidor, acometiendo con ímpetu, empleándose y viniéndose arriba, idóneo para haberles dado fiesta en vez de carioca. En banderillas tendieron a forzar la desconfianza del gremio de los garapullos, no propiciando brillantez en el segundo tercio, sino más bien el consabido repertorio de triquiñuelas para dejar los palos más o menos arriba. El que peor parte llevó fue David Oliva, que fue empitonado de fea manera, sin consecuencias, por fortuna, cuando tomaba el olivo frente al 8, cazado en las alturas en un feo derrote del sexto, Cantinero, número 24.

De los tres matadores anunciados, Juan Miguel, Mario Palacios y Andy Younes, el primero y el tercero acabaron en la iguala de Padrós: el primero atropellado en la segunda de las gaoneras de un quite y el segundo herido al quedarse en la cara del novillo al entrar a matar, ambos fueron heridos por el tercero, Mariposino.

Juan Miguel venía hoy, quizás, como recompensa por una oreja que le dieron entre los autobuses de followers colmenaretes y porque el toro le amorcó el día de la de Flor de Jara. Pobre bagaje para este novillero de 31 años que en su trasteo volvió a poner de manifiesto su ausencia de concepto o de ideas, empeñándose en sujetar al manso primero en diversos lugares de la Plaza mientras el animal tiraba hacia chiqueros, en unos pases despegados y de poca entidad, alguno de los cuales fue jaleado de nuevo por la parroquia que le arropa y que, sinceramente, le quiere.

Younes, a quien apodera el Donsimón que gobierna Las Ventas, nos trajo el recuerdo del día de su presentación ante la cátedra, día en que fuimos hostigados en la Andanada por la presencia intimidatoria de un indocumentado señor de chaqueta azul que pretendía imponer su particular ley del silencio. Aquel día la impresión que dejó el joven Younes fue la de un aficionado práctico al que le faltaba rodaje para venirse a Las Ventas. Aquel día con una comodita corridilla de Montealto la cosa fue como fue y hoy, con un encierro de más cuajo y con más que torear -y que tragar- la cosa no sonaba que pudiese salir mucho mejor, pues como me enseñó en el remotísimo bachillerato el Padre Mindán “natura non facit saltus”, frase de Leibniz que significa que un mes es un plazo realmente corto como para que puedas presentar ante el novillo otra cara diferente. Además no sabe matar. 

Y el papelón se le quedó a Mario Palacios, a quien le tocó despachar cuatro novillos. Y si Mario Palacios tuviese una verdad que decir, vive Dios que hoy tuvo con qué decirla, pues el cuarto, Playero, número 17, y el quinto, Cantinillo, número 21, ofrecieron suficientes mimbres como para que Palacios presentase sus argumentos y diese un inequívoco golpe de mano, pero las cosas son como son y, sinceramente, no es éste el momento de hacer leña. Él intentó lo que pudo y encaró el reto con entereza. Basta con eso.

A la finalización del festejo la bondadosa afición venteña, a quien algunos interesados quieren pintar como ogros furibundos, aplaudió con sinceridad al conjunto de los cascones haciendo salir al mayoral a saludar. Yo disfruté una barbaridad con esta corrida, pero creo firmemente que esto que han traído dentro los novillos no es, ni mucho menos, lo que de ellos esperaban quienes los compraron. Desearía fervientemente estar equivocado.