Francisco Javier Gómez Izquierdo
Los jugadores del Reus habían optado por la solución más lógica y creo que más digna a su desventura. Desecharon el pan para hoy y hambre para mañana de la Liga de Fútbol Profesional que les aseguraba los sueldos de la temporada, pero que les condenaba a navegar por el deshonor hasta seguro descenso y a vaya usted a saber las componendas y ofertas de cada jornada, teniendo en cuenta que ganar no les era necesario. Atendieron las propuestas de equipos en teoría solventes que siempre llegan por Navidad y con ellas echaban sus cuentas hasta que un milagro inesperado y puede que hasta poco recomendable para los intereses de la mayoría de la plantilla les devolvió a una realidad que quiere normalizarse pero que creo estigmatizada. Sobre el mediodía, seis horas antes del partido ante el Córdoba, empezaron a llegar dineros a las cuentas y la noticia de que todo estaba solucionado: el Reus acabaría la temporada sin mayores problemas. Yo, que soy un simple, no pude reprimir un “coño, los sábados abren los bancos en Cataluña”. Uno de esos Oliver que en el fútbol son, empresario que estuvo en la directiva del Barça de Laporta y que compadrea con Jorge Mendes, dicen, supuestamente ha vendido el Reus y el Reus ha resucitado. Hoy, ya domingo, así parece.
Personalmente creo que en el Reus hay buenos futbolistas de sobrada capacidad para ejercer sin mayores problemas una carrera en segunda división. Desde el portero Badía del que estoy convencido ya tendría nuevo patrón, hasta el bronquista Linares, inquieto veterano de 36 años al que confieso haber insultado, sobre todo cuando jugaba en el Elche, por unos malos modos copiados de aquellos uruguayos setenteros más tramposos que despreciables. En la plantilla hay futbolistas cedidos como el bajito portugués Gustavo Ledes del Celta, con técnica y clase suficiente para tenerle más que respeto; Moore, portento físico que creo pertenece aún al Levante; el venezolano Mikel Villanueva aún propiedad del Málaga; Juan Domínguez, fino centrocampista que no desentonó en Primera varios años con el Dépor; Mario Ortiz, el melenudo cántabro al que habría que darle la medalla al mérito del trabajo, o Rodrigo Vaz, otro portugués también bajito y talentoso que podría ser uno de los nexos con el todopoderoso Mendes. El capitán Olmo, Fran Carbia o Querol serían el componente cuasicanterano, no por iniciarse en el club sino por fidelidad, que hace fuerte a estos clubes que desde lugares poco corrientes se van asentando en Segunda División.
Con premisas tan efervescentes y una afición que acababa de manifestarse por las calles del pueblo gerundense animando a su equipo y cantando “Oliver, vete ya” empezó un partido emotivo, que no emocionante. No hubo nada en los 90 minutos excepto dos errores defensivos garrafales. Uno en cada área. En la del Reus el error fue de marcaje y lo aprovechó Aythami, nuestro central, incomprensiblemente sin nadie alrededor, que remató con el pie y a media altura un córner por la derecha. El del Córdoba fue más pillería de Linares, que atemperado ya su carácter sacó a nuestros centrales del área y en el único balón metido a las espaldas de los defensas les apostó una carrera con la ventaja que da la indisimulada lentitud y desesperante descolocación de los oponentes. Fue gol. El empate a uno. No sirve ni al Córdoba ni al Reus, pero les hace solidarios en la tribulación.
“Ánimo Reus”, decía la pancarta de Sangre Blanquiverde, la peña cordobesista en Cataluña, convencida cuando la pintaron de que asistían al último partido de un club con más de 100 años de historia y que a mí me llamó la atención por primera vez por vestir como el Milán. Luego, al mediodía, nos juntamos a comer los de mi peña. Creo que de fútbol no vamos a hablar.