martes, 8 de enero de 2019

El debate incompleto de la inmigración

George J. Borjas

Hughes
Abc

La entrada de Vox en el día a día de la política ha estimulado algún debate. Aunque la palabra estimular quizás sea excesiva. Ha generado el cordón político y el consiguiente cordón periodístico, con esta cosa tan divertida de los periodistas rogando (y a veces exigiendo) que Vox de la espalda a sus votantes.

Lo de la LIVG está siendo discutido estos días, y un poco menos la cuestión de la inmigración/xenofobia. Las pongo juntas porque parecen un pack. En esto he observado (y perdonen la primera persona, pero es que es algo que me ha llamado la atención fuertemente) un estilo particular de argumentación: una mezcla del argumento moral a favor de la inmigración tal cual está, junto a un componente técnico. Altura técnica y altura moral. Una mezcla poco calibrada que sin embargo apenas se discute. “Los inmigrantes no le quitan el trabajo a nadie”, se dice y cuestionarlo parece una atrocidad xenófoba. Es más, es considerado xenofobia.

Pero esto contrasta luego con lo que la gente dice y vota. Con lo que sus experiencias afirman. Esa disparidad entre lo que votan unos y lo que dicen los expertos (o supuestos expertos), ¿cómo se explica? ¿Es todo un efecto del populismo y la distorsión de los puntos de vista? ¿Es la gente incapaz de formar sus opiniones?

Para responder a estas dudas recomiendo la obra de un economista americano, George L. Borjas (Harvard), un experto en economía laboral y concretamente en inmigración, que además es inmigrante. Nació en Cuba y al irse con su madre a Estados Unidos quedó marcado de por vida por un interés en el fenómeno migratorio y sus numerosísimos matices y complejidades. Sus trabajos han generado una cierta polémica porque se han ido separando del “relato oficial”. Lo ha hecho a partir de innovaciones de método en sus trabajos, de refinamientos en las formas de medición, y de un gran escepticismo con los modelos económicos, que son, como ya sabemos, meras estimaciones. Pero hay modelos (proyecciones) y hay datos de un siglo de censo americano, y con esos datos los trabajos de Borjas dan conclusiones que sorprenden.

Reconoce, y es uno de los aspectos más sinceros de “We wanted workers”, su asombroso libro, que su trabajo ha encontrado la oposición académica, una especie de resistencia profesional. Hay un prejuicio, algo ideológico. La existencia del mensaje xenófobo (la inmigración es mala) ha generado una resistencia en las ciencias sociales, que tratan a toda costa de reforzar el mensaje opuesto: la inmigración es buena para todos. Esto, afirma Borjas, es insostenible con el conocimiento actual. En Borjas hay, además de refinamientos metodológicos que escapan al interés y capacidad de este texto, una mirada distinta y más compleja de la inmigración. Lo explica con una frase de Max Frisch sobre la experiencia de la inmigración alemana: “Queríamos trabajadores, pero en su lugar recibimos personas”.

El impacto (economico) de la inmigración no se reduce al mercado de trabajo. Va más allá. Afecta a lo fiscal, al Estado de Bienestar, al capital social, a las instituciones, a la posible ganancia o pérdida de la productividad, etc. No tenerlo en cuenta es perder gran parte de los efectos Y si ha de considerarse estrictamente el mercado de trabajo, el mercado de trabajo tampoco es uno, es diverso, múltiple, y hay que ver y rastrear cómo se comportan los distintos grupos de cualificación y edad que lo integran. Ésa es una de sus grandes aportaciones, que ofrece un resultado iluminador: la inmigración genera ganadores y perdedores, es decir, al final es un hecho redistributivo dentro del país. Unos (algunos trabajadores nativos) transfieren renta para que la ganen otros (algunos empleadores nativos).

Borjas dedica capítulos a la historia migratoria americana y desmitifica o matiza ideas preconcebidas como el éxito del melting pot, la asimilación económica, o la idea de que el origen del trabajador no importa. Pero entre todas las ideas dominantes que cuestiona hay una que puede ser extrapolable a España. La idea dominante u oficial es que los inmigrantes y los trabajadores nativos no compiten entre ellos. La realidad parece no ser ésa. La realidad es que con algunos trabajadores no compiten y con otros sí. En función de esto, no es que los inmigrantes hagan trabajos que los nativos no quieren hacer. Es algo diferente: los inmigrantes hacen trabajos que los nativos no quieren hacer al salario actual.

La idea de fondo es que la entrada de muchos inmigrantes en un mercado de trabajo afecta a este mercado de maneras distintas. A unos trabajadores nativos les afecta negativamente porque son sustitutos (aquellos que están en el mismo grupo de cualificación), y a otros positivamente (complementarios), por ejemplo quienes pueden emplear en casa personal que de otro modo no emplearían (esto es observable en España, donde mucha gente tiene empleada en casa a una persona inmigrante. ¿Podría tanta gente tenerla de otra forma?). Estos trabajadores, que no compiten los inmigrantes, ven su productividad beneficiada. Tienen alguien que les ayuda por menos dinero, que les hace la vida más cómoda, que les beneficia.


Borjas llegó a esta conclusión no ideológicamente, sino metodológicamente. El momento histórico donde mejor se estudió el impacto de los inmigrantes fue en 1980 en Miami, con la llegada de los Marielitos, 100000 cubanos que llegaron de repente a Miami. El estudio pionero de Card trató de averiguar el impacto en el salario en Miami, y encontró que era muy escaso. Apenas una caída leve.
Esto paso a formar parte de la narrativa oficial, e incluso se citó por el equipo de Obama. Años después, Borjas refinó ese estudio de Card detallando el impacto. Dividió el mercado de trabajo de Miami en 40 grupos (8 por cualificación y 5 edades) y comprobó que para empezar el 66% de los que llegaron no tenían título de bachillerato y que incidieron en una parte muy concreta del mercado. El salario cayó efectivamente para algunos grupos y tardó 10 años en recuperarse. Llega a cuantificar el impacto de la llegada de inmigrantes en un mercado de trabajo: un incremento del 10% en un grupo de cualificación laboral concreto hace descender su salario en un 3%. Una vez presentado el trabajo, comprobó que sus colegas intentaban atacar sus conclusiones. Se trataba de restablecer la narrativa oficial: “la inmigración no es mala para nadie”.

Pero no es sólo la cuestión de cómo afecta la inmigración al mercado de trabajo. Se intenta medir el impacto económico general. ¿Gana la economía? Y si gana ¿quién lo hace? Los modelos económicos han dado un resultado positivo anual para la economía americana de 50 billones (millón de millones). Pero esos 50 billones encubren una transferencia interna de los trabajadores nativos hacia las empresas que emplean a los inmigrantes. Un estudio a principios de los 90 cuantificó por tanto ese superávit global. La economía, efectivmente, y según ese modelo particular, ganaba con la inmigración. Faltaba añadir dos cosas (que a menudo se olvidan). Una es que dentro, como decimos, hay una fuerte redistribución: hay unos que pierden (los trabajadores que compiten con los emigrantes) para que otros ganen (los que emplean a los inmigrantes). La segunda es que en el largo plazo ese beneficio general puede ser cero. La tercera es que hace falta sumar el impacto fiscal. ¿Recurren los inmigrantes más al Estado de Bienestar? No les aburriré, pero la estimación de Borjas es que ni siquiera es posible discernir con rotundidad si el efecto es positivo o negativo. El autor se arriesga a concluir que contando el impacto fiscal, ese beneficio de 50 billones anuales puede tender a cero o incluso ser negativo. Añadiendo, insisto, que esa ganancia discutible encubre una transferencia de rentas. Puede darse el caso de que la economía ni gane ni pierda, pero que dentro de ella unos sí ganen y otros sí pierdan, lo que contradice absolutamente la narrativa oficial de que la inmigración es buena para todo el mundo. Técnicamente no lo es, y los perjudicados tienen el derecho de expresarlo.

Esto afecta a la concepción general de la inmigración. Es un asunto en el que hay ganadores y perdedores, un asunto complejo, y al final de todo un asunto de redistribución económica. Borjas llega a sugerir una política de impuestos y subsidios. Por ejemplo, si una empresa gana mucho con la inmigración quizás deba pagar un impuesto que compense a los que pierden con ella. En cualquier caso, no caben visiones simplistas ni la imposición de un único punto de vista. Una determinada visión de la inmigración puede ser la de Australia o Canadá (que entren los más capacitados) o una mixta, como la americana, que permite entrar a los familiares de los que ya están y a los de alta capacitación. Esto se apoya en una visión ideológica del país y del mundo, pero quien la tiene debe pagar por ella. O debe ser consciente de que otros pagan por ella. Ocultar el debate (y esto es una opinión personal) obliga a pagar a unos el alarde moral de otros. Si la decisión se toma, debe quedar claro quién paga por ella.

En último termino, la valoración de la inmigración (en términos económicos) se hace más compleja si el inmigrante no se trata meramente como un número, como un trabajador, un mero factor laboral. Si se tiene en cuenta que es una persona con unas costumbres, unas decisiones familiares, un bagaje de instituciones, una forma de vivir, y unas características socioculturales, es decir, si se le tiene en cuenta de un modo general, se puede refinar su impacto para la sociedad en su conjunto. Esto es paradójico, porque es la narrativa “progresista” o más bien oficial, la hegemónica, simplifica al inmigrante como mero trabajador. Tener en cuenta su dimensión no laboral es considerado xenófobo o como mínimo sospechoso, pero es lo indicado para medir mejor su integración, su velocidad de igualación con los nativos y su impacto económico general.

Para terminar, cabe insistir en una idea: la inmigración es una política redistributiva interna, es decir, los trabajadores menos capacitados (más pobres) le están transfiriendo rentas a los que emplean (el capital, las empresas).

Y la consecuencia de esto es maravillosa porque nos educa. La naturaleza redistributiva del fenómeno migratorio (posturas encontradas, intereses contrapuestos) nos enseña a verlo como un proceso democrático complejo en el que diversos grupos quieren cosas distintas. No hay una única visión y por tanto no es del todo lícito tachar de xenófobo al que se opone egoistamente. Cada grupo ha de poder expresar sus intereses, especialmente el grupo que va a pagar la transferencia de la inmigración. Si esas personas no pueden expresar sus intereses, ¿ante qué tipo de proceso democrático estamos? ¿Qué tipo de impuesto abusivo le estamos imponiendo con subterfugios a los más débiles?