viernes, 12 de octubre de 2012

La libertad de cultos


Julio Camba

Verdaderamente es mala pata la de la República. Establece el divorcio, y los matrimonios desavenidos prefieren seguir tirándose los trastos a la cabeza a solicitar el auxilio de la ley. Proclama la libertad de cultos, y no aparece por ahí ni un solo culto de mala muerte que pueda utilizar esta libertad y manifestarse en la calle. ¿Conciben ustedes algo más triste, algo más conmovedor o más patético?
 
Porque la libertad de culto no es, ni mucho menos, una improvisación de última hora. Desde hace más de cincuenta años, los republicanos españoles vienen luchando denodadamente por ella y dedicándole lo mejor de su espíritu. Hay quien se ha muerto en la cárcel por la libertad de cultos. Hay quien, por la libertad de cultos, se quedó sin hacienda y sin familia. La libertad de cultos era algo tan fundamental para los republicanos españoles, que si la República ha venido para algo, vino, ante todo, para implantarla. Y cuando, por fin, se la implantó; cuando, al cabo de tanto afán, se logró que los cultos más diversos tuviesen en España iguales derechos y las mismas prerrogativas, resultó que aquí toda la diversidad de cultos consistía, sencillamente, en que mientras unos ciudadanos adoraban a la Macarena, los otros estaban dispuestos a dejarse matar por la Pilarica, y que si estos sentían una veneración especial por San Roque, aquellos, en cambio, no llegarían al sacrificio por nadie más que por San Fermín. Es decir, que en España no había culto alguno que manumitir, y que, lo mismo que la libertad de cultos, la República española hubiera podido proclamar en su territorio la libertad de los iroqueses.

Fue un verdadero desencanto. Al ver que no había cultos para la libertad de cultos, el Gobierno de la República se echó a pensar, y de ahí aquel llamamiento desesperado a los judíos sefarditas diciéndoles que España acababa de abolir el decreto de expulsión dictado contra ellos por los Reyes Católicos e invitándoles a volver a sus antiguos lares; llamamiento que “se las trae”, pero que, como no tuvo carácter oficial, no vamos a discutir ahora. El caso es que no apareció un solo culto por ninguna parte, y que así como en Inglaterra y Estados Unidos se fundan cuatro o cinco religiones diferentes –una religión lanzada con arreglo a los modernos métodos de publicidad puede ser un negocio magnífico–, aquí no hubo nadie capaz de crear ni la más pequeña secta para sacar a la República del atolladero.
 
Y es que, como he dicho antes, la República tiene mala suerte. La mala suerte de no encontrar problemas para sus soluciones y de que, por tanto, estas soluciones no puedan lucir.

HACIENDO DE REPÚBLICA
EDICIONES LUCA DE TENA, 2006