Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Es como vivir en un plató de TV mexicano: por la mañana, muerte; y por la tarde, libertad. Por la mañana, la muerte: damas y caballeros de una edad más que respetable, vestidos de verde, se echaban al suelo en la calle para escenificar la muerte de la enseñanza pública en el país de los analfabetos. “Pública y gratuita”, dicen, con esa idea de la gratuidad que revela a un militante de la izquierda hispánica, que cree que los impuestos vienen de París. Son pocos, pero luchadores hasta la extenuación: quieren que los chicos del jefe ugetero y del ministro de Fomento no tengan que ir a colegios de pago, con los fachas, por falta de una enseñanza pública, gratuita y de calidad, es decir, con abundancia de alfalfa progre para que la infancia aprenda a rumiar. Verdes como la alfalfa son las camisetas que distinguen a estos actores del guiñol progresista que gritan “Esperanza, dimisión”, que es de lo que se trata: que el fascismo, o gobierno de la derecha, deje paso callejero a la democracia, o gobierno de izquierda. Y fingen infartos y se hacen los muertos y arrojan esquelas y hacen buena la observación de René Girard: “Como todos los fabricantes de cabezas de turco, consideran culpables a sus víctimas. No hay, pues, para ellos, cabezas de turco.” Tratan de hacer ver a los transeúntes que esa escuela de la que huyen los chicos de Pepiño Blanco se muere: la escuela que dejó de transmitir conocimientos para convertirse, como avisó Revel, en una especie de falansterio “de convivencia”, de “lugar de vida”, donde se despliega la “apertura al prójimo y al mundo”. Y de balde, claro. Por la tarde, en Las Ventas, con el milagro de los toros de lidia (Adolfos) en la arena, que no se veían en Madrid desde el día de los Cuadri, gritos febles de “¡Libertad, libertad!”, como en los tontorrones días de la Santa Transición, que decía el otro...
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Es como vivir en un plató de TV mexicano: por la mañana, muerte; y por la tarde, libertad. Por la mañana, la muerte: damas y caballeros de una edad más que respetable, vestidos de verde, se echaban al suelo en la calle para escenificar la muerte de la enseñanza pública en el país de los analfabetos. “Pública y gratuita”, dicen, con esa idea de la gratuidad que revela a un militante de la izquierda hispánica, que cree que los impuestos vienen de París. Son pocos, pero luchadores hasta la extenuación: quieren que los chicos del jefe ugetero y del ministro de Fomento no tengan que ir a colegios de pago, con los fachas, por falta de una enseñanza pública, gratuita y de calidad, es decir, con abundancia de alfalfa progre para que la infancia aprenda a rumiar. Verdes como la alfalfa son las camisetas que distinguen a estos actores del guiñol progresista que gritan “Esperanza, dimisión”, que es de lo que se trata: que el fascismo, o gobierno de la derecha, deje paso callejero a la democracia, o gobierno de izquierda. Y fingen infartos y se hacen los muertos y arrojan esquelas y hacen buena la observación de René Girard: “Como todos los fabricantes de cabezas de turco, consideran culpables a sus víctimas. No hay, pues, para ellos, cabezas de turco.” Tratan de hacer ver a los transeúntes que esa escuela de la que huyen los chicos de Pepiño Blanco se muere: la escuela que dejó de transmitir conocimientos para convertirse, como avisó Revel, en una especie de falansterio “de convivencia”, de “lugar de vida”, donde se despliega la “apertura al prójimo y al mundo”. Y de balde, claro. Por la tarde, en Las Ventas, con el milagro de los toros de lidia (Adolfos) en la arena, que no se veían en Madrid desde el día de los Cuadri, gritos febles de “¡Libertad, libertad!”, como en los tontorrones días de la Santa Transición, que decía el otro...
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