lunes, 16 de mayo de 2011

¡Pitos del Santo, pitos!


El domingo 16 de mayo de 1920 el diario El País publica la reseña de la corrida celebrada el día anterior en la Plaza de Madrid. La firma N. y la titula “¡Pitos del Santo, pitos!” En la parte que nos interesa dice así:

La corrida que vimos ayer en la plaza de Madrid no merece revista y aún estoy por decir que ni comentario. Con el ‘cliché’ que se aplica a las obras teatrales podíamos y debíamos salir del paso. Pero no basta decir ‘La corrida celebrada ayer no fue del agrado del público’; lo que ayer vimos en la plaza merece una sanción, y muy dura, por cierto. Más severa aún que la protesta del público, y eso que ayer vimos ‘la apoteosis del escándalo’. Esto es: a las cuatro y media comenzó el público a gritar a los toreros, y a las seis y media seguía la grita en todo su esplendor. Sólo callaban los espectadores mientras los mansos se llevaban a los pobres inválidos que envió doña Carmen de Federico. Muchas broncas, muchos escándalos hemos presenciado en nuestra ya larga vida pública; pero ninguno como el de ayer. Dos horas seguidas de escándalo es mucho escándalo. ¿Y por culpa de quién? Ahorita mismo vamos a decirlo.

LOS TOROS

Ayer se lidiaron, es decir, salieron por la puerta de los chiqueros, seis aprendices de toros, de la vacada que posee doña Carmen de Federico (antes Murube), salieron en sustitución de los Albaserrada, que habían llegado en malas condiciones.
Los de doña Carmen fueron pequeños en general, y además tenían las patas de mantequilla de Soria. Algunos como el último, puede que no llegara a tres años; otros, como el cuarto, se caía a chorros […]

JOSELITO

Mala tarde la de ayer para el sabio. Por primera vez ha oído en Madrid gritar a la gente: ‘¡Que se vaya! ¡Que se vaya!’

Que no se vaya, decimos nosotros, porque si él se va, ¿quién viene? ¿El Enagüillas?.
No; que no se vaya; pero que se arrime, que toree, que dé al público todo cuanto sabe, todo cuanto tiene el deber de dar. Mal estuvo ayer, es cierto; pero en honor a la verdad, diremos que estuvo mal por los toros. Y esto es lo más grave. Esos toros, como otros muchos que tanto torea Joselito, los torea porque quiere, porque los pide, porque los impone. Y esos toros que él pide son los que más disgustos le dan.

Joselito, el Grande, el Único, el Papa, el Sabio, oyó ayer la grita mayor de su vida; vio a sus pies muchas almohadillas, que contra él iban dirigidas; oyó el ‘¡Que se vaya!’ que han oído todos los grandes toreros, menos Vicente Pastor; los otros toreros oyeron el ‘¡Que se vaya!’ cuando tenían que irse; a José le quedan muchos años, por fortuna, de torear; en su mano tiene el remedio para que le aclamen como tantas veces. Para esto lo primero que tiene que hacer es no proteger ganaderías. A él sólo le debe preocupar que el toro sea bravo, que sea de casta; los años y el tipo no es él quién tiene que discutirlo, ya que todo lo demás él sabe arreglarlo con su capote, con su muleta y con sus piernas. Ayer, repetimos, no hizo nada; pero la culpa no fue de él, sino de los toros. […]”

En Talavera de la Reina, esa misma tarde, Gallito tiene una cita con Bailaor.

J. R. M.