miércoles, 26 de julio de 2017

Subversión



Ignacio Ruiz Quintano
Abc

De pronto, en medio del muladar batueco que es la TV, el relumbrón de un documental de dos horas en el canal Historia sobre Alexander Hamilton, el inventor de la democracia representativa, esa cosa que nadie conoce en España pero que los liberales del Embassy lo mismo atribuyen a Dawkins (“¡un cretino!”, gritaba Gustavo Bueno), que a Ignatieff (el Erasmo de Mariano) que, llegado el caso, a Adolfo Suárez, el del aeropuerto.

Al “escocés” Hamilton lo ha salvado de la muerte civil la campana de Broadway: el éxito del musical que lleva su nombre lo rescató de las manazas de Obama, que en su lucha contra el ¿supremacismo? iba a retirarlo incluso de los billetes de diez dólares.
Washington es incomprensible sin Hamilton, que intelectualmente fue a Washington lo que Ratzinger a Wojtyła: “Washington no tiene hijos y Hamilton no tiene padres”, es la razón de esa “empatía” en el documental, bien salpimentado con dichos hamiltonianos, subversivos como tuits trumpianos para los españoles de hoy.

Una nación sin un gobierno nacional es un espectáculo penoso.
Es la prensa la que ha corrompido la moral pública.
Creador, simplemente por no ser de ningún Estado, del maravilloso “nacionalismo americano” (el patriotismo sería obra de otro “extranjero”, Tom Paine), Hamilton pelea como un león por su idea de la Unión, que pasa, dice, por que el gobierno federal corra con las deudas de todos los Estados. (“The economy, stupid!”, algo antes de que se le ocurriera a Carville.) Es lo que ahora, y para la Unión Europea, prometía el “petit” Macron en su campaña electoral: lo llamaba “mutualizar la deuda”; el domingo era elegido presidente de Francia en París y el lunes ya estaba en Berlín, capital del Reich, pidiendo la “mutualización”, ¡ay!, a frau Merkel, que casi lo mutualiza a él, con lo que ya ha comprendido que la UE no es una unión europea, sino un casinillo alemán.
Por algo Talleyrand pensaba que Hamilton era “el hombre que habría divinizado a Europa”.