Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Pablo VI, que escogió la tumba más “humilde” del Vaticano, será santo por obra y gracia de Bergoglio, el jesuita que en pos de la humildad se apropió del santo nombre de Francisco.
–A humilde a mí no me gana nadie –dijo santamente Zetapé, agitador del buenismo rampante, en la tribuna del Congreso.
En los 80 había en la redacción de “Blanco y Negro” una persona tan progre que, de tener que rezar, decía hacerlo únicamente a “San Pablo VI”, y un día la cogió por banda un gran humorista de la Casa y le dijo que eso era como escribir en el agua, pues “Pablo VI no creía en Dios… ¡y a saber dónde estará!”
A Pablo VI, el intelectual enigmático que trataba de seducir a los obreros ideologizados, le decían “il Papa Rosso”, pues, en lucha con el marxismo por la cuota de mercado, cambió el anticomunismo de Pío XII por la “política de coexistencia” con Moscú, y una “Populorum Progressio” que ponía en solfa el derecho de propiedad.
–Me siento muy satisfecho de la visita a la Unión Soviética –fue el latigazo más crítico del general de los jesuitas en agosto del 71.
En el 74, Añoveros, obispo de Bilbao, respondía al “espíritu del 12 de febrero” con una pastoral según la cual “todo cuanto se haga para reprimir la vitalidad de las minorías étnicas (los vascos y las vascas)…”
El centro de la “política de coexistencia” se ha trasladado de Moscú a La Habana, con su medio millón de vagos del partido comunista cubano al frente, el redil que, sonriente, más cuida Bergoglio vestido de Francisco, aquel santo verdadero, que fue, dice Chesterton, “lo que los norteamericanos y los gangsters llaman un cable vivo (‘a live wire’)”, cargado de electricidad… y de poesía, hoy generalmente aceptado como un humanitario que deploró las trampas para cazar ratones.
Pero en Bergoglio, tan cantado por los beatos Carmena y Pablemos del Rubus Ardens’36, uno ve, más que poesía, la tos del cura que oía Blas de Otero.
–Nada de cajitas, pastillas de plástico, la cama, la pared, la tos del cura.