Roland Barthes
Ignacio Ruiz Quintano
Abc
De creer a Osoro, el obispo de Madrid, hasta la Virgen hace hoy huelga feminista, y la cabeza se le va a uno a Berceo y los cuidados de María con el monje beodo (“De la carga del vino non era bien folgado”) o sus enojos con el obispo (“Contra mi ¿por qué fuste tan fuert e tan villano?”)
En su “Virgin Spain” (1926) sostiene Waldo Frank que “las mujeres reclaman sus derechos con más ahínco en los países donde culturalmente significan menos”, como Inglaterra o Estados Unidos, donde “la mujer es estéril espiritualmente”, frente al caso matriarcal de España, “donde no hay sufragistas y donde no servirían de nada si las hubiese” (en el invierno del 24 Primo de Rivera, por iniciativa propia, confiere el sufragio municipal a las mujeres, que no lo habían pedido).
¿Y la huelga general feminista?
La huelga general (como medio de provocar la “tremenda catástrofe”) es el gran mito socialista de Sorel para saber si a un grupo social le ha llegado su momento histórico. Pero si una huelga general consiste, como decía Sainz Rodríguez, el del Bachiller, en que se cierran las panaderías, la huelga general feminista ha sido un fracaso que sólo servirá para que Osoro haga suyo a Dumas, el hombre que presumía de tener dos opiniones de la Virgen:
–Una para los periódicos y otra para los amigos.
Osoro no es diferente de los demás Gerundios que componen nuestra “intelectualidá” socialdemócrata (la España setentayochista del “como si”), cuyas pesquisas ante la huelga general se han centrado curiosamente en el texto del manifiesto feminista, lo cual me lleva a una entrevista de José-Miguel Ullán con Roland Barthes, para quien “texto” procede de “textus”, participio pasivo de “texo”, que quiere decir “tejer”, el texto como tejido de sentidos enmarañados y donde “hay, tal vez, también una alusión a la hipótesis freudiana de que las mujeres aprendieron a tejer al cruzar los pelos del pubis para hacer con ellos un pene fetiche”, que igual, ay, es en lo que estamos.