Ignacio Ruiz Quintano
Abc
Palabro, “liberalios”, acuñado, como el de “piperos”, por Hughes. Liberalio, pues, vendría a ser el liberal sobrevenido, pipero de un pluralismo que no es de orden político, sino “familiar”.
–El pluralismo, señores procuradores, no es una invención de ahora –predicaba Suárez en las Cortes del 76–. Por el contrario, el propio Estado al que servimos nació siendo plural.
Una década antes, tres personajes del Régimen (Fueyo, Herrero y Romero) metieron en una Constitución única (“Sin caer en la idea liberal de que el poder emana del pueblo…”) el cajón de sastre de las Leyes Fundamentales y se la enviaron a Franco a San Sebastián.
En puertas de la primavera de 2018, se dispara la esquizofrenia del espectador de la vida española (sin salir del mismo país, hoy es obligatorio lo que ayer estaba prohibido), ya que, sin necesidad de “una dura infancia de papel” (Matute: Ana María, no Abel), ve uno “las pupilas amarillas y redondas de una vieja cabra, dilatadas en una fría desesperación”.
Ante un mantero muerto por infarto en Lavapiés, mientras un concejal comunista del gobierno municipal de Madrid declaraba que “esta muerte es achacable al capitalismo” (“Herir al capitalismo en el corazón”, fue un eslogan de Mitterrand, aún con colmillos), un líder liberalio la achacó… ¡a Trump!, y sin citar a Lacan: simplemente saltando de coco en coco (“¡Qué problema! / Yo quise comerme un coco, / me comí una berenjena” Nono Morales), como la ardilla de los Reyes Católicos bajaba de Bilbao a Cádiz de árbol en árbol. O de tonto en tonto.
A Trump, los liberalios le han birlado el discurso contra las políticas identitarias de los Dalton (Clinton & Obama) y lo han degradado de Hitler… a tonto. Esto les permite concentrar su guerra de liberación mundial en Putin, que se niega a cambiar sus “oligarquías totalitarias” por nuestras “oligarquías democráticas”: “Cielo azul / a la estepa desde España llevaré, / se fundirá la nieve / al avanzar, mi capitán…”
En fin, la Guerra Fría.
