martes, 11 de diciembre de 2018

De Balones de Oro



Pepe Campos*
Taiwán

El Balón de Oro de 2010 se lo birlaron a Andrés Iniesta que, en aquel momento, con criterio de perdedor, declaró que Messi era el mejor jugador de la historia; lo manifestó bajo la influencia de los filósofos de aquel Barcelona (Xavi y Guardiola). Por detrás Valdano y sus acólitos. Mucha picaresca. Una forma de entender el fútbol que consiste en hacer creer a los equipos del montón, inferiores, con plantillas limitadas, que deben jugar bonito, que tienen que tratar bien al balón (besarlo, darle de taconcito, peinarlo con la testa, calva o no) para que en el imprescindible y agotador tuya/mía (en eso se ha convertido el fútbol actual) al final se transforme en un sólo mía. Para llegar aquí, primero Valdano filosofó con la defensa en zona, y Guardiola, después, patentó lo de marear la perdiz, mientras el contrario observa cómo se le marea, a cambio de migajas de crédito publicitario (qué buen trato de balón), con resultados en contra de 5-0 o 0-6, es decir, una vuelta al siglo XIX, bajo este relato.

En estos últimos años hemos asistido a un fútbol sin marcajes que ha beneficiado a dos jugadores en concreto: a Messi y a Cristiano Ronaldo. Han estado toda una década deambulando a sus anchas en el campo de juego (siguen haciéndolo) y marcando muchos goles a equipos de bajo perfil, a sacos. En partidos que han sido verdaderos entrenamientos para ellos. Cuando llegaban los grandes compromisos, la estadística bajaba. Algo parecido como ir a torear a Las Ventas. Aunque sin crítica, sin el 7, porque ya pocos vieron jugar a Don Alfredo Di Stefano. Un fútbol sin marcajes, con defensas en zona (y la casa sin barrer), que permite que muchos jugadores lleguen a los treinta como si tuvieran veinte, la eterna juventud, pues un fútbol sin contacto físico real es la piedra filosofal para eternizarse en los goles y en los premios. De esta costumbre, los egos. Estamos ante lo mejor de la historia, aunque todo se disuelve en la memoria, de manera instantánea.

En 2018 la polémica ha vuelto con el Balón de Oro. A Luka Modric puede que el premio le haya llegado tarde. Su regularidad y su calidad es incuestionable. Pero tantos años con la misma tabarra tenían adormecido el criterio futbolístico. Este año no ha ocurrido lo que en 2010, cuando los filósofos del fútbol obligaron a decir a Andrés Iniesta lo que le convenía expresar, por aquello de lo políticamente correcto. En esta ocasión, Luka Modric ha creído en sí mismo y con cierta timidez ha declarado que algo bueno tendrá su fútbol cuando ha sido elegido como el mejor; en función de su talento y un fútbol armonioso, de toques precisos, como juego de billar, a compás, para entregar el balón siempre en las mejores condiciones para ser jugado. Una elegancia. Una ética que no casa con los últimos tiempos, en los que sólo se ha valorado la estadística, mediante previo convencimiento a los equipos modestos para que sean simples peones del sistema y jueguen a ser goleados. Gol va y gol viene. Balón de Oro para Messi y Balón de Oro para Cristiano Ronaldo. En tanto, con Iniesta y Modric, de camareros, sirviendo balones. Ésa era (iba a ser) la moraleja prevista del relato.
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*Pepe Campos es profesor de Cultura Española 
en la Universidad de Wenzao, Kaohsiung, Taiwán