domingo, 8 de mayo de 2011

Las Ventas en el día de Granero


José Ramón Márquez

7 de mayo, aniversario de Manolo Granero. Tremenda cogida en el tendido 2 de la plaza vieja, tremenda impresión. El Duque de Veragua abandona su localidad de palco para no volver jamás. El fotógrafo Alfonso capta toda la secuencia de la horrible cornada y después destruye las imágenes más crueles por respeto a su profesión y al torero muerto. Otros tiempos.

Hoy, toros del Conde de la Corte, pureza de sangre: Vistahermosa, Barbero de Utrera, Arias de Saavedra, Murube, Ibarra, Parladé, Tamarón, la línea clara de vistahermosa.

Magnífica presentación muy en tipo, impecables. Variedad de comportamientos y de fuerzas, y además con casta, lo cual no significa bravura. El primero, Tabaquero, número 61, toro exigente de una gran seriedad; el segundo, Dictador, número 65, se despitonó con un golpe formidable a la salida de chiqueros; fue blando y muy protestado; el tercero, Cigarrero, número 28, colorado, de tremenda presencia y gran trapío, resultó el más blando del encierro, anduvo despanzurrado por el suelo y se despidió de la vida entre silbidos dedicados por igual a él y al Presidente del festejo, el impar Manolo. El cuarto, Pico-Blanco, número 77, salpicado, bragado corrido, fue un gran toro al gusto de Madrid, con un impresionante aspecto más propio de 1911 que de 2011; el negro quinto, Petaco, número 69, fue un toro muy parado y de menos presencia que sus congéneres; el sexto, Alesnado, número 14 fue también toro exigente pero dando más facilidades que el primero. Todos ellos cumplieron decorosamente con los caballos, en comparación a lo que se suele ver por ahí. Con mejores picadores hoy habríamos podido disfrutar, sin duda alguna, de un tercio de varas menos previsible que el que se nos ha dado, o más bien, hurtado.

Los toreros fueron Encabo, Rafael de Julia y Pepe Moral, que confirmaba. Otra corrida de la oportunidad que nos brinda la esmerada empresa que dirige el circo taurómaco de la calle de Alcalá. Entre los tres sumaban siete corridas en el año pasado; Pepe Moral, ninguna.

A la postre fue Pepe Moral, apoderado por ese genio de la verónica que se llama Manolo Cortés, quien dejó presentadas sus credenciales en forma de ganas, de rabia y de ambición. En el de la confirmación toreó con prevenciones ante la seriedad del oponente y se equivocó en las distancias. En el segundo salió dispuesto a desbordar al toro, le dio tres verónicas de fantasía, muy sevillanas, rematadas con una inspirada revolera y luego le toreó con la mente puesta en despertar a la plaza del sopor en el que se encontraba. Dos pases cambiados fueron su inicio de muleta y luego prosiguió en series cortas, alguna de las cuales consiguió ligar. Citando con la muleta más bien retrasada y dejándose ver más de lo necesario, sufrió achuchones espeluznantes, que aguantó con entereza. Llevó la ilusión a los tendidos y tras una media estocada recibió los aplausos generosos del público y la ostensible censura de un señor y una señora en el tendido alto del siete. Creo que a un torero que llega a una corrida tan seria como la de hoy en Madrid con tan ínfimo bagaje no se le puede pedir más que lo que hoy ha hecho y aplaudirle por ello. Dio una merecida vuelta al ruedo muy despacio, disfrutándola.

Luis Miguel Encabo se obstinó en estar frente al segundo y de banderillearle. Le puso dos pares al cuarteo muy acelerados y uno por los adentros de más exposición con la ayuda de los capotes desde detrás de la barrera. Puede decirse que eso fue todo lo que cosechó con ese toro, cuyo último tercio se desarrolló entre silbidos por la débil condición del (des)astado. Su segundo, el Pico-Blanco, fue un toro para dar un toque de atención en Madrid. Lo banderilleó también al cuarteo y por los adentros, de igual guisa que al primero, con la diferencia que en el segundo de los pares le dio más ventaja al toro, dejándole llegar más y clavando en la cara. En los inicios de su faena de muleta, por un momento, pareció que aquello iba a arrancar. Una prometedora serie de redondos bien ligados con el torero colocado un poco por fuera pareció que le había dado la pauta del comportamiento del toro; sin embrago, el torero no quiso jugársela y la faena perdió intensidad con el torero por fuera y agobiando al toro, que pedía ordeno y mando.

Rafael de Julia no tuvo opción. La testarudez del tal Manolo en mantener al colorado tercero en el ruedo, débil como un flan de huevo, le hurtó al madrileño las posibilidades de mostrar sus mañas. Su segundo fue un toro muy parado en la muleta y, literalmente, el único lucimiento posible con él habría sido recetarle un fenomenal volapié, cosa que tampoco pasó.
Manolo, pese a su aversión tantas veces manifestada al conflicto de orden público, santo y seña de su magisterio presidencial, se vio obligado en el día de hoy a mantener en el ruedo inexplicablemente y contra todo criterio a dos toros, especialmente al tercero, haciendo un flaco favor al espectáculo, a los toreros y a los asombrados extranjeros sorprendidos de ver al famoso ‘bull’ arrastrándose por los suelos como un ‘snail’.

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Saliendo de la Plaza me llama Antonio, que está en la Plaza de Valencia, para decirme que no le han gustado los Miuras, bastante mansos, y tampoco los Victorinos, salvo el sexto que ha sido de los difíciles, de los tobilleros esos que a la mínima te levantan los pies del suelo. Me dice que le ha gustado El Cid con ese sexto toro, firme con ambas manos y especialmente con la zurda, que ha estado frente al toro con gran inteligencia, sacándole los muletazos como quien saca leche de una alcuza, y que lo ha matado estupendamente.


El Cid soltando brazos en la última -y feble-
victorinada de Sevilla