De belleza ebúrnea y delicadeza viscontiniana, su madurez algo fondona
sin embargo nos está despejando su cráneo, enaltecido, claro, pero con
un complejidad de frontis, con un ligerísimo abombamiento o complejidad
de sienes que evidencia su naturaleza española, su sobresaturación de
ideas algo revueltas en sus márgenes exagerados, su encabezonamiento
cabezudo de español inevitable. Menos viscontiniano ahora, más
esencialmente español
Hughes
Bosé ha presentado un nuevo disco, Papitwo, y además será coach en la versión mexicana de La Voz. Detrás de esa decisión de ser el Melendi de allí, está la nueva realidad del Bosé papa, papito de dos, papito de two, papito de tú, y por tanto obligado a hacer economías, como cualquier papito en tiempos de crisis. Un Bosé comercial que esté a todas, como si hasta ahora sólo hubiese estado siendo un artista underground. Así lo ha confesado en una entrevista en la que dice ser dos, Miguel y Bosé, y que Miguel considera a Bosé un demente, porque Miguel Bosé, en la hora en que se reproduce, teniendo a dos seres por el arte del birbibirloque reproductivo y gemativo de la mamá de alquiler, resulta que es dos seres. Bosé se multiplica por dos a la vez que se divide en dos. Se nos desdobla Bosé y se nos redobla. Pero es que Bosé ha sido siempre una cosa proteica, multiforme y cuando pensábamos que había un Bosé hay cuatro, la gemación de Bosé y la esquizoide genialidad del Bosé papitwo.
Y aunque todos los padres tienden a hablar maniáticamente de sus niños, en el caso de Bosé era al contrario y tuvo que vencer su “natural fobia a hablar de ellos” para confesar que ya tenía su entero futuro planeado: Uno de ellos será ingeniero robótico, el otro astrofísico. Bosé se ha tomado lo del I+D más en serio que nadie y para ello quiere enderezar científicamente la deriva artística de su genealogía. Toreros, artistas, musas de pelo azul, modelos de alambre y ahora un ingeniero, pero no de cualquier cosa, nada de la vulgaridad de ser ingeniero de caminos, no, ¡ingeniero robótico!
Bosé es el artista en el que lo de menos es la materia del arte. Ha amenazado con la matemática, con la novela, pero hace canciones y como un WeiWei sin performance, Bosé tiene la obsesión artística de sí mismo y de España y así dice este verano que la democracia nos ha costado “ríos de sangre y vísceras”, metáfora terrible que dice como si nada en la revista estival. ¿Qué otra cosa ha hecho Bosé sino mirar a España desde niño? Vestido con mallas de Ziggy Stardust patrio, o de torero rebel rebel, Bosé saca discos porque le dan la excusa de mirar a España en su portada; su catálogo no es una discografía, es un juego de miradas: juguetón, ambiguo, rebelde, coqueto, guiñador, tierno, desfallecido y ahora tonante y adusto, casi casi miembro de UpyD, con el cabreo transversal tan propio.
Trino de patria, español moderado por lo itálico, como pasado por el renacimiento. De belleza ebúrnea y delicadeza viscontiniana, su madurez algo fondona sin embargo nos está despejando su cráneo, enaltecido, claro, pero con un complejidad de frontis, con un ligerísimo abombamiento o complejidad de sienes que evidencia su naturaleza española, su sobresaturación de ideas algo revueltas en sus márgenes exagerados, su encabezonamiento cabezudo de español inevitable. Menos viscontiniano ahora, más esencialmente español.
Bosé cantó a Triana, al café y al bambú y ahora es la genialidad latinorra y plural de ser papitwo.
Y aunque todos los padres tienden a hablar maniáticamente de sus niños, en el caso de Bosé era al contrario y tuvo que vencer su “natural fobia a hablar de ellos” para confesar que ya tenía su entero futuro planeado: Uno de ellos será ingeniero robótico, el otro astrofísico. Bosé se ha tomado lo del I+D más en serio que nadie y para ello quiere enderezar científicamente la deriva artística de su genealogía. Toreros, artistas, musas de pelo azul, modelos de alambre y ahora un ingeniero, pero no de cualquier cosa, nada de la vulgaridad de ser ingeniero de caminos, no, ¡ingeniero robótico!
Bosé es el artista en el que lo de menos es la materia del arte. Ha amenazado con la matemática, con la novela, pero hace canciones y como un WeiWei sin performance, Bosé tiene la obsesión artística de sí mismo y de España y así dice este verano que la democracia nos ha costado “ríos de sangre y vísceras”, metáfora terrible que dice como si nada en la revista estival. ¿Qué otra cosa ha hecho Bosé sino mirar a España desde niño? Vestido con mallas de Ziggy Stardust patrio, o de torero rebel rebel, Bosé saca discos porque le dan la excusa de mirar a España en su portada; su catálogo no es una discografía, es un juego de miradas: juguetón, ambiguo, rebelde, coqueto, guiñador, tierno, desfallecido y ahora tonante y adusto, casi casi miembro de UpyD, con el cabreo transversal tan propio.
Trino de patria, español moderado por lo itálico, como pasado por el renacimiento. De belleza ebúrnea y delicadeza viscontiniana, su madurez algo fondona sin embargo nos está despejando su cráneo, enaltecido, claro, pero con un complejidad de frontis, con un ligerísimo abombamiento o complejidad de sienes que evidencia su naturaleza española, su sobresaturación de ideas algo revueltas en sus márgenes exagerados, su encabezonamiento cabezudo de español inevitable. Menos viscontiniano ahora, más esencialmente español.
Bosé cantó a Triana, al café y al bambú y ahora es la genialidad latinorra y plural de ser papitwo.
En La Gaceta