Hughes
Abc
En España hemos tenido mucho tiempo a mano la idea (exigente) que Marañón tenía de ser liberal. El liberalismo como actitud vital. Últimamente se leen muchas referencias (un poco arrojadizas) a esta condición. Quizás convenga enfrentar estas actitudes y proclamas a la vieja definición:
“Ser liberal es, precisamente, estas dos cosas: primero, estar dispuesto a entenderse con el que piensa de otro modo; y segundo, no admitir jamás que el fin justifica los medios sino que, por el contrario, son los medios los que justifican el fin. El liberalismo es, pues, una conducta y, por lo tanto, es mucho más que una política. Y, como tal conducta, no requiere profesiones de fe sino ejercerla, de un modo natural, sin exhibirla ni ostentarla. Se debe ser liberal sin darse cuenta, como se es limpio, o como, por instinto, nos resistimos a mentir”.
O sea, que liberal es entenderse con el que piensa distinto, no rodearlo con un cordón para excluirlo.
Ser liberal es no descuidar los instrumentos. Lo contrario de aplicar medios no liberales para el fin que sea.
Y ser liberal es no hacer ostentación de ser liberal. Es una impregnación del carácter, una condición, un modo de ser y actuar. Un instinto del que no se presume, que se tiene o no.
Por eso, si escuchan o leen un orgulloso “nosotros, los liberales…”, pónganse un poquito en guardia.