miércoles, 12 de octubre de 2011

La maldad

San Francisco de Asís, domador de fieras

Francisco Javier Gómez Izquierdo

Una de las definiciones menos consultadas en diccionarios quizás sea la palabra “maldad”, por dar por sabido su significado. Maldad es calidad de malo... y malo, según el DRAE, es: “el que carece de la bondad que debe tener su naturaleza o destino”. Leída la definición, no me dirá usted que no parece haber llegado ante la Pitia de Delfos.

¿Cuánta bondad debe tener la naturaleza humana? ¿Qué nos exige el destino?

Nos enseñaron que el hombre es bueno por Naturaleza y fuimos capaces de leer El Emilio en la playa, pero también aprendimos que el hombre es un lobo para el hombre, y todos los días tenemos un caso práctico que da la razón a Hobbes. ¿O no? Hobbes puso en su Leviatán que el miedo y el egoísmo hacen muy malos a los hombres... y que para eliminarles “lo animal” era necesario que se organizaran obedeciendo leyes amedrentadoras. Asentadas las sociedades y los Estados enemigos del mal, al parecer del filósofo inglés, sería lógico que en el siglo XXI el vecino del cuarto no cometiera crímenes porque le dé “un volunto”. Y es que las teorías filosóficas son muy bonitas y nos ayudan a pensar, pero a casi todas les falla la práctica.

El dedo cordobés está señalando a un hombre normal al que ve capaz de hacer una barbaridad. Lo señala porque en los telediarios lleva tiempo siendo costumbre la bestialidad de los hombres normales. Hace unos días, en Jaén, una madre mató a sus dos hijos. “Estaba con depresión ”, dijeron, como si tener depresión fuera sinónimo de Herodes.
¿Se ha dado usted cuenta de que está por aparecer la primera denuncia contra un psicólogo o psiquiatra que haya tratado a un suicida ó un delincuente monstruoso? La sociedad da por hecho que no hay nada que hacer contra orates y cabecea ante el suicidio del esquizofrénico, pero se indigna ante el psicópata violador ó el psicótico asesino. No se inquieta ante el triunfo de la teoría del filósofo psiquiatra, al que se tiene por sabio y por una especie de Jesucristo de las nuevas Teologías; ante el despotismo demagógico de Castilla del Pino, un cordobés de Cádiz que obligó a las familias a repartir pastillones y mucho cariño al lobo de Hobbes.

Tengo constancia de que en el mismo Córdoba, y a principios de los 80, un pastelero reconocido, trabajador, discreto y buen padre de familia, aterrorizó la ciudad cometiendo más de cincuenta violaciones. Ante la imposibilidad de controlar su animalidad acudió a un psiquiatra al que le confesó ser el monstruo que la policía buscaba. El psiquiatra creyó tener ante sí la mejor tesis doctoral y no lo denunció. El violador montó en el ocho y medio amarillo chillón con un cojín del Barça en la bandeja trasera y dejó que su última víctima viera la maniobra de huida. Al poco fue detenido cuando acudía a una boda, después de más de dos años tras una pista.
“....la bondad que debe tener su naturaleza o destino”.

Las ciencias del comportamiento explican a toro pasado la personalidad de los más señalados psicópatas. A veces releo el informe psicólogico de la mujer que padeció prisión e insultos televisivos acusada de asesinar a Rocío Wanninkhof: “...fría y muy capaz de matar”, escribió una psicóloga para que fuera leído en aquel juicio mediático.

El padre de los dos niños desaparecidos puede ser un psicópata o un señor muy descuidado. No necesitamos psicólogo que nos lo aclare. Lo que necesitamos es una policía eficiente y un comisario perspicaz. De momento han encargado el caso al mismo que anda buscando a Marta del Castillo por Sevilla. Ha empezado mirando en el río Guadalquivir. Como solía... Esperamos que no siga buscando en el vertedero de la carretera de Granada. Todos deseamos que los niños aparezcan vivos y que quien los perdió dé las explicaciones pertinentes. Uno cree que para eso está la policía.

El Guadalquivir, camposanto de criaturas, según creencia policial