José Ramón Márquez
May you stay / Forever young
Bob Dylan
Hace más de un siglo las corridas de toros tenían lugar por la mañana y por la tarde. Era un día de toros. Cuando se comenzaron a dar sólo por la tarde, en los carteles se anunciaba ‘Media corrida de toros’, que es lo que habitualmente vemos, y a muchos se les hace muy largo incluso eso. Hoy, sin embargo, tenemos día de toros porque en esta luminosa mañana, a las doce, mientras en los corrales se encerraban los seis Albaserradas de Adolfo Martín para esta tarde, en el ruedo se dio una novillada sin picadores. Utreros del Conde de Mayalde para Víctor Tallón, Gonzalo Caballero y Víctor Valencia, nuevos en esta plaza, jóvenes toreros llenos de ilusiones que arrastran a la plaza a sus partidarios de la primera hora.
Un señor comenta que viene a ver a Gonzalo Caballero porque le vio en Becerril de la Sierra y le encantó. Parece algo sacado de otra época, cuando a las figuras ni se les pasaba por la imaginación ir a los pueblos más que a festivales benéficos.
En honor a la verdad diremos que el de Becerril tiene buen olfato porque Caballero trae con sus quince o dieciséis años unas formas que se salen por completo de lo corriente, y no precisamente por revolucionario, sino por su aparente búsqueda de las formas clásicas a despecho del neotoreo tan en boga. Parece mentira que en estos tiempos nuestros sea algo extraordinario la aparición de un chico tan joven tratando de torear hacia adelante, de meterse en el viaje del toro, de no descargar la suerte, de ajustarse al canon clásico. Y esos son los modos que presentó este Caballero tan alejado estilísticamente del que acompaña en sus comentarios tras el crespón al Dr. Zaius, interesado muñidor de taurinerías.
La paliza que se llevó Gonzalo Caballero fue morrocotuda en los dos fuertes revolcones que le propinó su primero, Carcelero, número 61, novillo al que toreó con ganas de hacer bien las cosas y sin que los porrazos le desanimasen en su idea de buscar la rectitud y ganar la posición al toro.
Víctor Valencia nos trajo su elegante ligereza, para recordarnos que el toreo es también un juego, y planteó su faena al sexto, Acobradado, número 65, en los medios del enorme ruedo de Las Ventas. Este utrero tenía una presencia que impresionaba y eso debe hacer valorar a más el terreno que eligió el matador.
Víctor Tallón lanceó con gusto a sus dos toros.
May you stay / Forever young
Bob Dylan
Hace más de un siglo las corridas de toros tenían lugar por la mañana y por la tarde. Era un día de toros. Cuando se comenzaron a dar sólo por la tarde, en los carteles se anunciaba ‘Media corrida de toros’, que es lo que habitualmente vemos, y a muchos se les hace muy largo incluso eso. Hoy, sin embargo, tenemos día de toros porque en esta luminosa mañana, a las doce, mientras en los corrales se encerraban los seis Albaserradas de Adolfo Martín para esta tarde, en el ruedo se dio una novillada sin picadores. Utreros del Conde de Mayalde para Víctor Tallón, Gonzalo Caballero y Víctor Valencia, nuevos en esta plaza, jóvenes toreros llenos de ilusiones que arrastran a la plaza a sus partidarios de la primera hora.
Un señor comenta que viene a ver a Gonzalo Caballero porque le vio en Becerril de la Sierra y le encantó. Parece algo sacado de otra época, cuando a las figuras ni se les pasaba por la imaginación ir a los pueblos más que a festivales benéficos.
En honor a la verdad diremos que el de Becerril tiene buen olfato porque Caballero trae con sus quince o dieciséis años unas formas que se salen por completo de lo corriente, y no precisamente por revolucionario, sino por su aparente búsqueda de las formas clásicas a despecho del neotoreo tan en boga. Parece mentira que en estos tiempos nuestros sea algo extraordinario la aparición de un chico tan joven tratando de torear hacia adelante, de meterse en el viaje del toro, de no descargar la suerte, de ajustarse al canon clásico. Y esos son los modos que presentó este Caballero tan alejado estilísticamente del que acompaña en sus comentarios tras el crespón al Dr. Zaius, interesado muñidor de taurinerías.
La paliza que se llevó Gonzalo Caballero fue morrocotuda en los dos fuertes revolcones que le propinó su primero, Carcelero, número 61, novillo al que toreó con ganas de hacer bien las cosas y sin que los porrazos le desanimasen en su idea de buscar la rectitud y ganar la posición al toro.
Víctor Valencia nos trajo su elegante ligereza, para recordarnos que el toreo es también un juego, y planteó su faena al sexto, Acobradado, número 65, en los medios del enorme ruedo de Las Ventas. Este utrero tenía una presencia que impresionaba y eso debe hacer valorar a más el terreno que eligió el matador.
Víctor Tallón lanceó con gusto a sus dos toros.