Tilonorrinco
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Con el niño Gabriel, una ventolera de realidad se ha llevado por delante la caseta del feminismo científico en la kermese mediática del 8 de Marzo: el “gen de la violencia” no es exclusivo del macho, como sostenía la Lombrosa amorosa que blande la vara municipal de Madrid.
El marxismo científico fue refutado por los obreros europeos en la guerra del 14: en vez de quedarse en casa, obedeciendo a las “leyes históricas” de la lucha de clases, acudieron al frente, obedeciendo a las costumbres burguesas de pelear por sus naciones, cuando, en virtud del humanismo, las naciones todavía eran eficaces ficciones de públicos lectores que, a través de unas mismas lecturas, se habían convertido en asociaciones de amigos que congeniaban.
Ante el fracaso final del humanismo de curas y profesores, ¿qué amansará al ser humano? El filósofo alemán Peter Sloterdijk dictó sus famosas “Normas para el parque humano” (desde luego, muy alejadas del genetismo municipal de Carmena), y otro filósofo alemán, Habermas, un como Chomsky pasado por el Nobel Vargas, le envió a sus perros cuzcos para acusarlo de “fascista” que “reclama una revisión genético-técnica de la humanidad”.
–La escuela de Habermas –en palabras de Teresa Rocha Barco– se habría revelado como una versión socioliberal de la virtud, con su tendencia a hacer del discurso moral, agitación; de la mera sospecha, juicio; y de la denuncia, linchamiento moral.
Una cosa así explica el regreso apoteósico de nuestros garantistas cipotudos del “Estado de Derecho” en auxilio de la dominicana de Almería, callados, sin embargo, como tusos, durante el juicio a “la Manada” de Pamplona.
Y a todos se nos pone ya alma de tilonorrinco, el pájaro australiano del cubano González Esteva, que al buscar pareja construye “un estrafalario templo de amor con los materiales más variados, desde montones de hierba hasta piedrecillas, conchas, hebras de lana de distintos colores, boletos de autobús y papel de cajas de cigarrillos”.