Independiente de Avellanenda, heptacampeón de la Libertadores
Ponzio en el Zaragoza
Zuccullini en el Córdoba
Francisco Javier Gómez Izquierdo
Confieso que si ayer hubiera dispuesto de una entrada a precio razonable para “el partido” me hubiera acercado a Madrid para vivir una de esas experiencias que nos parecían tan extraordinarias e inalcanzables cuando allá en los 70 las leíamos en El Gráfico y atendíamos extasiados a la verborrea místico-futbolística de los ídolos que llegaban españolizados gracias a un abuelo que subió el Río de la Plata poco después de la voladura del Maine o por ahí. A mí me tiraba Independiente y enterrado entre mis papeles anda un póster de los de Avellanada y un minipóster de Bochini, inmortal 10 del que leí maravillas escritas por reporteros inspirados por su fútbol gambetero ante el que caían rendidamente enamorados y al que adopté por entender que sus modos eran parecidos a los del Viteri del Burgos. Independiente era a la Libertadores lo que el Real Madrid a la Copa de Europa y cuando Bertoni llegó al Sevilla y Santoro, Commisso y Saggiorato al Hércules, el Gaitu y yo nos ahuecábamos explicando en el Diego Porcelos la Copa de Europa de allá.
No puse mucho interés, la verdad, en asistir al “partido”. Me conformé con el televisor y como coincidía con el Zaragoza-Córdoba estuve más atento a lo que sucedía en La Romareda que lo que pasaba en el Bernabéu. La esperpéntica situación de la final de la Copa Libertadores entre dos equipos de Buenos Aires en el país de Juan de Garay, el fundador se discute si vasco de Orduña o burgalés del valle de Losa, y como no pasaba nada ni en Madrid ni Zaragoza, recordaba los tiempos en que los argentinos venían a la “madre patria” ya consagrados: de River al Madrid llegó el Pinino Mas y a Las Palmas Enrique Wolf y Morete; aquí a Córdoba, Ónega; de Boca, el exquisito Trobbiani, pareja de Rubén Cano fichó por el Elche y el fabuloso extremo izquierdo Ferrero, por el Spórting. Les traían intermediarios sinvergüenzas que abotargaban la voluntad de presidentes y timaban al pobre oriundo que no sabía lo que le esperaba en los dos o tres próximos años. El mismo Rubén Cano, Valdez y “Calzaslargas” Martínez salieron internacionales por España. Aquellos argentinos venían ya hechos, pero no había tanta tele ni redes sociales, por lo que lo mejor era fiarse de por ejemplo Minguella, en la época un auténtico lince.
Después de más de cuatro décadas ha cambiado el ciclo vital. Los intermediarios que huronean por Suramérica fichan criaturas que traen a Europa en plena pubertad y así, la casualidad nos trajo ayer de capitán de River a Leo Ponzio, un mediocentro que desde muy joven se hartó de repartir estopa precisamente con el Zaragoza. Ponzio ya está en los 37, pero Zuccullini, que saltó para aguantar el resultado, todavía es joven, 25 años, y también estuvo cedido al equipo maño, creo que por el Valencia, y acabó su periplo hispano hace cuatro temporadas en Córdoba asustándonos con sus ataques hacia atrás. ¿Casualidad que dos jugadores del Zaragoza acaben en River? Estos leñeros y otros tales de Boca se nos muestran idolatrados por unos seguidores a los que no soy capaz de comprender. Vale que Maradona, Messi, Bochini, Ayala, Ferrero, Bertoni, Scotta, Ardiles, Carnevalli... hayan llevado a los argentinos a fanatizarse en una religión sólo apta para los de aquel país, pero que la mayor apoteosis tenga lugar con Ponzio, Zucculini, Barrios, Magallán... y los decadentes Tévez, Gago ó Enzo Pérez, nos demuestra que en este negocio, como en Dinamarca, algo huele a podrido.
Del Zaragoza-Córdoba, nada que decir, excepto dos incidencias menores: una parada de Carlos Abad al principio y otra de Christian Álvarez al final que hicieron justicia al cerocerismo que se sospechaba dada la torpeza balompédica demostrada por ambos equipos a lo largo de los 90 minutos.