domingo, 16 de diciembre de 2018

Los chalecos amarillos y Peter Sloterdijk

 Peter Sloterdijk


Jean Juan Palette-Cazajus

Me disponía a procurar satisfacer la curiosidad de algunos amigos desarrollando un poco lo apuntado hace unos días sobre el movimiento de los “chalecos amarillos”, cuando di con la larga entrevista que el semanario francés “Le Point” le hacía esta semana a Peter Sloterdijk, el filósofo alemán menos aburrido de los últimos 20 años. Comparto prácticamente todas sus consideraciones. Me tomé la molestia de traducirla (¡de nada!). Luego comentaremos y puntualizaremos.

LE POINT: ¿Qué le inspiran, desde su retiro de Karlsruhe, el movimiento de los “chalecos amarillos” y las imágenes de las revueltas en las calles de París?

PETER SLOTERDIJK: Me recuerdan la pregunta de un Hitler encolerizado al general Von Choltitz a finales del mes de agosto de 1944: ¿Arde París? Me pregunto si tal pregunta no sigue siendo válida y no permite entender la totalidad de la posguerra francesa. Esto es lo que dicen las imágenes que hemos visto: era evidente que París iba a arder una vez más.

 La erotización de llamarse pueblo

LP. ¿Por qué dice estas cosas, usted tan entusiasmado con la elección de Macron porque hacía entrar a Francia -eran sus palabras- “en la edad de razón” y que, también, siempre según usted, había sido elegido por los franceses “para renovarse ellos mismos”?

PS. Ciertamente. Pero el silencio colectivo que siguió rápidamente a su instalación en el Elíseo me resultó sospechoso. Me pareció un mal presagio porque traducía un malestar profundo. Aquello que llamamos “populismo” es la manifestación contemporánea y politizada del “malestar en la civilización”  de que hablaba Freud en 1930. Efectivamente, yo estaba casi seguro de que las llamas prenderían antes de fin de año. Esto se podía inferir después del errático conflicto en la SNCF (1), aquella huelga extraña que interpretó la conocida melodía de las luchas sociales en Francia: la voluntad de defender encarnizadamente unos privilegios. En el caso de los ferroviarios, eran unos privilegios extraordinarios, lo nunca visto  a escala mundial desde la época de las aristocracias.

LP. ¿Y esto es lo que hacen hoy los “chalecos amarillos”, cuando dicen que hay demasiadas tasas y negándose a pagar impuestos: defender privilegios?

PS. No, ciertamente. Ellos expresan la casi precariedad de sus modos de vida entre falsa urbanidad y falsa ruralidad. Para ellos, el aumento del precio de los carburantes bajo un pretexto ecológico les pareció una recaída en la época de los pechos y de los diezmos. La Francia profunda nunca deja de desconfiar de lo que se decide en la capital.

LP. ¿De modo que, para usted, se trataría, como en el siglo XVIII, de la rebelión de los suburbios o de la gente humilde contra la Corte y contra aquellos de quienes se piensa que tienen la vida fácil?

PS. Hay que prestar atención a la tonalidad específica del populismo francés. En vuestro país existe la costumbre de erotizarse autodenominándose “el pueblo”. Cualquier asociación local puede reivindicar el derecho a autoproclamarse “el pueblo”. Cualquier grupúsculo teorizante pretende ser un comité de salvación pública. Y como Francia, además, pretende ser el pueblo entre los pueblos, el riesgo de una crisis histérica colectiva siempre es bastante elevado. Ustedes son los superdotados de la rebeldía. Observo el orgullo con que aquellos que marchaban sobre París reivindicaban sus provincias, exhibiendo banderas bretonas u otras. La cuestión era proclamar que no se es de París. La contribución parisina, por otra parte, sólo ha consistido en la presencia de los vándalos y de algunos nihilistas profesionales.


 François Rabelais
1493-1553

LP. ¿Y la contribución de un observador francófilo de la orilla derecha del Rín, en qué podría consistir?

PS. Para un intelectual confrontado a este tipo de situaciones, quedan dos opciones. O baja a la calle con la multitud para convertirse en observador directo o en informador subido a las barricadas, o se retira en su biblioteca y vuelve a abrir los libros que le parecen mantener una relación con lo que está ocurriendo.

LP. ¿Y qué libros a vuelto a abrir usted?

PS. El primero fue el célebre estudio de Mijail Bajtin La Cultura Popular en La Edad Media y en El Renacimiento. El Contexto de Francois Rabelais, en la cual describe la función del carnaval en una sociedad estratificada como lo son la mayoría de ellas: es decir una función catártica que permite, puntualmente,  un vuelco de los valores, particularmente una negación del poder establecido. Cuando unos manifestantes dicen “Macron, vamos a por tí”, estamos dentro de este esquema. Ya no se respeta el poder. Es un momento “rabelaisiano”, acompañado de alusiones sexuales hacia el jefe y su esposa, situadas por debajo de la cintura, de esas que tanto le gustaban a Rabelais. Durante el carnaval la gente lleva trajes, a veces muy modestos (como lo es el chaleco amarillo) y que colocan a todos los ciudadanos en un pie de igualdad. La propia Revolución Francesa tuvo también un aspecto carnavalesco, por más que a ella la encantaban las referencias a la Antigüedad, los fasces romanos o el gorro frigio, que se inspiraba en el que solían llevar en el Imperio romano los esclavos libertos...En nuestro caso la gente lleva la prenda de quien acaba de tener un problema en la carretera o de aquél que recoge la basura urbana, pero el mensaje es el mismo: el que lleva el chaleco le manda una señal al poder: “¡Ojo, hay un accidente!”. El chaleco amarillo es el traje del accidente generalizado. 


 El Mal Francés

LP.  ¿De modo que se trata ante todo de lanzar una señal?

PS. No solamente. El otro aspecto “rabelaisiano” del asunto es que estamos padeciendo un  aluvión muy pintoresco de payasos y de intérpretes de la revuelta que hacen como si entendiesen lo que ocurre. Como esta extraña clase de intelectual llamada Eric Zemmour, que pretende ver en ese movimiento popular una nueva “jacquerie” (2) cuando, a estas alturas, todavía no se ha visto a un solo campesino en la calle. Lo que demuestra que este “Diciembre” francés es también el momento de los payasos, impulsados por las redes sociales que aceleran toda vía más la “carnavalización” del asunto. La espléndida y trágica promesa de Internet es que ya no volvería a haber ni jefes, ni jerarquías ni autores, ni tampoco ningún representante de lo que fuese. El resultado es desolador: no hay nadie con quien el Elíseo o Matignon (3) puedan negociar. El movimiento de los chalecos amarillos  expresa de manera clamorosa la gran crisis de la representación en que estamos inmersos. Cuando todo el mundo piensa ser jefe o escritor, en realidad nadie es ya ni lo uno ni lo otro. Sólo durante el carnaval puede todo el mundo llegar a ser rey,  por un día o durante cinco minutos en un canal informativo. Aquello embriaga, crea una satisfacción ficticia. La carnavalización de la sociedad por el sistema mediático no cejará. ¿Cuál es el único resultado de una fiesta? El haber estado festejando: “lo importante es participar”.

LP. ¿Y después de Rabelais?

PS. Cogería en las estanterías el libro de Alain Peyrefitte “El mal francés”. Ya en 1976 el autor describía la estructura de la sociedad francesa con suma perspicacia. Su diagnóstico primario se volvió proverbial:  “el inmovilismo convulsionario”. Es lo que define la mentalidad francesa desde el fracaso del asalto a la Bastilla. Según Peyrefitte los males de vuestro país vienen del hecho de que Francia no ha conseguido librarse jamás de su herencia absolutista que se remonta a Colbert y a los grandes cardenales como Richelieu y Mazarino. Un centralismo gargantuesco que hace que todo vaya en el sentido de un cesarismo tecnocrático. Frente a este Estado omnipresente se construye una sociedad “de irresponsabilidad ilimitada” parodiando la denominación del modelo de empresa más común en Francia, el conocido como SARL,  “Société A Responsabilité Limitée”…


 Enrique IV en 1602
Por F. Quesnel

LP. ¿No es acaso Emmanuel Macron la perfecta emanación de este cesarismo tecnocrático?

PS. Completamente. Ésta es la insondable ironía de su posición. Él es el perfecto producto del cesarismo francés. No obstante, había prometido durante su campaña librar la nación del azote de una política que se confundiera con la gestión administrativa. Fue aquella promesa la que motivó su victoria. Acuérdense, quería volver a moralizar la política, volver a politizar el espacio público, volver a hacer del país la tierra de emprendedores que fuisteis antes de la expulsión de los protestantes a consecuencia de la revocación del Edicto de Nantes. Hasta ahora nadie ha entendido la envergadura de la política nacional y europea de E. Macron. Sólo puede resultar paradójica y dialécticamente contradictoria ya que se dirige a un electorado que estuviera dispuesto a acompañar una maniobra complicada y a largo plazo. Vean por ejemplo la supresión del ISF, el “Impuesto Sobre la Fortuna” (4). No fue en absoluto una decisión tomada desde una soledad arrogante y “jupiteriana” ni un subrepticio golpe de estado a favor de los ricos. Era el resultado de una reflexión democrática y fundada sobre un cálculo sólido. Aquel impuesto había demostrado ser estéril y expresaba ante todo una voluntad de castración simbólica de los “ricos”. Era pues un impuesto destructor que había perjudicado en alto grado la hacienda francesa al suscitar la evasión de capitales.

LP. Suprimió el ISF  pero decretó una tasa sobre el gasóleo. ¿Esto también es simbólico?

PS. ¡Aquello habría podido y debido ser un simbolismo progresivo! Si este proceso no han sabido entenderlo tantos habitantes de la Francia profunda, la culpa es del Sr Hulot, el dimitido ministro de Ecología. Él es quien habría tenido que explicar a los franceses el sentido de estas medidas. Hulot ha preferido escuchar la llamada de su vanidad y de su infantilismo voluntarista. Seamos serios, el giro ecológico del sistema económico mundial tardará un siglo entero. No se dimite después de unos pocos meses porque las cosas no vayan tan rápidamente como se esperaba.

LP. ¿Quiere usted decir que hay demasiados desertores y  egómanos en el equipo del Presidente?

PS. Me bastará constatar que la traición es un tema inagotable en la historia política de Francia. Pero no se puede decir que el “pueblo” de los chalecos amarillos traicione a su Presidente. No hace falta que lo traicione. Basta con que lo vuelva loco con mensajes contradictorios: “¡Danos por fin las reformas indispensables!” por un lado; “¡Ay de aquél que se atreva a reformarnos!”, por otro.

LP. Pues efectivamente, en las manifestaciones se han visto pancartas que decían “Macron = Luis XVI”. ¿Acaso uno de los presidentes anteriores no decía que para los franceses elegir un presidente era elegir un rey al que se le puede cortar la cabeza todos los días?”

PS. No. es un reflejo estúpido comparar a Macron con Luis XVI. Sólo me he encontrado dos veces con Macron y su mujer. La primera vez fue en Aquisgrán, en mayo, en la entrega del premio Carlomagno. La segunda fue en París, este otoño, en el taller de un artista. De modo que puedo decir que vuestro Presidente no se parece en nada a Luis XVI. Si hubiese que buscarle una referencia histórica, esta sería más bien Enrique IV: un rey con un carisma perceptible hasta por sus adversarios más irreductibles, inteligente, flexible, erudito, dotado de una visión global del porvenir, entregado a una actividad monstruosa que agotaba a sus colaboradores pero hacía que floreciera el país. Lo único en que no coinciden es en la disponibilidad erótica. En este campo Mitterand era más próximo al “Verde galante” (5) que Macron.[…] Enrique IV sobrevivió a 17 atentados y murió con el de Ravaillac, en 1610, el que hacía 18. Macron ha sobrevivido a bastantes “atentados/dimisiones” por parte de sus falsos amigos.


 Funerales por Victor Hugo
1 de junio de 1885

LP. Veo que usted vive realmente dentro de una biblioteca.

PS.  Abro un tercer libro el de René Girard “El chivo expiatorio”. Su teoría es que una sociedad en crisis siempre decide aislar a un presunto culpable y practica una matanza sacrificial para recuperar la paz interna a sabiendas -inconscientemente- de que la víctima es inocente. Todo el mundo sabe que no es Macron el que ha inventado las desigualdades. Todo el mundo ha escuchado su promesa de laborar por el bien de todos sus  compatriotas y el de todos los europeos. Sin embargo se le acusa de ser el “presidente de los ricos” ¿Por qué? ¿Porque ha pasado algunos años estudiando los sistemas bancarios? […] ¿Porque es culpable de conocer los mecanismos de la creación de la riqueza?

LP. Lo que se le reprocha es que esta riqueza esté mal redistribuida. ¿Macron como chivo expiatorio? ¿Por qué no? Pero el caso es que él es quien ha elegido la política que lleva a cabo, él es quien habla de la necesidad de presidir de un manera “jupiteriana”.

PS. Confieso que entiendo mal esta metáfora. Me gustaría volver a oír la versión original. De momento me digo que Júpiter, en el siglo XXI está rodeado por dioses desertores. El Olimpo ya no es lo que era.

LP. Volviendo a esta imagen del carnaval ¿quien será al final el rey de este carnaval?

PS. La cuestión no es tanto de saber quién será el rey sino de oponerse a que algunos usurpadores accedan al trono. En Francia demasiado bien se conoce el nombre de los pretendientes. Son ellos los que alimentan la tendencia hacia el caos, por no hablar de la intervención de los troles rusos. 

LP. ¿Qué se puede hacer?

PS. Yo propondría que abriésemos un cuarto libro, la obra maestra de Elías Canetti, Masa y poder, publicada en 1960. Ahí describe el funcionamiento de la muchedumbre, el hecho de que la única voluntad de la masa es su propio crecimiento. La masa es masa mientras crezca. Es preciso pues esperar el momento en que se vaya estancando. Según las leyes de la psicología de las masas, llegará un momento en que todo se venga desinflando. Diciembre es mala temporada para las revueltas, incluso en Francia donde la dinámica mimética heredada de la Gran Revolución tardará todavía tiempo en interrumpirse. En invierno, la contrarrevolución es la meteorología. El frío mueve a la reflexión. Quisiera recordar una confrontación imaginaria entre Karl Marx y Víctor Hugo. Acuérdese, vuestro escritor faro no oponía la “burguesía” al “proletariado” sino la clase “contenta” a los “miserables”. Nunca se ha entendido que el marxismo a la francesa era en realidad el “hugoísmo”. Las verdaderas luchas de clase conciernen las condiciones de la satisfacción, de la resignación y de la rebeldía. No es la economía política la que decide sino la psicopolítica. Hoy, en ese país al que adoro más que el mío propio, fuente de inspiración para el mundo moderno, patria de los literatos, del cine y de la canción comprometida, mucha gente ha aprendido a asumir una actitud de “miserables”, incluso cuando, a escala mundial, gracias a los esfuerzos extremados del Estado francés,  incluida la tasa de algunos céntimos sobre el carburante, forman parte de los desfavorecidos más favorecidos de la Tierra.

LP. ¿De modo que usted rechaza las reivindicaciones de los contestatarios?

PS. En absoluto, yo las apruebo en sus aspectos razonables. Pero hace falta admitir que vuestro presidente no puede -como hacía Jesús- andar sobre el agua. 

N del T:

1. La RENFE francesa.
2. Los “Jacques”, o sea los “Jaimes”, eran los labradores pobres. Llamábanse “jacqueries” las puntuales y anárquicas revueltas que protagonizaron durante siglos.
3. Matignon es la residencia del Primer Ministro.
4. Los chalecos amarillos están obsesionados con su restablecimiento.
5. “Verde Galante” es el apodo con que pasó a la historia Enrique IV (1553-1610), primer Borbón y  tatarabuelo del actual monarca español, por su, llamémosla, hiperactividad amorosa.

Navidades, termómetro y contrarrevolución