martes, 2 de octubre de 2012

Llora, pueblo hambriento

Jorge Bustos. Una noche en la ópera (CLT)
Jorge Bustos

Tuvieron la gentileza de cumplirme el viejo deseo de encarar el arte total, de ir a la ópera por vez primera con los más prestigiosos prejuicios en estado de alerta y posible revisión. El privilegio de asistir en el Teatro Real al estreno de Boris Godunov ya me recompensaba largamente; no era necesario que me sentaran además en el palco contiguo al de la Reina Sofía y el ministro Wert. Fue una de esas escasas ocasiones en que uno se propone adquirir al fin un traje decente. Aunque reconocí a políticos melómanos como Ignacio Astarloa por el PP y Antonio Camacho por el PSOE, no me pareció que el copetudo público con el que me mezclé pudiera adscribirse mayoritariamente a gremio tan degenerado como la política democrática. Por allí pululaba, con las salvedades horteras del nuevo rico inevitable y del guiri potentado, el genuino poder fáctico del país, la auténtica clase dirigente que siempre es anónima, según el viejo chascarrillo:

Yo lo que quiero es mandar.

¿Quieres ser ministro?

No, hombre, no, qué ordinariez. Yo quiero ser el que pone a los ministros.

Pues eso. Con entradas a 324 euros, la selección social está garantizada. Y sin embargo, nuestra suntuosa concurrencia que levantaba diríamos un sedoso frufrú al caminar pronto sería confrontada sobre la escena con un drama histórico de pulsión revolucionaria y demofilia violenta, como compete a las mejores creaciones del genio ruso y a las peores coyunturas de la jodida crisis.
Cantarán más afinados después de la revolución —espeta sarcástico Viktor Komarovsky, el mundano arribista de Doctor Zhivago, a mitad de banquete en el casino moscovita donde valsea la alta sociedad rusa mientras sobre la nieve se manifiesta el pueblo andrajoso clamando pan. Y vaya si afinaron, en 1917.

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