Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Ilustración y Revolución (francesas, por supuesto) promete Girauta (“nosotros venimos a regenerar España”) desde el extremoso Centro.
De la Ilustración se ocupa el homeópata Toni Roldán (“Os inoculo la locura”, hace gritar Nietzsche a su Zaratustra), y la Revolución sigue pendiente, como la dejara Girón, si bien en el Estado de Partidos los españoles estamos ya como Luis XVI a las siete de la mañana del día final, que solicitó cortarse él mismo el pelo y le dijeron que no. El pelo, aquí, sólo lo toman ellos.
“Ellos” son todo lo que no sea populismo, o lo que los tertulianos llaman “soluciones simples para problemas complejos” (¡navajas de Ockham de Albacete!), como por ejemplo esa fórmula casposa de “un hombre, un voto”, que no hay manera de entrarla en una mollera ilustrada, pues ¿en qué cabeza cabe que el voto de un lector de Roncero en Burgos o Soria valga lo mismo que el de un lector de Pinker o Peterson en Madrid o Barcelona? Nadie puede tomarse la democracia tan al pie de la letra.
Rangel estudió las coincidencias y simpatías tácticas entre cristianos y comunistas allí donde se producían. El fracaso en el socialismo real de las promesas marxistas de abundancia material una vez liberada de la atadura del beneficio la economía hizo que los comunistas dejaran de prometer la abundancia para convertirse en apologistas de la pobreza ejemplar y compartida como alternativa al consumo capitalista, un colectivismo fraterno y desinteresado que los nuevos liberales han comprado. Ese paraíso solidario está al caer, siempre, claro, que no voten los pobres.
La solución simple al problema complejo del populismo es prohibir que voten los pobres, y los centristas están en un tris de proponerlo.
Mientras hablamos del Falcon y de Errejón (¡de Errejón!), el sanchismo, impasible, cumple lo que tiene mandado (y editorializado por el periódico global en junio del 16): un monstruo federal (¡la España proudhoniana!) de “hechos consumados” con la conchabanza de todos.