martes, 18 de octubre de 2011

El genio fascista de la bicicleta, y 2


LAS BICICLETAS

Ernesto Giménez Caballero

El paisaje de la bicicleta es llano y limpio. Y el que monta la bicicleta es porque tiene que llegar a un sitio distante rápidamente y con economía. Estas dos condiciones, que parecen tan simples, son las que imposibilitan a una buena parte del mundo de utilizar la bicicleta como es preciso.

¡Paisajes estos de centroeuropa, de las rutas geométricas suaves, pulidas por el ambiente húmedo y gris, estas rutas cordeadas por los álamos y los castaños en espesos y seguidos linos; rutas que atraviesan siempre campiñas verdecidas y jugosas, a orillas de un río ancho y lento, de márgenes bien cortadas! Por tales rutas, si por ellas corre, rueda, vuela, aligera y perfecta la bicicleta. El obrero y la obrera forman con ella su caravana de ida y vuelta de la fábrica, el morral a la espalda, la herramienta atada al cuadro. Gracias a ella el campesino puede utilizar el vehículo mecánico, abandonando la eglógica y arcaica bestia de labor que le condujo siempre a sus quehaceres rurales. En la ciudad, el funcionario, el escolar, el repartidor, el tendero, verifican sus labores con rapidez y exactitud. Gracias a la bicicleta, que se desliza sin esfuerzo por la calle recta, asfaltada y plana.

¡Qué espectáculo al mediodía, a las dos de la tarde y al atardecer, a la salida de las oficinas y talleres! La ciudad es un “carrousel” fantástico , una pista extraña, donde los ciudadanos se entrelazan en las combinaciones más raudas, difíciles y hábiles. Apostarse en una plaza de gran tránsito a esas horas es un deleite de circo. Pasan los ciclistas, con sus libros, sus violines, sus cartapacios, sus cestas, sus trebejos más particulares. Y pasan, sobre todo, las ciclistas, las viejas y las niñas, con sus bicicletas de cuadro abierto, en cuya rueda trasera el guardabarros lleva una retícula policroma, una redecilla tejida quizá a bolillos en un ocio femenino de la que monta.

¡Muchachas ciclistas, simpáticas, visión suculenta y pagana, visión excitante y nutritiva como ninguna! Lejos de ser un espectáculo absurdo y bárbaro ver tanta muchacha en bicicleta es un regodeo sensual incomparable. Nunca la pierna femenina adquiere mayor relieve ni mayor gracia que al empujar briosamente el pedal: la pierna hasta la rodilla que vemos en el cruce fugaz.
Luego el torso y las caderas adquieren con el movimiento rítmico una especie de mecanicidad voluptuosa, un tembloteo de odalisca, de rumba automática. La cabeza erguida al aire, los ojos bien avizores, las narices dilatadas por el viento, las mejillas encendidas por el esfuerzo. La elegancia y la energía aceptan la bicicleta como uno de sus mejores pedestales. Y también la voluptuosidad. Pero la voluptuosidad no la perciben estos hombres rubios y sonrosados al ver una adolescente en el ligero caballito. Se necesita venir del sur para sentirse asaeteado por las imaginaciones cálidas que un espectáculo así despierta, pues una muchacha en bicicleta es algo para comentarlo en voz baja, sonriendo, entre varios amigos españoles.

Sería imposible que nosotros permitiésemos a nuestras mujeres sentarse en el sillín. Somos demasiado ascetas y demasiado brutos para eso.

Nuestro mejor vehículo -aparte el “Metro”- ha sido la “moto”. Algo de mucho ruido, de pocas nueces. Vehículo de estampanarse y de correr juergas. Como el organillo -que es de origen alemán- , la moto se está haciendo ibérica. A mi me parece muy bien la “moto” en Castilla: cuestas, estampidos, explosiones, tolvaneras de polvo, viajes inauditos por un crimen, por una enfermedad, por algo siempre decisivo y a veces trágico…

La bicicleta, en cambio, la hemos arrinconado en los parques o en los velódromos. Nos ha faltado verde, humedad, llanuras sin pedrizales, rutas suaves y cuidadas, calles de pavimento sano y pulido. Nos ha faltado latitud para utilizar la bicicleta: la bicicleta, este coche tan europeo, tan excelente y provechoso, el vehículo de la clase productora, del funcionario y del obrero.

El día en que España pudiera verse poblada de bicicletas podría decirse que el progreso material había entrado definitivamente, que las costumbres se habían suavizado, que la actividad emprendedora se había intensificado, que los ríos se aprovechaban, que las arboledas se espesaban… No. No es un vehículo de risa y bárbaro la bicicleta. Merece mucho más respeto y atención del que generalmente se le ha venido otorgando. Quisiéramos que nuestro pesimismo al pensar en muchas cosas de España se alejase en la carrera de un velocípedo, lejos, para siempre, en un velocípedo triunfante que rodase alegremente, repiqueteando alegremente el timbrecillo simpático de los avisos al transeúnte distraído.

La Libertad
29 de mayo de 1924

(Vía J. R. M.)