Ignacio Ruiz Quintano
Abc
En 2016 el Consenso tenía apalabrado el arreglo de España con un Apaño Federal (“Pactar Cataluña”, lo llamó el diario gubernamental), y contaban para ello con el proverbial pasotismo social, pero la corrupción catalana echó la puerta abajo y se fugó el Frankestein. Entonces los dos convidados de piedra en la Constitución, el Rey y la Nación, levantaron la mano para hablar: el Rey hizo su discurso de Gettysburg (¡menos Peterson y más Lincoln, liberalios del pan pringao!), y muchos españoles colgaron banderas nacionales en el balcón, única libertad que les ha sido dada, junto con la de ir en bicicleta por la acera, claro. Tenían voz, no voto. Vox se limitó a pegar la oreja y pasar la gorra de las papeletas: voto en ningún caso antisistema, pues servirá para integrar a Vox en el Estado de Partidos “que con tanto trabajo nos hemos dado”, con las consiguientes molestias para los jugadores sentados a la mesa del Consenso, o constitucionalismo, como dice la ministra Dolores Delgado, que en un alarde de cojonudismo lolo, o lolocojonudismo, sostiene que Otegui es constitucionalista, pero Ortega Lara, no.
Si Ortega Lara es el fascismo, habrá que parar al fascismo, y Pedro Sánchez, que es barrial, ha visto que la forma de detenerlo es no haciendo elecciones, con lo cual ha conseguido la cuadratura del círculo vicioso, que eso es una tesis doctoral, y no el truño que le vendió el amigo de Sebastián.
–En España no votamos porque ganarían los enemigos de la democracia.
Los progres, esos charletas que viven de inventar cómo lucharon contra la servidumbre obligada en el franquismo, se muestran eufóricos con la servidumbre voluntaria en el sanchismo.
Los observadores internacionales querían saber cómo se determina, sin elecciones, la voluntad general, y ahí apareció Iván Redondo con su Caballero de la Tenaza, nuestro Merlín de la lucha antifascista, ese Tezanos que cada día, al levantarse, saca su dedo mojado por un ventano y sabe cuánta gente apoya a su amo.